El PCE y las comisiones obreras precursoras de CCOO fueron la oposición de referencia y mayoritaria contra la dictadura franquista. Por supuesto, con la presencia de honor de fuerzas menores que también lucharon en el mismo bando con matices ideológicos y sensibilidades políticas propios. El PCE puso la sangre, las víctimas, los años de cárcel, la organización y la inteligencia para la ansiada salida del fascismo franquista y la venida de la democracia. Fue el actor decisivo para ello. Sin embargo, los vientos de la Historia, las elites y los dineros de las socialdemocracias mundiales acabaron de raíz con su influencia al tiempo que auparon al PSOE como única realidad electoral de izquierdas en España. Esta compleja realidad tendría que enseñarse en las escuelas y ser una seña histórica obligada para entender la historia reciente de las españas plurales. Todos sabemos el porqué no es así: la hegemonía mediática y cultural del bipartidismo PPSOE ha sido y es totalitaria.
La fuerza del binomio PCE-CCOO residía en la fábrica, en el barrio y en la universidad. Con el neoliberalismo a pleno rendimiento, las bases del PCE se fueron erosionando, mientras que CCOO iba evolucionando de un sindicato sociopolítico a una central sindical de gestión y servicios, o por decirlo de otra manera, a un apéndice fundamental de la llamada economía social de mercado. La privatización, la precariedad laboral, el consumismo y el escenario internacional anticomunista hicieron desaparecer las bases activas, que no sociológicas o afectivas, del PCE.
El trabajo de erosión mediática antiPCE dio sus frutos en los comicios generales de 1977 y 1979. Las urnas hablaron con meridiana claridad: la única alternativa viable de izquierdas la representaba el PSOE.
Con el resquebrajamiento electoral del PCE empezaron a surgir innumerables nuevas izquierdas para situarse en la órbita del PSOE. Desde entonces la sangría de personalidades con capital electoral, simbólico o mediático hacia las huestes de Ferraz ha sido un goteo constante hasta ahora mismo.
Salvando las distancias históricas e ideológicas, las únicas resistencias a esa tendencia han sido representadas por el PCE, Izquierda Unida liderada por Julio Anguita y Podemos, que han sufrido las invectivas permanentes de la progresía biempensante de gauche intelectual divina, desclasada y acomodada de España.
A día de hoy la situación es harto novedosa. Más allá de las configuraciones específicas territoriales, Podemos y CGT, quién lo hubiera dicho hace unas décadas, son los faros minoritarios, políticos e ideológicos de lo realmente existente a la izquierda del PSOE. Podemos y CGT mantienen un discurso ético prístinamente de izquierdas, no se pliegan a fáciles componendas y mantienen un estilo de combate y una estética de izquierdas de toda la vida.
Sumar es la marca o etiqueta que necesita el PSOE para alcanzar mayorías electorales y someter las ideas genuinas de izquierda a sus directrices programáticas. Se advierte que tras la marca Sumar solo existe vacío y presunto capital electoral, ahora en entredicho, de Yolanda Díaz. IU pone ganas y lo que puede, y lo que queda de su estructura, pero está atrapada en un laberinto ideológico y político de difícil salida. Entre su propia historia, sus repetidos fracasos electorales y sus vaivenes ideológicos y de coaliciones a la defensiva para salvar los muebles de su deriva hacia no se sabe dónde. IU navega contracorriente sin ninguna activo electoral propio. Sus poder simbólico ya casi no tiene crédito alguno.
En este escenario, Podemos pone en valor el liderazgo de Irene Montero, un movimiento táctico que obligará al resto de formaciones a la izquierda del PSOE a posicionarse más tarde o más temprano por encima de la pretendida unidad una vez Podemos. agujereado el impulso y espacio de Unidas Montero tiene capital electoral, sin embargo, una vez más, la proclamación se produce sin debate previo ni anuencia de las bases (caso de que las haya). Todo será a posteriori, con el refrendo virtual de un colectivo prácticamente invisible. Así fue con Yolanda Díaz, designada a dedo por Pablo Iglesias. Huele a tacticismo, pero todas las formaciones a la izquierda del PSOE adolecen de idéntica patología.
No entramos en la valía personal de cada liderazgo. Solo intentamos enfatizar que ya no existen las bases ni la militancia comprometida. Sin capital simbólico no hay líderes. Los líderes actuales se hacen en la presencia mediática. Por eso, IU lo tiene complicadísímo: ni Antonio Maíllo ni Enrique Santiago ostentan credenciales mediáticas para competir en el teatro electoral y negociar en pie de igualdad con Irene Montero y Yolanda Díaz.
Las nuevas izquierdas a las que antes aludíamos seguirán brotando de la nada alentadas por los alrededores del PSOE y las frustraciones de la propia izquierda transformadora o alternativa. El término izquierda está cayendo en desuso. Incluso la exalcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, declaraba en fechas recientes que se debía tirar al baúl de los trastos viejos la clásica dicotomía derecha/izquierda, entronizando un concepto vago y vetusto, progresismo, como paraguas que sustituyera a las izquierdas de siempre. Típico producto discursivo de las nuevas izquierdas de siempre y de una ideología tradicional de clase media bien instalada en el sistema capitalista. Todo muy ético y moral, todo dentro de la corrección política sancionada por la moderación de lo que tiene o debe de ser.
El fenómeno de las nuevas izquierdas, populistas o no, son soluciones ideológicas desde arriba, desde las alturas mentales de cuadros dirigentes con capital simbólico y electoral que interpretan la realidad a su antojo e interés particular, tiñendo sus bellas palabras de críticas feroces a los que se quedan anclados en las guaridas de izquierdas imposibles y perdedoras.
El PCE se hizo en las trincheras del antifranquismo. IU, contra viento y marea, en la lucha obrera y vecinal. Podemos surgió del clamor del 15M. Todos tenían raíces en la calle. ¿Dónde tiene sus raíces Sumar? En ninguna parte: es una simple operación cosmética a mayor gloria del PSOE.
El activismo sectorial verde y morado, ecologismo y feminismo, es insuficiente para enraizar un proyecto unitario de izquierda transformadora desde la base social. El mundo laboral está quieto, mirándose el ombligo, casi abandonado a su suerte.
¿Será factible una izquierda alternativa al neoliberalismo y la guerra solamente con liderazgos simbólicos sin apenas raigambre en la realidad social cotidiana de las gentes trabajadoras?
Las bases sociales sin ideología propia y que solo se mueven a impulsos emocionales parecen escaso sustento para una política de izquierdas que confronte con éxito con el neoliberalismo y el neofascismo al alza. Las veleidades electorales de las mayorías sociales corroboran que sin suelo ideológico las gentes votan al buen tuntún, a lo que suena, a lo más barato y fácil de consumir: PSOE o populismo de de derechas en sus distintas versiones más o menos montaraces. Lo monstruoso y en apariencia outsider (Trump, Milei, Meloni, Ayuso y un largo etcétera) tienen campo abonado para llegar mejor a las mentes alienadas de la la inmensa mayoría. Sin ideología propia, las y los trabajadores viven de ilusiones o ficciones alentadas por relatos de libertad existencial de consumo inmediato y efímero.
Echar raíces lleva tiempo. Y hace mucho tiempo que la izquierda en España se ha desarraigado de su base social. ¿Seguiremos viviendo de las rentas virtuales de la izquierda actual o habrá alguna forma de revitalizar la ideología progresista, radical y transformadora de la clase trabajadora? Hemos dicho clase, pedimos disculpas.
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