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Autoridad eclesial

Los pastores que no han sido enviados por Dios no pueden predicar la verdad de su Palabra
Octavi Pereña
lunes, 4 de noviembre de 2024, 10:03 h (CET)

La ordenación de José Luís Serrano Pentinat, el sábado 21 de septiembre de 2024 en la catedral de La Seu d’Urgell como obispo coadjutor, el arzobispo d’Urgell trata el tema de las ordenaciones en su escrito “Acojamos al obispo coadjutor d’Urgell” (La Vanguardia 15/09/2024). Trataré el tema desde la perspectiva bíblica no desde el humanismo cristiano como hace el clérigo.


La pregunta que tenemos que hacernos antes de continuar es: ¿De dónde procede la autoridad?  Por creación de Dios, el cual  la delega en el hombre. La primera autoridad delegada recae en los padres: “Honra a tu padre y a tu madre…” (Éxodo 20: 12). Nos será muy útil entender la relación hombre/mujer. Con un feminismo extremadamente extremista es muy difícil tratar dicha cuestión sin que se produzcan chispas. Se tiene que encarar a ello si en verdad se quiere llegar al fondo de la cuestión. “Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues es imagen y gloria de Dios, pero la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad  sobre su cabeza por causa de los ángeles”. (1 Corintios 11: 7-10). “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios es la cabeza de Cristo” (1 Corintios 11: 3). Todos sujetos a Dios el Padre. El apóstol Pablo finaliza el tema del marido como cabeza de la esposa, escribiendo: “Por esto dejará  el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne. Grande es este misterio, mas yo digo esto respecto de Cristo y de su iglesia” (Efesios 5: 31, 32). La carnalidad nos impulsa a rebelarnos contra la autoridad suprema de Dios: “Y Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí era bueno en gran manera” (Génesis 1: 31). La oposición que levanta la relación hombre/mujer tal como la ha instituido el Creador, considero correcto aplicar a este tema las palabras que el señor de la viña dice a los jornaleros que había contratado y que habían trabajado de sol a sol en la viña que se quejaron de que los obreros contratados con posteridad cobraron un denario lo mismo que ellos: “¿No me es permitido hacer lo que quiera con lo que es mío?” (Mateo 20: 13). Habiéndonos vacunado contra el veneno del machismo y feminismo radicales, pasemos a examinar cómo se tienen que gobernar las iglesias de las cuales  Cristo es la Cabeza. Por descontado que el pensamiento de Cristo al respecto solo lo podemos encontrar en la Biblia. A pesar de que el Libro lo escribieron hombres, éstos lo hicieron siendo inspirados por el Espíritu Santo (2 Timoteo 3: 16). Es lo mismo que decir que el dedo de Dios ha escrito la Biblia. Por medio de la Biblia Dios nos habla y nos dice qué necesitamos escuchar, no lo que nos gusta que nos digan. ¿Escucharemos la voz de Dios o preferiremos mantenernos en nuestros trece?


De la lectura del libro de Hechos que es la historia de la iglesia apostólica se desprende que la iglesia no es un ente gigantesco, una multinacional religiosa, conocida entre nosotros como Iglesia Católica, sino una multitud de pequeñas iglesias locales que los miembros que son verdaderos cristianos son los miembros del cuerpo místico de Cristo del que es la Cabeza. En el aspecto local cada iglesia se autogobierna siguiendo las instrucciones que el Espíritu Santo da con el instrumento  de  la Biblia.

Cristo la gobierna, escogen  a sus pastores, administran disciplina, predican el mensaje de la Biblia sin añadir ni recortar. La Biblia es la lámpara que ilumina su andadura. Con mente abierta y espíritu libre de prejuicios, con la humildad necesaria para desprenderse del egoísmo, los cristianos son conscientes que tienen que pedir a Dios la sabiduría necesaria “el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y les será dada” (Santiago 1: 5). Preparados para recibir la sabiduría que Cristo como Cabeza de la iglesia desea compartir con nosotros. Acudamos a I Timoteo 3: 1-7, en donde encontraremos las instrucciones que Cristo da para el buen gobierno de las iglesias locales. El texto comienza diciendo: “Palabra fiel, si alguien ansia el pastoría, buena obra desea” (v. 1). Ser pastor que guía a las personas que han creído en Cristo como Señor y Salvador a  crecer   en el conocimiento de Él, es desear ejercer el oficio más noble entre los más nobles.


Acto seguido el texto describe las cualidades que tiene que reunir el hombre que aspire a pastorear almas. Su lectura tendría que desanimar a muchos aspirantes a ser pastores por no estar dispuestos a pagar el elevado precio que exige su ejercicio: “Pero es necesario que el pastor sea irreprensible marido de una sola mujer, decoroso, hospedador, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad” (vv. 2-4). Eso significa que el pastor tiene que ser una persona guiada por el Espíritu Santo y que dé su fruto (Gálatas 5: 22-26). Los fieles de la iglesia en donde el pastor ejerce su ministerio son los responsables de disciplinar a su pastor en caso de que ello sea necesario. Ser miembro de una iglesia cristiana exige una gran responsabilidad ante los hombres y lo que es más importante, ante Dios.


El miembro perfecto de una iglesia cristiana en el tiempo presente no existe. Ello exige arrepentimiento que es el reconocimiento ante Cristo Cabeza de la iglesia que no es quien tiene que ser. Pide a Jesús el perdón de sus pecados, le renueva y lo fortalezca y haga de él un miembro responsable de la iglesia. El peligro del clan  es muy frecuente en las pequeñas iglesias. Todas las precauciones son pocas.


El pastor, “también es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo” (v. 7). Adecuadas son las palabras de Jesús: “Cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeñitos que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y se le hundiese en lo profundo del mar” (Mateo 18: 6).

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