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Momento para el balance humano

Cohabitar armónicamente es nuestra dimensión satisfactoria. Esto nos estimula a cultivar la práctica comunitaria de atendernos y entendernos entre sí, de ser uno para todos y todos para uno
Víctor Corcoba
lunes, 30 de diciembre de 2024, 10:08 h (CET)

Lo importante radica en reconocerse en el camino, en comprobar la veracidad de nuestros andares, que no deben reducirse únicamente a lo material; puesto que requerimos también de otras necesidades anímicas que están ahí, y que nos sirven para encauzar nuestro estado de ánimo vitalista. Continuamente tenemos que reponernos para retroalimentarnos de ese calor de parentela necesario, al menos para darnos dulzura de aliento y secarnos las lágrimas; aparte de aportar los nutrientes alimenticios para el estómago y su complejo organismo. Desde luego, este tránsito existencial que nos demanda en su peregrinación, caminar reconciliados en la diversidad, no es fácil para nadie; sobre todo para aquellos que suelen llamar por su nombre al bien y al mal.


Activar una recta conciencia en un mundo de intereses mezquinos, nos lleva a renunciar a este sentido corporal de las cosas, que son las que verdaderamente nos vacían y nos vician de esclavitudes. La liberación de uno mismo es fundamental para quererse y donar adhesión. El vínculo sentimental vale más que el de la sangre, no lo olvidemos. En consecuencia, es crucial garantizar el acceso humanitario seguro y sin restricciones, por todos los lugares. Nunca es tarde para redescubrir el valor de la familia y ayudarle, con todos los medios posibles, para mejorar el propio ambiente. Cada niño que viene al mundo ha de ser acogido, desde su concepción, con ternura y gratitud; en un espacio hogareño donde se respire un clima sereno que favorezca lo armónico.


Ciertamente, los momentos vuelan, no corren. Otro año termina y empieza otro, con viva conciencia de la fugacidad del período. Quizás sea, por consiguiente, el instante precioso y preciso de tomar una actitud nueva. Ojalá que cada ser humano, pueda reavivar reencuentros olvidados, rehacer y renacerse cuando se baña en el silencio, practicar el corazón en comunión con sus análogos, reactivar el sueño de niño con el impulso de una renovada mística, reavivando lo que verdaderamente nos da fuerza para proseguir el camino. Precisamente, son estos días en los que se enternecen las entretelas, como si la eternidad divina viniera a visitar el tiempo mundano, la época que debe hacernos reflexionar sobre lo vivido y, de igual modo, sobre lo que nos queda por vivir.


Cohabitar armónicamente es nuestra dimensión satisfactoria. Esto nos estimula a cultivar la práctica comunitaria de atendernos y entendernos entre sí, de ser uno para todos y todos para uno. Nuestra pasión es la morada, el hogar que hemos formado corazón a corazón. Romper las raíces sería como dejar un cuerpo sin alma, un pulso sin poesía, un nido sin nada. Desde luego, nos urge restituir los vínculos familiares y restaurar esta institución fundamental enraizada en la misma naturaleza del ser humano. Cuando su figura se desdibuja, el egoísmo, la prepotencia y las pasiones inhumanas crecen y predominan, hasta que nos hunden en un calvario de desafectos persistentes y continuos.


Es público y notorio, que la humanidad se ha deshumanizado, porque la situación que nos circunda no parte de nuestras verdaderas entrañas, de la raíz del verbo único y del tronco indivisible. En cualquier caso, no hay que acostumbrarse a las cosas habituales, lo significativo es no dejarse de asombrar y de sorprender por las experiencias de cada jornada, reconociendo que la verdadera sabiduría se alcanza con la cátedra viviente, inspirada en la certeza absoluta de que lo único que precisamos es amor y vida. Al fin y al cabo, si rebusco en mis recuerdos para hacer balance de lo que ha valido la pena en este último año, siempre me hallo con aquellos motivos que me dieron consistencia humana y no me vertieron fortuna alguna. La placidez del órgano, no entiende de dinero, sino de sueños.

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