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Opinión
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James Monroe “América para los americanos” (1823)

Donald Trump acaba con el establishment demócrata de los Clinton.
Miguel Massanet
viernes, 11 de noviembre de 2016, 01:43 h (CET)
En un comentario que publicamos el día 4 de los corrientes, estuvimos tratando sobre la especial idiosincrasia del pueblo norteamericano y la forma como, desde Europa, en ocasiones demasiado pagada de sí misma, contemplamos con cierta displicencia lo que ocurre en aquel continente; siempre bajo una mirada crítica, especialmente desde la masa de la izquierda irredenta más extremista, que alimenta los populismos que, desde hace un tiempo, intentan hacerse con el mando en la UE. Se ha puesto de moda y, como no, en España también, hablar de populismos cuando, en realidad, se debiera hacer referencia a este comunismo renacido, especialmente al que nos ha llegado de los países hispano americanos, surgido de las revoluciones que han ido produciéndose a través de los siglos, como reacción popular ante los abusos de las distintas dictaduras a las que estuvieron sometidas la mayoría de ellas.

Lo que ocurre es que, cuando a una parte de la sociedad española y, muy en especial, entre la casta periodística, mayoritariamente de tendencia izquierdista, se quiere hablar de populismo se pretende que dentro del significado de este término se incluya a todos los que tienen ideas políticas de derechas y no solamente a aquellos partidos que, en Europa, se consideran de extrema derecha como podría ser, por ejemplo, el de Marie Le Pen, en Francia. Por ello, cuando ha surgido, en los EE.UU de América, un candidato a la presidencia de la nación que ha utilizado unos métodos novedosos de propaganda electoral, se ha salido de los parámetros habituales de los conservadores americanos y ha utilizado los mismos métodos de los que se vale la izquierda, en todos los países, para descalificar a sus adversarios, para `promocionarse y para atraer hacia su redil a nuevos militantes; todos los partidos del comunismo internacional, todos los grupos antisistema, toda esta pléyade de actores, directores, artistas del canto y las artes, junto a los demás miembros de la farándula norteamericana, la mayoría de ellos multimillonarios pero que, por cuestiones de conveniencia, les resulta cómodo militar con los demócratas, actuando de mecenas de los pobres, pretendiendo justificar su opulencia y sus vicios con donaciones a las ONGs o realizando viajes a los países donde la reina miseria, para fotografiarse junto a niños, tomándolos en los brazos y contemporizando, por unos momentos, con aquellas pobres gentes para, cuando asisten a sus despampanantes fiestas en las que se gastan millones de dólares, pretender aparecer ante sus seguidores como grandes benefactores, altruistas y defensores a ultranza de los derechos humanos de la gente desfavorecida. Esta es la “casta” que ha venido defendiendo a la señora Hilary Clinton, de esta estirpe poco recomendable de la familia Clinton, con sus fundaciones y sus oscuros trapicheos para mantenerse en lo alto de la ola.

En realidad, se trata de restarle mérito a unas elecciones democráticas, con todos los defectos que se las quiera atribuir, pero, en definitiva, donde los norteamericanos se han podido expresar con toda libertad, siguiendo su instinto y optando, por una mayoría suficiente y sobrada, para que nadie pueda intentar descalificarlas o decir que ha existido amaños que pudieran crear dudas respeto a sus resultados. El señor Trump podrá resultar antipático, mordaz, mal educado y demoledor, pero muchos de sus argumentos han calado hondo en la llamada América profunda, la de las pequeñas ciudades, las de comunidades campesinas, y en una gran cantidad de estados que, como se ha demostrado, estaban hartos del establishment representado por la todopoderosa familia Clinton y su desmesurada influencia en las grandes ciudades americanas. Contrariamente a los que se venía anunciado le han votado los latinos, los exiliados cubanos, los mexicanos residentes en los EE.UU, los negros y, pásmense ustedes, las mujeres que, según se venía anunciando iban a ser el talón de Aquiles del magnate Trump.

Tanto en Europa como en los mismos EE.UU, muchos de los que no se creen que la señora Clinton haya perdido, dando muestras de su falta de sentido democrático, intentan deslucir la fiesta de la elección del representante republicano, mediante la convocatoria de manifestaciones en las grandes ciudades; demostrando como las izquierdas, en todos los lugares, nunca se resignan a perder y, cuando lo hacen, se olvidan de las reglas de la democracia para cuestionar, aún en el caso de que el resultado sea incuestionable, que los que hayan votado a su adversario político lo hayan hecho como si, todos los americanos, tuvieran que amoldarse a lo que dice Kate Perry o Madonna, cuando lanzan diatribas contra un señor al que van a tener que aceptar como nuevo presidente de su país.

