Jorge Manrique, poeta y hombre de armas, dejó en las “Coplas por la muerte de su padre” una sentencia que ha devenido tan inmemorial como cierta en algunas ocasiones: «…cómo a nuestro parescer/ cualquiera tiempo pasado/ fue mejor». No soy una persona nostálgica ni suelo aferrarme a tiempos pasados para contemplar una foto amarillenta y llorar a veces de lo que fuí o de lo que fueron mis familiares, amistades o de las aventuras y desventuras del pasado.
No sé si mis fieles lectores convendrán conmigo en que aquellas generaciones que nacimos después de la postguerra nacional y mundial del siglo XX, nos sentimos asombrados hoy por lo que en este primer cuarto del siglo, se podría llamar el “Mayor Espectáculo del Mundo”, una gran película interpretada por grandes estrellas de los años 50 como James Stewart o Betty Hutton y que giraba alrededor de las vidas y dramas de la gente del circo…
Al vértigo que nos producen los avances de la alta tecnología e internet y los profundos cambios de orden político, cultural o social que se están desarrollando en España, se une el desasosiego que nos produce la falta de solidez, sinceridad y coherencia de la mayoría de nuestros políticos y gobernantes. Uno recuerda, por ejemplo, el decoro y el respeto con la que los procuradores y diputados y senadores desarrollaban su trabajo en Las Cortes de la “dictadura” y en las de la “transición democrática”. Sin embargo, se nos hace difícil encontrar una respuesta al preocupante grado de tensión y desprecio,entre quienes hoy representan a los ciudadanos en las instituciones del Estado, sean locales, autonómicas o nacionales.
El haber tenido el privilegio de servir a España desde los escaños de nuestras Cortes Generales e incluso del Parlamento Europeo durante los años en los que los del hacha y la serpiente, asesinaban con crueldad inusitada a políticos, policías, militares, mujeres y niños inocentes y haber asistido a funerales y entierros de compañeros muy cercanos, en San Sebastián, Madrid o Málaga, te deja una herida profunda en el alma y el corazón. Es por eso que me produce una gran indignación, tristeza y perplejidad la frialdad con la que Sánchez y sus serviles admiradores, se disponen a “borrar definitivamente” de la memoria de los españoles los hechos y los autores de los crímenes más deleznables de la democracia, aligerando la excarcelación de los más sanguinarios asesinos, incluso la de sus propios compañeros de partido con elm solo fin de mantenerse en el poder.
A la ineptitud manifiesta de los diputados de la oposición de la Comisión de Justicia que escondidos en la madriguera, alegan un “error” que les señala y avergüenza, se une las descaradas “mentiras”, con las que la “gélida” portavoz del Gobierno, Pilar “Alegría”, pretende justificar tamaña decisión mediante palabras engañosas de tal calibre, que los propios periodistas parecen rendirse ya ante la evidencia de que el “ padre de la mentira” que hoy preside el Gobierno ha infectado a todos sus miembros: “… Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.” ( Juan 8,44).
En este ambiente de desconcierto y crispación de la sociedad española, me preocupa, como a todos los católicos españoles, el encuentro que este viernes parece que el Papa Francisco va a mantener en los salones del Vaticano con quien pretende autocalificarse sarcásticamente como “padre de la paz”...
Santidad: una gran mayoría de españoles católicos nos sentimos inquietos al menos en nuestro espíritu, por este reencuentro. Como dijo su antecesor San Juan Pablo II: “Hasta que quienes ocupan puestos de responsabilidad no acepten cuestionarse con valentía su modo de administrar el poder y de procurar el bienestar de los pueblos, será difícil imaginar que se puede progresar verdaderamente hacia la paz”. Cuente con mis oraciones.
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