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La educación social y política

La falta de respeto a las personas y a las instituciones que representan, han desembocado en un clima de crispación pública que es lo más alejado de la necesaria convivencia pacífica y ordenada en nuestra sociedad
Jorge Hernández Mollar
sábado, 8 de octubre de 2016, 10:58 h (CET)
Con una cierta perspectiva y después de transcurridos unos días desde el triste espectáculo que se fraguó alrededor de la dramática batalla que estalló públicamente entre los dirigentes del partido socialista, convendría destacar algunos aspectos que analizados con rigor y objetividad, pueden servir para que los actuales líderes de los distintos partidos políticos tomen buena nota y les sirva de reflexión.

La primera conclusión es que la deflagración del sábado ocurrida en la sede de Ferraz, no fue solo el fruto de un calentamiento entre “bandos”, sino el resultado de una profunda crisis que en el lenguaje contemporáneo se podría definir como estructural.

El ex Ministro socialista Josep Borrell, curiosamente oponente ácido a las reflexiones de Felipe González y encendido defensor de las tesis sanchistas sobre la tan discutida investidura del presidente Rajoy, dejó caer en una entrevista televisiva, que la actual clase política no está preparada para estos embates por su nula experiencia laboral o profesional y su rápido encumbramiento a los cargos públicos.

No le falta razón al catalán Borrell a la vista de los continuos vaivenes y posicionamientos de los líderes de la “nouvelle vague” de nuestro espectro político. Iglesias, Rivera y el defenestrado Sánchez, a lo largo de estos frustrantes diez meses se han empeñado una y otra vez en convencer a los millones de votantes españoles de su inocente bondad y de su virginidad política.

Pero al contrario de sus deseos, lo cierto y verdad es que como renovadores y salvadores de la maléfica vieja política se han visto enredados en su propia tela de araña y no solo no han convencido sino que parecen haber entrado en una tierra de nadie, víctimas de su irrealismo utópico y su inexperta ingenuidad. Lo preocupante es que la España del siglo XXI no puede permitirse el lujo de malgastar su precioso tiempo en frívolas y peligrosas aventuras pseudoestudiantiles.

Otra lección no menor es la débil educación en virtudes cívicas. La falta de respeto a las personas y a las instituciones que representan, han desembocado en un clima de crispación pública que es lo más alejado de la necesaria convivencia pacífica y ordenada en nuestra sociedad. Para liderar o militar en un partido o una organización cualquiera, es exigible una conducta modélica en cuanto a unas reglas mínimas de urbanidad, de amabilidad, de capacidad de diálogo, de talante personal al mismo tiempo que mostrarse convincentes en cuanto a la veracidad de sus argumentos, además de respetuosos con los del contrario.

La negatividad como concepto único argumental, repetido hasta la saciedad y el aburrimiento, ha terminado arrastrando a Pedro Sánchez a su réquiem político y a su partido al borde del abismo. El ciudadano necesita sentir y experimentar en los gestos y discursos de sus gobernantes y candidatos un álito de esperanza para sus dificultades diarias y sus problemas cotidianos. Lamentablemente lo que hoy está constatando es la general insuficiencia o inexistencia de educación social y política de esta nueva generación de aspirantes a administrar los bienes públicos.

Decía que el problema es estructural porque como afirma Ricardo Rovira en su libro: La educación política en la Antigüedad clásica. El enfoque sapiencial de Plutarco, el absentismo de los mejores en la vida pública es una de las causas de las calamidades políticas y sociales. Hay que llamar a la responsabilidad de participar en la política a los más capaces, a los mejor preparados.

Nada de esto será posible si nuestras familias, nuestras escuelas, nuestras universidades o las mismas empresas no asumen el deber y obligación de educar y formar a nuestros jóvenes. El mismo Plutarco en sus sabios Consejos de la Política para gobernar bien ya decía que para acceder a la vida política hay dos entradas, una rápida y brillante que conduce a la gloria, pero que suele ser efímera y peligrosa y otra prosaica y más lenta pero que es más segura.

Esta segunda vía es quizás la que hoy debe reconsiderarse desde el seno de los partidos obsesionados por una frenética y constante renovación. Aspirar a conseguir el poder solo con los votantes menores de 45 años, como sorprendentemente afirmaba la inefable Bescansa o desechar la experiencia y participación en la vida pública de los hombres ilustres a lo que se refiere el escritor griego, solo puede conducir a la decepción y al fracaso de nuestros gestores públicos y por ende al de nuestra sociedad.

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