Del escrito “Más sociedad civil” (Josep Vidal Boira), extraigo el siguiente párrafo porque a partir de él reflexionaremos: “Pero no es un tema únicamente local, todo y que haya sido esta dimensión lo que me ha movido a esta reflexión. El fortalecimiento de la sociedad civil en España y en Europa es un reto igualmente apasionante que justificara el esfuerzo de una generación. Cuando vemos amenazados los cimientos de la democracia, los derechos civiles y la justicia social tenemos que lanzar un manifiesto en favor de una sociedad civil robusta, atrevida y valiente. Por descontado que los partidos políticos son necesarios. Sin ellos no existe democracia. Pero, en ellos no termina la democracia. Existe un espacio anexo en el cual, por encima o al lado de la militancia, tendríamos que ser capaces de construir un entramado fuerte y robusto que levante su voz ante los ataques cada vez más virulentos a la libertad individual y a la vida en una sociedad abierta, tolerante e integradora... Finalmente, el periodismo tiene que seguir ejerciendo un papel crítico y documentado sobre lo que nos ocurre, ofreciendo veracidad y contraste de fuentes. Todavía es posible una alianza civil por la democracia y por Europa”. ¡Qué iluso es el señor Vicent si cree que “Universidad, Iglesia y empresas tienen que sumarse sin complejos en la defensa de los valores democráticos”!
Jesús refiriéndose a los fariseos, una de las sectas religiosas más influyentes de su época, que contribuyó al deterioro espiritual de Israel y a su destrucción por el ejército romano en el año 70 de nuestra era, dijo: “dejadlos, son ciegos guías de ciegos, y si el ciego guía al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15: 14). Estas palabras de Jesús tendrían que motivarnos a la reflexión sincera y honesta si es que nos importa frenar la catástrofe que se avecina. Se dan dos tipos de ceguera: la física y la espiritual. La primera es temporal. La segunda tiene trascendencia eterna. La ceguera física afecta a un número limitado de personas. La ceguera espiritual que se adquiere por nacimiento natural, afecta a todos: y puede curarse ¿Cómo? La respuesta tiene que encontrarse urgentemente porque el tiempo se nos acaba. Ante todo tenemos que reconocer nuestra condición de ciegos espirituales. Jesús se refirió a este tema cuando refiriéndose a los fariseos, dijo: “Para juicio he venido yo a este mundo, para que los que no ven, vean, y los que ven sean cegados. Entonces algunos de los fariseos que estaban con Él, al oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? Jesús les dijo: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado, mas ahora, porque decís: vemos, vuestro pecado permanece” (Juan 9: 39-41).
En el campo físico, cuando notamos que tenemos problemas de visión, sin dilación acudimos al oftalmólogo para que corrija el defecto de visión. En el campo espiritual engañados por el diablo, “que es el padre de la mentira”, nos hace creer que la realidad espiritual no es tal como realmente es. Nos hace creer que es el espantapájaros que hace las delicias de los espectadores en las fiestas mayores. Daríamos la vida defendiendo esta mentira. El engaño persiste de no ser que la misericordia divina nos ayude a que digamos: “Señor, ayuda a mi incredulidad”. Desaparece la nube que dificulta la visión lo cual nos permite ver la realidad del diablo como realmente es. Teniendo presente que el diablo no es un personaje de dibujos animados, sino una persona real, extremadamente maligna, invisible a los ojos, estaremos en condiciones de reflexionar en el problema que Josep Vicent Boira plantea en su escrito “Más sociedad”.
Finalizada la obra de la creación “Dios miró todo lo que había hecho, y he aquí, era muy bueno” (Génesis 1: 31). En el mundo idílico creado por Dios pronto hace acto de presencia el diablo encarnado en una serpiente. Se deduce de Génesis 3:14 que la serpiente antes de la maldición divina no era este animal asqueroso que se arrastra e infunde miedo. Era un animal que andaba derecho sobre sus pies, de buen parecer. Tal vez Adán y Eva ya lo habían visto previamente. Por eso Eva no tuvo miedo cuando Satanás encarnado en la serpiente se le acercó para tentarla.
Podemos revolvernos contra Dios por haber permitido que la rebelión angélica llegase a buen fin, Lucifer se convirtiese en Satanás y los ángeles que le siguieron en demonios. Los pensamientos de Dios son más altos que los nuestros y tenemos que guardar silencio al no comprenderlos. Nos guste o no la cosa es así. El pataleo no va a resolver el problema. La realidad es la que es: Satanás y sus diablos existen. Satanás sedujo a Eva y ésta a su vez a Adán para que comise el fruto prohibido del árbol del conocimiento del bien y del mal. Adán comió y el pecado apareció acompañado de todos los males que sufre la humanidad.
Nos rompemos la cabeza pensando cómo es posible que haya tanto mal en el mundo. Intentamos poner remedio a la pandemia pero la maldad va de mal a peor. Entre bastidores Satanás se frota las manos de satisfacción. Trata a los hombres como marionetas induciéndoles a cometer los males que su mente perversa idea. Como prestidigitadores nos hemos sacado de la manga la democracia y sus valores. Nos creemos muy listos y avispados y nos imaginamos que podemos resolver el problema del mal con nuestras raquíticas fuerzas. No queremos darnos cuenta que entre bastidores Satanás mueve los hilos para que cometamos las maldades que nuestros ojos contemplan. Los valores democráticos de los que tanto presumimos no son nada más que artimañas satánicas para que nos autodestruyamos. El espejismo democrático se va al garete. La democracia que brotó para liberar a los hombres del despotismo monárquico, se quita la careta y nos muestra los extremismos políticos que nos llevan al desastre. Si deseamos salir del declive social que se acentúa a la velocidad de la luz tenemos que regresar allí de donde no debimos salir. El hijo pródigo de la parábola es un referente al que tenemos que mirar (Luca 15: 11- 32). El pródigo nos representa. Su volver en sí y regresar a la casa del padre tendría que ser nuestro volver en nosotros mismos y creer en Jesús que es el Camino que nos lleva a la casa del Padre celestial.
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