I El amanecer se filtraba por la ventana, y aunque el día avanzaba, todo se sentía lejano. Las calles resonaban con los sonidos de siempre, y la rutina seguía su curso, mientras una sensación de vacío lo inundaba. Las conversaciones y las palabras flotando a su alrededor ya no lograban conectarlo con los demás.
En busca de respuestas, decidió alejarse, no del mundo exterior, sino de sí mismo. Se adentró en una cueva que solo conocía en su interior, en el silencio profundo de su alma. Allí, intuía que encontraría lo que siempre había estado buscando, el reino de Camelot.
No era una fuga, sino un intento de reconectar con una verdad olvidada.
II El nombre de Arturo lo había acompañado toda la vida, pero ahora adquiría un nuevo significado. Arturo era más que un héroe de leyenda, era la personificación de su propia lucha interna.
Al reflexionar en esa cueva, se dio cuenta de que no había batallas con espadas, sino enfrentamientos con las verdades que tanto había evitado. Cada decisión que había esquivado, cada verdad no afrontada, se convertía en una carga difícil de soportar. Las excusas que solía dar para evadir la realidad ahora se revelaban como heridas abiertas.
Entendió que la única manera de proteger su Camelot interno era enfrentarse a esas verdades, esas mismas que se negaba a ver.
III Los días pasaban uno tras otro, en un ritmo que parecía siempre el mismo. Las interacciones con los demás, las palabras que intercambiaba, se sentían vacías. Mientras caminaba por las calles, era como si el mundo a su alrededor se difuminara.
Las sombras de los rostros familiares le parecían distantes, desconectadas. La neblina que lo envolvía no era externa, era su propia incapacidad para ver más allá de lo evidente.
La luz que todos compartimos, ese brillo que une a los seres humanos, estaba oculta tras un velo de distracciones y olvidos. Sabía que tenía que despertar, que Camelot no era solo un reino lejano, sino un lugar que debía redescubrir dentro de sí.
IV En el fondo de la caverna del alma, no aquella donde las sombras gobiernan, sino más allá, donde la luz dormita, allí yace Camelot, un reino que habita en la frente de todos. El rey Arturo lucha incansable, no con espadas, sino con verdades. Defiende el reino de la chispa eterna, la que somos, la que ignoramos en los laberintos de nuestra ceguera. Dormidos en el vaivén del mundo, nos olvidamos del brillo compartido, presos en la neblina de lo tangible, mientras el reino de la luz se despliega ante ojos cerrados. Yo también ando por las tierras bajas, deambulando a tientas con los ojos abiertos. En el fondo, ¿qué importa? Si el reino está ahí para los que lo buscan, y la bestia, para los que prefieren no verlo. (Camelot. APR. Octubre, 2024)
V De vuelta al mundo exterior, sintió algo distinto en su interior. Ya no estaba perdido entre las conversaciones sin sentido. Algo había despertado en su “íntima intimidad”, una comprensión profunda del poder de las palabras.
La poesía, que antes le parecía un mero juego de letras, ahora se presentaba como fulcro potente. Cada verso, cada palabra que pronunciaba, cobraba un nuevo significado, una nueva profundidad. Descubrió que Camelot no era un lugar lejano ni un reino olvidado en la historia. Camelot estaba en su interior, aguardando su regreso.
El mundo seguía su curso, con los mismos sonidos y las mismas calles, pero ahora lo veía con claridad. Comprendió que el verbo tenía el poder de transformar, de hacer visible lo invisible.
Cada palabra era una victoria sobre la niebla, una afirmación de su propio ser. El miedo a la verdad había quedado atrás, y ahora caminaba con la certeza de que esa luz, la suya, siempre había estado allí.
Con esta nueva visión, decidió regresar al mundo, no para perderse entre la rutina, sino para habitarlo con plena conciencia. Con el Logos como guía, su Camelot está a salvo, listo para ser defendido con la verdad y la poesía.
VI Ayer se le vio feliz; solo él sabe por qué.
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