La ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, ha salido a la palestra para hablarnos, nada menos, que de un invento nuevo llamado «baja flexible».
Ataviada con un chalequito blanco, último modelo de los típicos escaparates de la llamada «milla de oro», nos da a entender que no esconde nada bajo las mangas, porque no tiene. Y que su propuesta es tan impoluta como el color blanco de su chalequito de moda. Que este invento no es por una cuestión económica, ni mucho menos, sino que es por el bien de la sociedad en su conjunto, para reducir las cifras de paro y para que el trabajador pueda seguir cotizando y contribuyendo al bien productivo si no se encuentra del todo mal. E igualmente, al momento de este retorcimiento del lenguaje, nos dice, muy ufana ella, que, por supuesto, quiere ser muy clara. Que la salud es un derecho de los trabajadores que deben proteger las empresas y que para este Gobierno es irrenunciable. Así, con todo su cuajo y su cara dura de abogada estirada con aire de pseudo izquierda.
Dijo en cierta ocasión el multimillonario norteamericano Warren Buffet que «la lucha de clases existe, lo que pasa es que nosotros la estamos ganando». Hemos llegado a un punto en que todos aquellos derechos que los trabajadores habían ido consiguiendo al largo de los siglos, empiezan a mermar. Y, para más inri, por culpa de las manos cubiertas en las mejores cremas de rejuvenecimiento de la llamada izquierda social y progresista. Esa izquierda que es capaz de decirnos «votadnos, que nosotros defendemos a los obreros. Nosotros somos los que buscamos vuestra liberación frente al poder y al capital». Pero resulta que, una vez que se encuentran en la cúspide de la pirámide, todas aquellas promesas se desvanecen, y no solo eso, sino que, además, sus propuestas se revierten en contra de los beneficios sociales de los propios obreros, o de la clase trabajadora.
Gracias a esta señora volvemos a padecer, otra vez más, la perversión del lenguaje. Comprobamos que cuanto peor van las cosas más se dulcifican, como decía Julio Anguita. Reformas por recortes, pedir sacrificios a la ciudadanía por rebajas de sueldo, flexibilizar el mercado laboral por despidos, gravamen de activos ocultos en ver de amnistía fiscal para los defraudadores, burbuja inmobiliaria por especulación, condonaciones de deuda por financiación singular… y como no, ahora, la nueva pirueta: la baja flexible.
La nueva moda es crear una percepción difusa al derecho del trabajador. Eso de que cuando se está enfermo no se trabaja, pues, según nuestra ministra, tampoco es para tanto. Ahora, se puede trabajar estando enfermo. No es necesario descansar tanto, un paracetamol y arreglado viene a decir nuestra ministra socialista y progre, convertida en médica, desde su silloncito o escaño del Congreso.
En el siglo XIX y parte del siglo XX el movimiento obrero tenía un discurso de Estado: el socialismo, el comunismo e incluso la anarquía. Bajo sus movimientos había un llamamiento a luchar por la instauración de un nuevo orden donde no solo salieran beneficiadas las élites. Sin embargo, en los tiempos que corren, el capitalismo, al verse sin oposición, lo ha devorado todo hasta el punto de llevarnos a la ceguera o a eso que Vicente Romano dio en llamar la «formación sumisa». Y si no que se lo pregunten a los sindicatos, que en lugar de poner el grito en el cielo ante tal barbarie salida por boca de la progre ministra, parecen más pendientes de no levantar la voz y seguir cobrando la subvención para continuar comprándose los foulard que se anudan al cuello en cada intervención festiva, a juego con sus mocasines, eso sí.
Decía José Saramago en su Ensayo sobre la Ceguera que «ya éramos ciegos en el momento en que perdimos la vista, el miedo nos cegó, el miedo nos mantendrá ciegos». Algo por el estilo ocurre hoy día. El miedo a perder los privilegios al cobijo del Estado nos lleva a estar calladitos. A no protestar. A dejarlo todo en manos de quienes se auto invisten en los protectores del trabajador, que resulta ser una izquierda progre y exquisita, a quien no le tiembla el pulso ni la voz a la hora de traicionar sus propios valores ni los valores de la ciudadanía que les votó y les puso al frente del Gobierno.
La historia nos ha enseñado que las conquistas habidas, en el avance ético y moral han sido posibles gracias a quienes no eran ciegos ni tampoco querían serlo, decía Julio Anguita. A pesar de que la ceguera que nos pretenden imponer es seductora, colmada de palabras dulcificadas, de realidades virtuales y de estadísticas macroeconómicas insustanciales, yo tengo muy claro cuál es la verdadera realidad. Me resisto a estar ciego con un ejercicio extenuante de capacidad crítica. Me tapo los oídos, como Ulises, ante los dulces sonidos de sirenas embaucadoras.
Lo único que me queda claro ante la señora del chalequito blanco polar, es que ya se han perdido muchos derechos por parte de los trabajadores para que ahora, gracias a una ministra que se llama socialista, nos pretendan quitar un pilar básico de los derechos de los trabajadores. Algo tan evidente como que cuando se está enfermo no se puede trabajar.
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