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‘Ecolatría’

Ciertas teorías de la conspiración funcionan como religiones
Juan Antonio Freije Gayo
viernes, 15 de noviembre de 2024, 10:56 h (CET)

Resulta sugestiva la emergencia de las religiones no teístas. No me refiero al budismo o al taoísmo, sino a esas otras creencias que proliferan en nuestros días. Ciertas teorías de la conspiración funcionan como religiones, pero, además, se van conformando otras, entre las que cabría destacar la denominada “ecolatría”, por utilizar el nombre que le dio Fernando Savater hace ya tres décadas, cuando publicó, en Ediciones Libertarias, el ensayo titulado “Sin Contemplaciones”, uno de cuyos artículos o capítulos, con el encabezamiento “Ecolatría”, contenía reflexiones sobre la cuestión.

Caracteriza Savater al radicalismo ecológico: ““lo que el ecólatra venera, lo sepa o no, no es el logro de un mejor hábitat para el hombre, sino la pureza antihumana de una naturaleza de la que el hombre está ausente”.


Se ha ido difundiendo, de este modo, un panteísmo, una suerte de religiosidad o misticismo que se pretende racional, pero que no lo es. Se puede ser religioso sin fe deísta, y este sentimiento religioso, válido para ateos, agnósticos y creyentes, no tiene límites en arrobo y consideraciones. De eso va la religión medioambiental, no de Ciencia, por si alguien tiene duda, pues se parte, como partía la Teología, de una revelación.  Es el “credo ut intelligan” (creo para comprender) de Anselmo de Canterbury interpretando a San Agustín. Vamos, que la ideología viene de serie, antes de añadir el razonamiento.


Escuchando y leyendo algunas cosas, pienso en nuestros antepasados paleolíticos, huyendo de los rigores de la intemperie mediante el fuego, las pieles y otros artificios. Todo el devenir del Homo Sapiens Sapiens , jalonado de avance tecnológico y mejoras en las condiciones y expectativas de vida (pensemos en determinadas vacunas, en los antibióticos, en la construcción de infraestructuras..), es puesto en jaque por el nuevo dualismo; como aquel otro que distinguía, y distingue, entre cuerpo y espíritu, entre el mal de la carne y la limpieza del alma, diferencia este dualismo renovado entre la pureza de la naturaleza sustantivada y la profanación humana y técnica, en una vuelta al concepto de pecado original, construido ahora alrededor de los avances y el progreso.


Deberíamos saber que no se trata de ciencia ni de conocimiento, sino de ideología impregnada de colectivismo, con los mantras propios de los liberticidas, de los que son y de los que han sido, que nada nuevo encontramos bajo el sol.


Michael Crichton, médico de formación y escritor de éxito (“Parque Jurásico” o “Estado de Miedo”, entre otros), así como apasionado de la ciencia, fue un azote de lo que él mismo denominó “religión ecologista”. Opinaba que gran parte de los planteamientos proteccionistas del medio ambiente en su país se basaban en conclusiones manipuladas y en exageraciones, siendo muy dependientes de quién financiaba cada estudio. Y así lo reflejó en su novela “Estado de Miedo”. Consideraba, en general, que los estudios científicos deberían orientarse a la búsqueda de verdades y no a confirmar la fe, pues esto último constituye, y eso es ya observación mía, el “credo ut intelligan” al que aludíamos más arriba.


Y como aquellos que militan en el lado de lo políticamente correcto tienen una visibilidad mediática hipertrofiada por exceso, traigo aquí al danés Bjørn Lomborg, más desconocido del gran público, ya que no forma parte de los estimados como “buenos”. Es el autor de “El ecologista escéptico”, desde cuya publicación han transcurrido más de veinte años, sin que su mensaje haya calado demasiado en los ambientes oficiales, tal vez por alejarse de la ortodoxia conceptual en estas cuestiones, como exmiembro de “Greenpeace” que emprendió la senda difícil de “ya no soy de los nuestros”, por recordar la expresión atribuida a un alcalde franquista en el final de la dictadura. Ha realizado el antiguo ecologista afirmaciones que colisionan con el discurso al uso, como esta: “Si quieres hacer el bien, debes asegurarte de que persista el libre comercio”, que supone una refutación del mensaje colectivista que impregna la doctrina medioambientalista, gran parte de cuyos acólitos nutren las filas de esos enemigos del comercio a los que puso nombre Antonio Escohotado. Dijo asimismo Lomborg que “el cambio climático es importante, pero para la inmensa mayoría del planeta hay problemas más acuciantes”, lo que parece ir más allá de lo tolerable para los defensores de la pureza doctrinal del credo emergente.


Solo son algunos ejemplos de que el pensamiento puede discurrir por distintos derroteros de los dispuestos por los guardianes de la ortodoxia, sin caer por ello en una condenable herejía. Ojalá admitiesen esto dichos guardianes. Me bastaría con eso. Pero no sé si será posible.

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