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Hilo de Ariadna

​Apelar a la mitología clásica es siempre una opción razonable para arrojar luz sobre el caos que nos asedia, al que solemos denominar “mundo”
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 25 de octubre de 2024, 11:32 h (CET)

Apelar a la mitología clásica como fuente de metáforas, alegorías o simbolismos es siempre una opción razonable para arrojar luz sobre el caos que nos asedia, al que solemos denominar “mundo”. Por poner un ejemplo, la noción de “hilo de Ariadna”, que a Teseo le sirvió para ahondar en el laberinto y poder abandonarlo tras matar al Minotauro, sugiere una analogía aplicable a diversas escalas. Necesitamos, metafóricamente, de ese hilo o cordón para sobrevivir día a día sin despegarnos demasiado de la realidad que nos cerca y determina.


Pienso que todo es un efecto de la perplejidad que nos invade desde que adquirimos uso de razón. Ignoramos si nuestra vida, nuestra especie y nuestra realidad en general tienen algún propósito y requerimos una guía, o un sucedáneo de la misma, que nos oriente y mantenga a flote. Y para eso están los diversos relatos que se ponen a nuestra disposición, entre ellos los de las religiones. Estas proporcionan a sus devotos una explicación del cosmos, la que sea en cada caso, y los hacen partícipes de una verdad inalterable que los integra con otros semejantes insuflándoles sosiego. Se trata, en esencia, de sentirse parte de algún proyecto, ecuménico o de andar por casa, que da lo mismo. También son útiles para lo mismo las ideologías, como proveedoras de valoraciones y conductas, pero, sobre todo, como vehículos de conexión con otros humanos que comparten las mismas seguridades.


Religiones e ideologías proporcionan hilos fuertes y resistentes para mantenernos fijados a un suelo que nos tranquiliza y nos calma. Otra opción, menos tranquilizadora, consiste en transitar el mundo con la sola convicción del raciocinio, a pecho descubierto, sin verdades seguras. Me inclino por la misma, pero su hilo es fino y frágil; nos deja a merced de los vientos del acontecer de cada día, sin que ya ni la ciencia nos sirva de consuelo, henchida, cada vez más, de fundamentalismo científico, o segmentada en porciones muy especializadas que nos dejan, muchas veces, sin respuestas, o que incluso nos prohíben buscarlas más allá del redil de la ortodoxia. Asimismo, hay quienes no tienen ningún hilo, ni fuerte ni débil, y deambulan sin rumbo ni objetivo. No se lo deseo a nadie.


Más allá de lo individual, está el conjunto, es decir, la sociedad política, de la nación o del mundo, que se presenta hoy con hilos muy débiles e incluso sin ninguno, al menos en nuestro entorno occidental en decadencia. Puede ser que, en realidad, estemos asistiendo a la sustitución de unos hilos por otros, o por uno solo, único e incontestable. No parece que tengamos claro de dónde venimos y, en caso de que sí lo tengamos, tendemos más bien a rechazar ese origen a través del revisionismo y de otras bagatelas que se van insertando en nuestros idearios más extendidos. Además, y tal vez como consecuencia de lo anterior, también se echan en falta proyectos de futuro variados en torno a lo que fuimos y seremos. Solo se vislumbra el proyecto planetario que pende, sin que nos hayan preguntado, sobre nuestras cabezas. 


¿Hemos roto el hilo de Ariadna que contribuía a darnos consistencia como civilización? Parece que poseemos aún nuestros hilos individuales, los que sean en cada caso, como método para huir del designio confuso de un orbe sin sentido, que es lo que se genera cuando se quiebran todos los sentidos en favor de uno solo inoculado desde arriba.


Aunque seguimos conservando, o eso creemos, cada uno de nosotros, ese hilo propio, basado en sentimientos, en retazos de creencias o ideologías que aun flotan en el ambiente, o en un simple hedonismo de conformación elemental, no estamos muy lejos de perderlo o de advertirlo definitivamente frágil y averiado.


Tal vez la libertad no sea otra cosa que la posibilidad de elegir nuestro hilo, o al menos de sentir que lo elegimos para acogernos a la seguridad de su amparo. Y es eso justo lo que está en peligro.

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