Mañana celebramos la Solemnidad de Todos los Santos, una fiesta que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia vocación a la santidad y a unirnos a ese "canto de alabanza" que proclama la antífona de entrada de la Misa: “Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar este día de fiesta en honor de todos los santos: de esta solemnidad se alegran los ángeles y alaban al Hijo de Dios”. En este día, nos unimos en espíritu a esa inmensa comunidad de hombres y mujeres que han alcanzado el Cielo, muchos de los cuales permanecen desconocidos para nosotros, pero no por ello menos importantes en la historia de la salvación.
La visión de San Juan: una esperanza de Redención
La fiesta de hoy nos recuerda la visión del vidente de Patmos en el capítulo 7 del Apocalipsis, que recoge la primera lectura de la Misa. En ella, San Juan ve primero a 144.000 justos de las doce tribus de Israel (número simbólico), y luego contempla “una inmensa muchedumbre que nadie podrá contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua... todos están marcados en la frente y vestidos con vestiduras blancas, lavadas en la sangre del Cordero”. Esta multitud representa a todas las almas redimidas por Cristo, provenientes de diferentes épocas, culturas y condiciones de vida, que han alcanzado la vida eterna.
A lo largo del año litúrgico, veneramos a muchos santos que la Iglesia ha proclamado oficialmente, pero hoy festejamos a esa multitud incontable que también ha llegado al cielo después de una vida de amor, paz y entrega a los demás. Son personas comunes, como nosotros: estudiantes, trabajadores, madres, padres, ancianos, jóvenes... hombres y mujeres de todas las ocupaciones y talentos, que recorrieron su vida en la tierra quizá sin ningún brillo humano, pero que alcanzaron la gloria celestial y ahora interceden por nosotros.
Un canto de esperanza para todos nosotros
La solemnidad de Todos los Santos es también un canto de esperanza para quienes seguimos en este camino. Al mirar sus vidas, sabemos que si somos fieles y perseveramos, alcanzaremos, como ellos, la gloria eterna. Estos santos experimentaron dificultades similares a las nuestras, y tuvieron que recomenzar muchas veces, como nosotros procuramos hacer. No fueron perfectos; enfrentaron derrotas y, en muchos casos, pidieron perdón al Señor y su ayuda para seguir adelante.
Recordemos que Dios quiere nuestra felicidad, la plenitud del amor, y eso requiere luchar contra nuestras pasiones y tendencias desordenadas. Los santos que hoy celebramos no nacieron perfectos; se hicieron santos a través de la lucha, del arrepentimiento y de un constante volver a empezar. Es reconfortante pensar que en el Cielo, contemplando el rostro de Dios, están personas con las que hemos tratado en esta vida y con quienes seguimos unidos en el amor: padres, abuelos, hermanos y amigos.
El premio eterno: una promesa de felicidad
El segundo punto que esta fiesta nos inspira a considerar es el premio que ya han recibido estos santos y que, por la misericordia de Dios, también podremos recibir nosotros. San Pablo nos da una imagen de esta recompensa: "Ni ojo vio, ni oído oyó, ni ha pasado por mente humana lo que Dios tiene preparado para los que le aman". Esta promesa de felicidad eterna es un recordatorio de que vale la pena vivir una vida centrada en el amor a Dios y a los demás. Como en la parábola de Jesús, "¿de qué le sirve al hombre ganar toda la tierra, si al fin pierde su alma?".
La vida en la tierra es fugaz, pero el cielo es para siempre. Allí gozaremos de una plenitud y felicidad que sobrepasa cualquier aspiración humana. Ejemplos como el del personaje de la película Balarrasa nos invitan a recordar lo efímero de las ambiciones terrenales frente al valor eterno de una vida entregada a Dios y al bien.
La Comunión de los Santos: una Iglesia unida en el Amor
Finalmente, esta solemnidad nos invita a contemplar otro dogma central de la fe católica: la Comunión de los Santos. La Iglesia, en su totalidad, incluye a los santos del Cielo (la Iglesia Triunfante), a las almas en purgatorio (la Iglesia Purgante) y a nosotros, los fieles en la tierra (la Iglesia Militante). Todos formamos una misma familia en Cristo, y los lazos que nos unen con los santos son fuertes y vitales. Ellos interceden por nosotros ante Dios, y nosotros podemos acudir a su ayuda en nuestras luchas diarias.
Los santos no están lejanos ni inaccesibles; son hermanos y hermanas que, habiendo alcanzado la meta, están comprometidos en ayudarnos a llegar al mismo destino. San Agustín dijo que “los santos nos ayudan a comprender que somos parte de una familia divina”. Al celebrar esta fiesta, pidamos la gracia de seguir sus pasos y la ayuda de su intercesión para perseverar en el amor.
Conclusión: un camino de santidad para todos
La Solemnidad de Todos los Santos nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad, que no es otra cosa que vivir en el amor y la fidelidad a Dios. La santidad no es un ideal reservado para unos pocos elegidos, sino un camino al que todos estamos invitados. Que esta fiesta nos inspire a vivir con la esperanza del Cielo, sabiendo que, con la ayuda de Dios y la intercesión de los santos, también nosotros podemos alcanzar esa gloria eterna.
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