Con el Miércoles de Ceniza, el 5 de marzo, ha comenzado la Cuaresma. Este año, con el Papa hospitalizado. Pienso que en todas las misas del miércoles, la multitud ha rezado por él, y pedido que pronto pueda continuar su labor si es la voluntad de Dios.
Todos los tiempos son válidos, pero hay distinciones. En el campo, hay temporadas de labranza, de sementera, de florecimiento, de cosecha. Ocurre, también, en la vida del alma: la Cuaresma es un tiempo especialmente propicio para recibir el Perdón de Dios en el sacramento de la Penitencia, llamado, asimismo, sacramento de la Misericordia, del Perdón, de la Reconciliación. La Santa Madre Iglesia nos manda, a los católicos, comulgar por Pascua florida, y lo extiende desde el miércoles de ceniza al Domingo de la Santísima Trinidad ( el 15 de junio este año). También manda confesar los pecados mortales al menos una vez al año, y, como se debe comulgar en gracia de Dios, se aprovecha y se hacen las dos cosas. En tempo cuaresmal, todas las parroquias ofrecen unos días para las confesiones, y suelen llevar sacerdotes de fuera. Un sacedote dedicado ahora especialmente al Sacramento de la Confesión, escribe a su feligresía de Internet: “(...) Tenemos por delante cuarenta días para convertirnos. Merece la pena. Hemos comenzado con ilusión. Las iglesias han estado llenas, a rebosar. El mundo, aunque no se dé cuenta, necesita de Dios, y siendo conscientes de que lo único importante, esencial, vital, es amar a Dios y salvarnos, alcanzar el Cielo, todo lo demás es relativo. Además el Cielo es para siempre” (Jesús Mateo).
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