Sr. Director:
En las páginas de la Biblia se pueden advertir diversos personajes que destacaron de manera sobresaliente por la misión específica que Dios les confió: Abraham, Moisés, san Juan Bautista, el Precursor, san Pedro Apóstol, san Pablo, columnas de la Iglesia... Pero hay otro del que no se recoge ni una sola palabra directa suya y cuya misión fue más brillante y elevada: San José, el varón justo. De él se elevaría con el tiempo un poderoso canto de gloria y de agradecimiento.
Durante siglos permaneció oculto; se pensaba que podría producir algún atisbo de sombra a la figura de la Virgen María. El tiempo, los estudiosos del tema y, especialmente, la devoción popular, concluyeron en la trascendencia de san José en las vidas de María y de Jesús. Fue un personaje necesario, imprescindible: Misión singular y elevada la de colaborar en el nacimiento e infancia del Hijo de Dios.
El Patriarca san José es desde hace más de ciento cincuenta años Patrón de la Iglesia católica y junto con María, Madre de la Iglesia, velan y protegen conjuntamente el fruto de la predicación del Maestro, igual que se desvelaron por la infancia y juventud de Jesús, aun a riesgo de sus vidas. Como cabeza de familia dirigió los primeros pasos de Jesús capacitándolo, humanamente, en un trabajo manual con el que Jesús sacó adelante la familia hasta el inicio de su vida pública. Y es entonces cuando la figura san José se desvanece sumisamente de la historia porque su misión ha concluido. Su singular ejemplo, la sublime dignidad de su persona y el elevado grado de santidad por su continuo y fidelísimo trato con Jesús y con María, son motivos más que suficientes para recordarlo y encomendarnos a él cada día y de manera particular el 19 de marzo.
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