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Superando el suicidio

La debilidad se supera con el poder de Cristo
Octavi Pereña
lunes, 6 de enero de 2025, 10:53 h (CET)

¿Nos hemos parado a pensar porque el ser humano se comporta de la manera como lo hace? Porque partimos de una premisa falsa. La falta de fe en Dios el Creador nos ha convertido en evolucionistas.  Creemos que somos el resultado de una célula aparecida por azar que ha ido evolucionando hasta convertirnos en lo que somos: animales racionales, pero animales al fin y al cabo. ¿Nos hemos detenido a reflexionar porque el ser humano  tiene cerebro que piensa acompañado de principios morales y éticos y los animales irracionales únicamente instinto? La causa de la gran diferencia existente entre los animales irracionales y los racionales se debe a que estos últimos son creación independiente de Dios. Nos ha hecho “a su imagen y semejanza” (Génesis 1: 26). Debido al pecado  de Adán, del cual descendemos, lo bueno que Dios vio en la creación (Génesis 1: 31), se pervirtió y en vez de pensar correctamente lo hacemos mal. El pecado heredado de nuestro primer padre nos hace creer que en vez de ser criaturas de  Dios somos fruto del azar. Que Dios es un mito como lo son los dioses grecorromanos. Si Dios es un mito que se ha añadido a la larga lista de dioses grecorromanos, nos hacemos nuestra una cultura que ha que ha impregnado la nuestra. Cuando adoramos a Jesús lo hacemos a alguien que no existe. Cuando por tradición nos postramos ante una imagen que representa a Jesús lo hacemos ante una imagen que tiene ojos que no ven, oídos que no oyen, pies que no andan  y que tiene que sr transportada a cuestas.


En la vida se nos presentan muchos problemas que empiezan a manifestarse desde la más tierna infancia. Las rabietas con las que los niños nos obsequian  cuando  quieren conseguir algo, enfermedades, relaciones tóxicas con los compañeros y muchas otras contrariedades. El niño crece y entra en el mundo de los adultos que está impregnado de mucha virulencia. En este mundo se encuentra perdido. Desconoce a quien tiene que acudir en busca de consejo y los consejeros no saben que decirle. Anda  perdido como si estuviese en medio de la selva. El hombre sin Dios a pesar de que presume de poder valerse por sí mismo, a la hora de la verdad no sabe qué hacer. Se rompe con la misma facilidad como se quiebra un jarrón de porcelana. En estas condiciones la vida se ha convertido en una absurdidad. La vida no vale la pena vivirla. La supuesta manera más fácil de salir del atolladero es suicidarse. Que no lo es.


Al final del túnel se ve una luz esperanzadora que es el resultado de la predicación del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo que dice: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).


El apóstol Pablo antes de creer en Cristo vivía inmerso en medio de espesas tinieblas espirituales que le hacían descargar su desconcierto en los cristianos. Cuando se convierte a Jesús se transforma en un ferviente predicador de Jesús: la luz del mundo. ¡Oh lector, confía en el Señor! “Él es tu auxilio y tu escudo” (Salmo 115: 9).


Si alguna vez ha existido una persona que hubiese pensado en suicidarse ese tal sujeto tendría que haber sido el apóstol Pablo. Así explica su azarosa vida como cristiano: “En trabajos más abundante, en azotes sin número, en cárceles más, en peligros de muerte muchas veces. de los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno, una vez apedreado, tres veces ha padecido naufragio, una noche y un día he estado como naufrago en el mar, en caminos muchas veces, en peligros de ríos, peligros de desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, en trabajo y fatiga, en muchos desvelos,  hambre y sed, en muchos ayunos, en frio y desnudez, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias” (2 Corintios 11: 23-27).


El apóstol Pablo que no pretende aprovecharse del hecho de haberse convertido a Cristo como puerta de escape de las tribulaciones, explica sin tapujos su experiencia que es irrepetible pero que nos ayuda en nuestras tribulaciones: “Ciertamente no me conviene gloriarme, pero vendrá a las visiones y revelaciones del Señor. Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años –si en el cuerpo no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe), fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco al tal hombre –si en el cuerpo, o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe-, que fue arrebatado al paraíso, donde oyó palabras inefables, que no le es dado al hombre expresar. De tal hombre me gloriaré, pero de mí mismo en nada me gloriaré, sino en mis debilidades. Sin embargo, si quisiera gloriarme, me sería insensato, pero lo dejo para que nadie piense de mí más de lo que en mí ve, u oye de mí. Y para que la grandeza de las revelaciones no me exaltase desmedidamente, me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee para que no me enaltezca sobremanera, respecto a lo cual tres veces le he rogado al  Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: bástate mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más en mis debilidades, para que repose en mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Corintios 12: 1-10).


Se dice que cuando alguien se suicida lo hace porque es un cobarde ¡Cuándo hay tantos que están cansados de vivir porque la existencia les es tan adversa! Ven en el suicidio el final del sufrimiento. La existencia no termina con la muerte del cuerpo. La existencia sigue más allá del deceso con sus consecuencias eternas de salvación o condenación. Si el lector está pensando en poner punto final a su vida suicidándose como manera de poner remedio a su sufrimiento, piense que  el apóstol Pablo dice que en la debilidad el poder de Cristo se perfecciona.  Si el lector está pensando en el suicidio como medida para abandonar el sufrimiento que padece, piense que en Cristo recibirá la fuerza necesaria para convertir el desaliento en victoria.

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