Descanse en paz el sentido común, ya fenecido o, en todo caso, viviendo los estertores de su agonía. Se trataba, o esa era la coletilla al uso, del menos común de los sentidos, y con su uso disponíamos al menos de una ubicación orientativa para centrar ideas y razonamientos. Tengo la impresión de que inauguramos una nueva realidad que solo conserva ramalazos cada vez más ocasionales del susodicho sentido, que se va tornando mero recuerdo o quizás sea que solo ilumina ya porciones mínimas, y decrecientes, de cada asunto o contexto. Es como surcar el mar sin cartas ni instrumentos de navegación, o buscar un lugar sin brújula ni GPS. Nos hemos ido acostumbrando a ello y ya nada nos resulta absurdo.
Ese sentido delimitaba con claridad la línea que separa lo racional de lo ilógico o de lo delirante. Como consecuencia, lo que definimos y acatamos en cada momento como realidad va deviniendo en agrupamiento de percepciones solipsistas, y por ende subjetivas; los “yonkis” del Poder, como los fanáticos y tronados todos, se convierten en astros hacia cuyos excesos provisionales giramos en cada momento al modo de los girasoles. No importa si se presentan, dichos excesos, como planteamientos asumibles o demenciales. Y, así, tanto monta una cosa como su reversa; ambas se pueden predicar según lo que exijan el momento y la situación, incluso al mismo tiempo si no queda más remedio. Y no faltan nunca cantores o púlpitos para justificar, “urbi et orbi”, lo que sea necesario, pues, muerto asimismo el debate, se intercambian gritos digitales y presenciales como remedo del pugilato verbal de otros tiempos.
Es España tenemos a un maestro de todo ello al mando, y millones de girasoles dispuestos a la rotación de cada día, pero la situación internacional nos va mostrando asimismo que, en la nueva era, en la que el sentido común no importa, se intuyen infinitas posibilidades para los amigos del sin sentido. No hay límite para nada y el hombre y la mujer cabales, progresivamente extraviados, pronto dejarán de serlo. Leo en alguna columna que la situación geopolítica de estos días nos pilla, en nuestro país, dado quien nos rige, con el pie cambiado, pero sospecho que, huérfanos de sentido común, el paso será acatado, y bendecido, sin más miramientos. Si tenemos un Gobierno integrado por esa miscelánea que, al menos en teoría, defiende, por partes o al unísono, una cosa y su contraria sin que nada acontezca, lo del pie cambiado es un detalle. No miremos al dedo cuando apuntan al cielo, pues la incongruencia es poca cosa comparada con lo que se avecina en semejante caldo de cultivo.
Con todo ello, los datos ya no son relevantes, ni matan relatos, y lo definitivo es, en cada instante, la soflama lanzada al universo de los medios y las redes. Nos están inculcando miedo en relación con la IA (más artificial que inteligencia), pero el problema somos nosotros, y es posible que lo del transhumanismo, en el caso de alcanzarnos, lo haga no por nuestra fusión con la máquina, sino por la vía del absurdo y del anacoluto, libres de trabas si el sentido común no actúa. Y como los datos no importan, admitimos lo que sea y actuamos en busca de sol que más calienta.
Es igual que el asunto sea la paz, la guerra o la corrupción. La lógica se va por el sumidero y aumenta el número de los girasoles en busca del astro preciso, porque de nada sirve el conocimiento en tiempos de mudanza, y no de una mudanza cualquiera, sino de un cambio tan profundo que va dando lugar a que ya no seamos los mismos. La transformación afecta sobre todo a los que poco a poco, y cada día son más, van adquiriendo la condición de mirasoles. Igual el transhumanismo era eso, el paso de la condición humana a la vegetal. Así se entiende mucho de lo que está pasando, allá y acá.
Qué razón tenía quien dijo aquello de que no nos iba a conocer ni la madre que nos parió (se refería a España, aunque no a lo de ahora). Ni nosotros mismos nos reconocemos, sobre todo si aceptamos la guerra como solución y si, a escala más local, acatamos como político, que no animal de compañía, la veleidad de un triste, y no por ello menos peligroso, autócrata.
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