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Mujeres en la Ciencia: la pitagórica Aesara de Lucania

Filósofa pitagórica, su nombre ha llegado hasta nosotros apenas sostenido por un fragmento de su obra "Sobre la naturaleza humana", rescatado por el doxógrafo Estobeo
María del Carmen Calderón Berrocal
sábado, 14 de diciembre de 2024, 12:50 h (CET)

Aesara de Lucania, mujer de espíritu y letras, habitó en los albores de los siglos IV o III a. C., en una época en que las palabras de las mujeres apenas hallaban eco en el tumulto del mundo. Filósofa pitagórica, su nombre ha llegado hasta nosotros apenas sostenido por un fragmento de su obra Sobre la naturaleza humana, rescatado por el doxógrafo Estobeo. Hay quien argumenta que el fragmento es una falsificación neopitagórica de época romana.


También se ha afirmado que el fragmento es pseudónimo y que proviene de un libro de texto de una de las escuelas sucesoras disidentes de Arquitas de Tarento en Italia en el siglo IV o III antes de Cristo.Arquitas de Tarento fue astrónomo, estadista, filósofo, general y matemático, contemporáneo de Platón.


A falta de pruebas sólidas que apoyen cualquiera de las dos hipótesis, no hay razón para suponer que el fragmento no fue escrito por una filósofa llamada Aesara en los siglos IV o III antes de Cristo

De Lucania, una tierra del sur de Italia bañada por los sueños y las pasiones de la Magna Grecia, Aesara fue hija de su tiempo y, quizá, también de su linaje. Algunos, en su afán por trazar genealogías improbables, la quisieron descendiente de Aresa, supuesta hija de Pitágoras y Téano. Otros, han visto en ella una inspiración o incluso un seudónimo de autores posteriores, aunque el fragmento que ha sobrevivido sugiere la voz de una mujer que pensaba por sí misma.


La obra que se le atribuye, escrita en un griego dórico que se aferra a las raíces de lo arcaico, nos propone una visión de la naturaleza humana como modelo para la ley natural y la moralidad. Los dóricos eran una de las cuatro tribus griegas de la Antigüedad.


Aesara era, al parecer, una indagadora de lo profundo, convencida de que en el alma humana se encuentra el reflejo del cosmos y la llave de la justicia. Dividía el alma en tres partes: la mente, que guía con juicio y pensamiento; el espíritu, que otorga fuerza y coraje; y el deseo, que alimenta el amor y la bondad. Estas tres funciones, sostenidas por principios racionales y divinos, eran, según ella, la base de un equilibrio que trascendía al individuo, extendiéndose al hogar y la sociedad.


En su visión, la armonía no era un concepto abstracto, sino un compromiso práctico y cotidiano. Los pitagóricos, que no se arredraban ante las convenciones de su tiempo, dieron a las mujeres un lugar en su escuela, aunque limitado por su visión de la responsabilidad femenina en la creación de justicia en el hogar, un reflejo del deber masculino en la esfera pública.


Aesara, con su teoría del derecho natural, proponía que esa armonía comenzaba en el alma, pasaba por la familia y culminaba en las instituciones sociales, un círculo perfecto que abarcaba la totalidad de la existencia humana.


Así, la sombra de Aesara se proyecta en la historia como la de una mujer que supo ver en la condición humana el germen de un orden justo.


Sus ideas, aunque preservadas en retazos, resuenan con la fuerza de quien habló no para su tiempo, sino para los siglos venideros, cuando las voces que fueron silenciadas encontraron, al fin, oídos para escuchar.

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