La memoria histórica, esa espada de doble filo que se alza como un estandarte político, sigue siendo objeto de manipulaciones e intereses que se mezclan con la ignorancia y el cinismo. En el caso de la Guerra Civil española, la historia de la represión republicana, esa que suele ser silenciada, minimizada o distorsionada, sigue siendo una de las grandes olvidadas del relato oficial.
Es cierto que, tras el desastre bélico, España quedó arrasada, como si el país hubiera sido tragado por una vorágine de fuego y sangre. La guerra no solo destruyó vidas, sino que desmembró una nación que retrocedió a niveles económicos de principios de siglo, perdiendo más del 15% de su riqueza y arrastrando con ella a una población que quedó marcada por el hambre, la pobreza y la miseria.
El país debía a sus acreedores un total de 20.000 millones de dólares y sufriría la ruina del campo y de la industria. Pero esa cifra de muertos y desolación, aunque impresionante, es solo una parte del total.
En la retaguardia republicana, como si la guerra fuera un pretexto para saldar viejas cuentas y purgar a todo aquel que no comulgara con la nueva ideología, se desató una persecución implacable contra el "enemigo interior", que se tradujo en asesinatos, represión y terror.
En la España de la Guerra Civil, la sombra de la muerte se alargó de manera espantosa, no solo en los frentes de combate, sino también en las retaguardias, donde la guerra se libró con la misma intensidad, pero de una forma aún más sigilosa; y, si cabe, más implacable.
En la zona republicana, donde se pretendía forjar una nueva sociedad bajo el signo del progreso y la revolución, la persecución política y religiosa se desató con una ferocidad difícil de comprender desde el prisma actual.
De los, alrededor de 73.000 muertos en esa zona, más de 6.800 fueron clérigos. Obispos, sacerdotes, seminaristas, monjas y religiosos, a quienes la nueva retórica revolucionaria consideró como elementos subversivos y que fueron arrastrados por la maquinaria del odio. Entonces España, para que nos hagamos idea, solo tenía alrededor de unos 13.000.000 de españoles, a 1 de Enero de 2025, la población de España es, aproximadamente, de unos 48,95 millones de habitantes, según las estimaciones del Instituto Nacional de Estadística.
Las checas, con su carácter implacable, no hacían distinciones, todos los que supuestamente representaban una amenaza al nuevo orden, ya fuera por su fe o su ideología, fueron exterminados.
Las grandes ciudades de España, con sus grandes concentraciones de población, se convirtieron en los lugares más eficaces para el exterminio, donde las listas de suscriptores de los periódicos de la derecha y los registros de hermanos de las cofradías religiosas facilitaron la labor de los verdugos. No faltaba ni un nombre, ni una dirección. Se sabía todo a través de la documentación de archivo, hasta el lugar exacto donde se podía ir a cobrar la cuota como hermanos, el mismo lugar que era asaltado y del que eran extraídos los inocentes ciudadanos que no habían hecho nada más que ir a Misa y apuntarse a una hermandad. Todavía hay familias que no han recibido los restos ni efectos personales de sus familiares mártires, nunca más la familia supo de ellos.
En el abismo oscuro de la Guerra Civil española, uno de los colectivos más golpeados fue el de los clérigos. No solo los sacerdotes, sino todos aquellos que representaban la tradición religiosa que se veía como un obstáculo a la revolución, fueron arrastrados por la furia de las checas.
Los 6.832 clérigos asesinados se convirtieron en el blanco primordial de una persecución que no hacía distinción entre los altos prelados y los humildes seminaristas. Entre ellos se cuentan 13 obispos, más de 4.000 sacerdotes diocesanos y otros miles de religiosos y religiosas que no hicieron más que seguir el camino de su fe. Sumados a estos, miles de seglares comprometidos, scouts católicos y hasta periodistas que se atrevieron a alzar la voz en defensa de sus principios. Todos cayeron bajo la espada de la intolerancia, víctimas de una purga ideológica en la que la religión que defendían fue el primer reclamo para su ejecución, murieron considerados como mártires por la Iglesia, por todos los hombres de buen corazón murieron como inocentes, por sus ideas. Qué libertad de expresión vienen a “imponer” ahora cuando ayer persiguieron la libertad de expresión tanto como la de culto..., lo que reclaman no es libertad de expresión y de culto, el ciudadano está sometido hoy a prohibiciones que son más propios de regímenes totalitarios que de regímenes democráticos. No se puede expresar libremente la verdadera historia porque se incurre en lo políticamente incorrecto. Hay que ir al diccionario y buscar palabras como libertad, respeto, ideología, para que todos sepamos de lo que hablamos.
