La violencia perversa, un fenómeno psicológico que emerge con fuerza en momentos de crisis, se caracteriza por la incapacidad de asumir responsabilidades emocionales o relacionales. Este tipo de violencia no se expresa de manera física, sino a través de la manipulación, el desprecio y la negación de la realidad emocional del otro. En las relaciones de pareja, puede tener consecuencias devastadoras, como lo demuestran las historias de Monique y Lucien, y de Anna y Paul.
1. La negación de la responsabilidad y el sufrimiento invisible
En el caso de Monique y Lucien, vemos cómo la falta de asunción de responsabilidades por parte de Lucien desencadena una serie de comportamientos que lastiman profundamente a su esposa. Lucien, incapaz de elegir entre su relación extramatrimonial y su matrimonio, delega implícitamente esa responsabilidad en Monique. Ella, en lugar de enfadarse con él, dirige su ira hacia sí misma, culpándose por no haber sabido retenerlo.
La manipulación de Lucien llega al extremo cuando intenta normalizar su relación extramarital al proponer que Monique conozca a su amante, disfrazando esta exigencia como una oportunidad para “dialogar”. En este contexto, Lucien no solo se exime de toda responsabilidad, sino que también convierte a Monique en la "causante" de su propio sufrimiento.
2. La violencia emocional en la cotidianidad
Por otro lado, la relación de Anna y Paul refleja un patrón más sofisticado de violencia emocional, en el que las agresiones son constantes pero disfrazadas de ironía, bromas y actitudes aparentemente inocuas. Paul utiliza estrategias como el desprecio público, la descalificación y las insinuaciones para desestabilizar a Anna emocionalmente. Además, proyecta sus propias inseguridades sobre ella, presentándose siempre como víctima mientras la culpa a ella de ser "rencorosa", "complicada" o "loca".
Esta dinámica se perpetúa porque Anna, buscando desesperadamente mantener la relación, adapta su comportamiento y minimiza sus propios deseos para ajustarse a lo que cree que Paul espera de ella. Sin embargo, esto solo fortalece el ciclo de manipulación y sometimiento, permitiendo que Paul ejerza un control total sobre la relación.
3. La cosificación del otro y la proyección del odio
Un elemento central en la violencia perversa es la cosificación del otro, que implica tratarlo como un objeto sin emociones ni valor intrínseco. En el caso de Anna y Paul, Paul ignora deliberadamente los sentimientos de Anna y, para mantener su propia narrativa de superioridad, la convierte en un blanco constante de desprecio. Este mecanismo le permite proyectar en ella todo aquello que considera negativo, liberándose de su propia pulsión destructiva.
El papel de Sheila, la nueva pareja de Paul, es igualmente significativo. Sin necesariamente ser consciente, Sheila refuerza la dinámica de odio hacia Anna, lo que contribuye a consolidar su relación con Paul. Este tipo de triangulación es común en relaciones perversas, donde el amor hacia una nueva pareja se construye sobre la base del odio hacia la anterior.
4. Las consecuencias emocionales de la violencia perversa
Las víctimas de violencia perversa, como Monique y Anna, experimentan un profundo estado de angustia, vergüenza y confusión. Monique, incapaz de procesar la agresión de Lucien, se encuentra atrapada en un ciclo de espera y sufrimiento. Anna, por su parte, oscila entre la rabia y la impotencia, sin encontrar una forma efectiva de romper el ciclo de manipulación.
El común denominador en ambos casos es la incapacidad de las víctimas para reconocer y enfrentar la violencia. Esto se debe, en parte, a la naturaleza sutil y progresiva de la agresión, que dificulta su identificación. Además, la manipulación constante erosiona la autoestima de las víctimas, haciéndolas dudar de su percepción de la realidad.
5. Salir del juego: hacia la recuperación
Para superar la violencia perversa, es crucial que las víctimas desarrollen una imagen positiva de sí mismas y acepten que no tienen el poder de cambiar al agresor. Como señala El acoso moral. El maltrato psicológico en la vida cotidiana, de Marie-France Hirigoyen, "basta con que [la víctima] tenga una imagen de sí misma suficientemente buena para que las agresiones no pongan en entredicho su identidad". Reconocer la propia valía y establecer límites claros son pasos fundamentales para salir de este ciclo destructivo.
En cuanto al agresor, la violencia perversa a menudo refleja una incapacidad profunda para lidiar con sus propios conflictos internos. Proyectar el odio hacia la pareja anterior es una forma de evitar enfrentarse a sus propios miedos e inseguridades. Sin embargo, este patrón no solo destruye a la víctima, sino que perpetúa un ciclo de insatisfacción y conflictos en sus futuras relaciones.
6. Reflexión final
La violencia perversa es una forma insidiosa de abuso emocional que, aunque no deja marcas visibles, causa heridas profundas y duraderas. Reconocer sus signos y patrones es el primer paso para combatirla. Tanto las víctimas como los agresores necesitan apoyo emocional y profesional para romper este ciclo y construir relaciones más saludables y respetuosas. Solo así podrán liberarse de las dinámicas tóxicas que los mantienen atrapados en el dolor y el sufrimiento.
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