Para mi amigo, Carlos Javier Jarquín.
El viento no es, sino una canción, una estatua de la noche, la colmena de sentidos que se hallan al final de la existencia.
En tactos invisibles, en pasos inaudibles, todos esperan zarpar algún día de la mano del amigo.
El silencio de su fortuna es fácil de reconocer, pero difícil de preservar; se pierde con la ambigüedad.
El amigo contiene a las flores en su belleza de siglos, para hablar de la tierra y la libertad.
La voz del amigo despierta montañas de ecos, verdades que crecen
en el libro más leído, la lámpara encendida, el secreto de las nubes, la espada y la templanza, la resistencia de los lirios…
La hora o el país importan poco; el viento es amigo, una noche estrellada, un epitafio, un viaje en bálsamo, un caballo sediento por el prado, una calle desolada y oscura que, en espera de la luz, se adentra en su propia oscuridad hasta su origen
más y más, hasta descubrir que el viento es uno y lo mismo: una canción que regresa siempre al mismo lugar.
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