En la retaguardia republicana, la persecución religiosa fue, en efecto, uno de los principales motores de la violencia. Cada nombre, cada dirección, era un destino marcado de antemano. Así, bajo la excusa de eliminar a los "enemigos del pueblo", se llevó a cabo un genocidio silencioso que dejó huérfanos a millares de niños, viudas a millares de mujeres, a padres y a hijos esperando que volvieran los que nunca volvieron porque murieron a manos de la izquierda socialcomunista, del llamado Frente Popular, del que hoy se avergüenzan los mismos socialistas, estos sí, de pro, porque no es la ideología, es lo que interpreta y hacen las personas y, en aquellas fechas, demasiados miembros de lo que hoy se llama derecha murieron a manos de lo que se llamó entonces izquierda republicana, que impuso juramentos a los miembros de los cuerpos de seguridad del Estado en un intento de atar por la cabeza a los responsables de la paz y el orden de la Nación. Pero por encima de aquella promesa estaba el juramento a la Bandera, esto fue lo que movió a los alzados, su jura de bandera, la identificación con los principios de defensa nacional, de Nación y ciudadanía; terminar con los atentados, asesinatos, anarquía, hambre, miseria y guerra, que no empezó en el 36, ya venía del 31.
En la otra parte del frente, la retaguardia nacional no se quedó atrás. Aunque el número de víctimas fue menor, la represión también parece haber sido feroz. Una guerra no es una discusión entre vecinas. En un territorio más pequeño y con una población de corte más conservadora, la represión se centra en los militantes de la izquierda revolucionaria. En ciudades con fuerte implantación anarquista o en núcleos industriales y obreros, la lucha no solo era política, también era social, la guerra se utilizó para pasar de los ideales iniciales e ir directamente a saldar rencillas de la forma más cruel. Eso fue así en ambos bandos, muy desgraciada y lamentablemente. La guerra es eso: el espíritu de la crueldad; y, los guerreros, son su arma.
Mientras tanto, en las montañas y zonas rurales, la resistencia no se extinguió. El maquis, esa guerrilla antifranquista que se había gestado en la oscuridad de la clandestinidad, continuó su lucha. Según el historiador Francisco Aguado Sánchez, entre 1944 y 1952, los maquis asesinaron a 953 personas, en su mayoría representantes del régimen y colaboradores, a los que consideraban traidores. Su actividad no se limitó al asesinato, sino que incluyó secuestros, sabotajes y asaltos a instalaciones. En este escenario, los enfrentamientos con las fuerzas del orden fueron constantes. El Ministerio del Interior documenta 1.826 enfrentamientos, que dejaron un saldo de 12 muertos entre la Policía General, 11 entre la Policía Armada, 27 entre el Ejército y 260 entre la Guardia Civil. Los guerrilleros, por su parte, no salieron indemnes pues unos 2.173 cayeron en esos combates.
Esas cifras, que no son simples números sino destinos rotos, reflejan la historia de una nación que, arrastrada “a la” y “por la” Guerra Civil, no consiguió encontrar la paz ni siquiera después de la Victoria y “cese de las hostilidades”. La memoria de esos años, rota y parcial, sigue siendo un campo de batalla en el que se enfrentan versiones, silencios y manipulaciones, que dificultan la tarea de entender y, sobre todo, de reconciliación.
El periodo que va de 1931 a 1939 fue excesivamente doloroso para España. La Guerra Civil Española dejó una huella profunda en la nación, no solo en su geografía, sino en su propia esencia. Pero todo había empezado mucho antes.
Entre 300.000 y 400.000 muertos fueron la tragedia humana de un conflicto que desgarró al país. De ese número, más de la mitad fueron víctimas de la represión en la retaguardia republicana frentepopulista, un territorio que, lejos de ser escenario de una lucha abierta, se convirtió en un campo de exterminio ideológico, donde se trataba de erradicar al "enemigo interior", a quienes no eran frentepopulistas ni pro-rusos, a quienes profesaban fe católica. Los que se encontraban en la línea de fuego no eran solo soldados, sino también civiles que no compartían la ideología del “vencedor republicano de las urnas” y por ello debían ser eliminados. La Historia está ahí, la verdadera Historia no la escriben los vencidos, ni militares ni políticos, la escriben, la recrean o actualizan los profesionales de la Historia, los historiadores, sin amarillismo y sin complejos, solo armados de profesionalidad.
En la retaguardia republicana, más de 72.000 personas fueron ejecutadas, acusadas de ser "enemigos del pueblo" por motivos políticos o religiosos, solo por no ser pro-rusos. En una geografía de 13 millones de habitantes, -como ya se ha dicho-, que se concentraba en grandes ciudades, la persecución fue organizada con precisión. Las listas de suscriptores de periódicos de ideología conservadora y las relaciones de los miembros de las cofradías religiosas de las iglesias fueron, de hecho, un mapa minucioso que permitió a los revolucionarios localizar y señalar a sus víctimas. No había margen de error pues se sabían nombres, direcciones e incluso detalles tan pequeños como el pago de una cuota, pero tan grandes como la información que ofrecían. Era una caza meticulosa, una limpieza ideológica que no dejaba cabos sueltos y que, al final, se tradujo en millares de muertes.
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