Lo estamos comprobando con creces, hay días que son… TÉTRICOS. En los que no basta con la oscuridad o los nubarrones, las tinieblas adquieren rasgos insoportables, acumulando tragedias sin escrúpulos. Su peso aumenta por momentos, pesan las entrañas, pesa la respiración y nos abruman las presiones ambientales. La brutalidad inicial se desborda en innumerables desfondamientos; las aguas arrasan cuanto encuentran a su paso y los destrozos ocupan espacios y personas sin contemplaciones. Con el corazón encogido, no da tiempo a pensar, sólo a mantenerse agarrados a la angustia del sufrimiento absoluto. El abatimiento es el primer señor de estos momentos, supera los horizontes nefastos.
No pocas veces nos enfrascamos con las trifulcas movidas por naderías y poses insustanciales. En las desgracias de estos días nos retrotraemos al temor a los TITANES de la Naturaleza, esos que aparecen en determinadas ocasiones. Nos abrasan con su lava, con los vientos descompasados, las sequías crueles, tsunamis e inundaciones como las actuales. Por si no fueran suficientes sus amenazas, asoman en el horizonte los aprendices humanos para intentar proezas de ese calibre, sin ningún escrúpulo con miras a las consecuencias originadas. Las energías sobrepasan las medidas habituales a base de tragedias de dimensiones impresionantes. La realidad se convierte en una enseñanza.
En estas circunstancias se entiende aquella poesía fulgurante de Blas de Otero con su lamento sangrante:
Déjame
Me haces daño, Señor. Quita tu mano de encima. Déjame con mi vacío, déjame. Para abismo, con el mío tengo bastante. Oh Dios, si eres humano, compadécete ya, quita esa mano de encima.
En efecto, hay momento de sentirse aplanados, cuando todo arrastra hacia el fondo y no se aprecian salidas. La desesperación ofusca los pensamientos, el cerebro ni siquiera da abasto a los sentimientos. En esta marejada no tienen lugar los razonamientos entretejidos con argumentos.
Es cierta la enorme propensión a cantar las situaciones lamentables en la poesía de Blas de Otero; aunque se queda corta cuando la intensidad de las congojas se muestra con aires cósmicos. Por mucho intento de un decir armonioso, se impone el sentir de lo inabarcable. La distancia se muestra incapaz de calibrar la hondura de los padecimientos.
En el ritmo habitual de las existencias, el final siempre asoma trágico en lontananza, pero la secuencia de las penalidades se adapta a los círculos personales. Estamos al borde de la catástrofe en dimensiones reducidas. Nos vemos superados en las situaciones donde confluyen el número de personas afectadas y la condensación del tiempo en unos momentos de escasa duración. La CONFLAGRACIÓN configura un fenómeno de características sublimes por la acumulación de sufrimientos y tragedias personales. No caben demasiadas disquisiciones valorativas, requieren otros momentos y condiciones. El estupor ocupa las mentes con los arrestos urgentes para intentar moderar el desastre.
Ante los desastres de semejante envergadura no valen los discursos frívolos de mentes dispersas. Vuelvo también a la poesía, Walt Whitman en este caso, cuando se refiere a los PENSAMIENTOS de todos los hombres, en toda época y país, si no son vuestros tanto como míos, poco o nada son. Este es el aire común que baña el globo. Es decir, sólo hay una forma de gente racional de sentir el desastre en sus interiores; de lo contrario, poco o nada de humano tienen. Las gentes dispersas ya asoman en las manifestaciones percibidas en los medios; ni por asomo entro en mayores consideraciones sobre ellos. El pensamiento como tal queda absorbido por las tragedias y las innumerables penalidades ocasionadas.
La MAREA no establece ningún tipo de diálogo, se limita a ejercer sus potencialidades con sus ritmos crudos. Por un lado, arrumba las posibles preguntas, enlaza con sus orígenes y los nuestros, pero sin explicaciones. La inmediatez de los fenómenos surgidos de su voracidad acapara las vivencias instantáneas de los afectados. Y el incierto final de sus desmanes sofoca las posibles iniciativas. Nos extrae de las dimensiones habituales para someternos a su endiablada rigidez de los procedimientos. Con el caos y los aires cuánticos en la mente, ni por asomo nos acercamos al conocimiento de sus pormenores, con la invasión quizá intuida, pero imposible de controlar.
Chocando con los diversos sustos del absurdo existencial, en el momento del accidente ya es inevitable. A la fuerza hemos de convertirnos en FUGITIVOS. Sí, en fugitivos de tal suceso, para bordar incansables nuevas propuestas:
Nos queda buscar el buen lenitivo Cada uno verá si superlativo; Pues para encontrar verdadera dicha, Crepitará de amor un fugitivo.
No valen renuncias indolentes ni ansias desaforadas, contamos con los atributos de personas heridas, pero inteligentes.
El desaliento y el pánico son provocadores, aturden y nos convierten de seres atolondrados sin norte. Habremos de volverá considerar las rimas de Whitman, para evitar la mediocridad y encarar la tarea con orgullo y sin miedo; él dice que, aprovechando la experiencia de quienes nos precedieron como poetas muertos, pero acaba con aquello de la sociedad de hoy somos nosotros, los poetas VIVOS. La vida es desierto y oasis, nos derriba y nos lastima, nos enseña también y nos convierte en protagonistas. Como dice en otros versos, disponemos de los placeres y los tormentos; con respecto a estos últimos, adopta la resolución inamovible de traducirlos a un lenguaje nuevo.
En la marabunta de respuestas encontraremos registros para todas las sensibilidades. No podemos perdernos en divagaciones sin perder el rumbo. La sensatez, la cordura y la armonía nos van a exigir un buen sentido DISCRIMINATIVO, para ir recogiendo los brotes verdes tan necesarios para la asimilación de la catástrofe y estimular el buen carácter participativo y colaborador en la comunidad.
Surgen expresiones con todos los formatos, pero la mejor quizá sea el silencio respetuoso, que vengo a resumir en este Haiku:
La música sabia Comprende los sentires. Callan las cuerdas.
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