Los hay, en nuestro país, que pretenden comparar el presunto populismo del señor Trump con el de los comunistas bolivarianos de los señores Pablo Iglesias, Monedero, Errejón o las mismas Colau y Carmena. No obstante, el señor Trump no pretende, como algunos de Podemos y los independentistas catalanes, acabar con el sistema democrático de su nación, ni atenta contra el pueblo americano, ni hay en sus propuestas otra intención que la de acabar con los intereses creados de muchos, que se han atribuido el pensamiento del pueblo americano y han pretendido demonizar las ideas, mejor o peor expresadas, de Trump; simplemente, porque iban en contra de sus propios intereses. ¿Hay algo de malo que se pretenda poner veto a la constante y desbordante invasión de los mexicanos hacia el país vecino? O acaso ¿es reprobable que no quiera que su país se convierta en el eterno vigía de Occidente y, mientras, en Europa se limitan a verlas venir, cuando surge un problema, como ocurrió con el caso de Crimea en Ucrania, pretendiendo que sean los EE.UU los que se hagan cargo de él, manden sus soldados a luchar y morir, mientras nosotros pretendemos que la carga y el coste de semejante ayuda sea siempre a cargo de los americanos?

Es obvio que exista incertidumbre y que muchos empiecen a sentir miedo ante la posibilidad de que, el Tratado de Libre Comercia entre Europa y los EE.UU, deba ser revisado o, incluso, que sea anulado. Pero el señor Trump ya ha avisado y, cualquier persona que amara a su país haría exactamente lo mismo, que seguirá negociando con todo el mundo, pero siempre procurando que el que tenga el beneficio en estas negociaciones sea la gran nación americana. Cuando se habla de la OTAN, las autoridades europeas empiezan a temblar ante las advertencias del nuevo presidente respecto a que los gastos militares, de sostenimiento, de las empresas de toda clase que se deban poner en marcha, deberán ser costeados y sostenidos de una forma equitativa y con la participación de tropas europeas que, evidentemente, deben ser las primeras en acudir a defender a sus países en el caso de que, como está sucediendo con la guerra en contra de los talibanes del EI, nuestra seguridad sea amenazada. ¿Hay en todas estas medidas, anunciadas por el nuevo presidente americano, algo que no sea de completo sentido común? Se podrá decir que su forma de expresarse es correosa, poco refinada o, incluso, en algunos casos, insultante, pero nadie puede decir que todo lo que dice carezca de lógica porque, señores, cualquiera que ame a su patria haría lo mismo que ahora tanto se le critica al nuevo huésped de la Casa Blanca.

¿Qué está haciendo en la actualidad el CIS, la Guardia Civil, la policía nacional y todos los organismos relacionados con la seguridad del país? Controlar, analizar, investigar, desbaratar, detener, desmantelar y encarcelar a todos aquellos sujetos que, de una forma u otra intentan atentar contra la seguridad nacional, cooperando con los terroristas islámicos para evitar que nuestra nación pudiera sufrir los atentados que han estado padeciendo naciones como Bélgica o Francia. ¿Qué es lo que el señor Trump piensa hacer en los EE.UU? Pues poner los medios adecuados para evitar que, la invasión descontrolada de inmigrantes, permita que dentro de la nación americana se cuelen, disimulados entre los demás miles de personas que acceden ilegalmente al país, aquellos comandos terroristas que, como viene anunciando el EI, se sabe que tienen por objetivo crear el terror dentro del propio estado americano. No será la primera vez que suceda ni la segunda, porque de todos es conocido lo que sucedió un 11 de septiembre del 2001 y recordemos la masacre del club gay de Orlando con 50 muertos o las explosiones en junio del corriente año o el atentado ocurrido en la maratón de Boston del 2013 con 3 muertos y 282 heridos etc.

Cuando el señor Reagan se presentó para presidente, fueron muchos los que lo consideraron un incompetente, un actor mediocre que aspiraba a gobernar la gran nación americana, un don nadie que era incapaz de asumir la responsabilidad de dirigir el país. Hoy en día son muchos los que le añoran y una gran parte del pueblo americano lo recuerda como uno de los mejores presidentes de los EE.UU. En todo caso, no sería el primero en intentar que América, su nación, deba, ante todo, restañar sus propias heridas, renovarse interiormente, porque es cierto que el gran país americano, ha dejado su huella de salvador de naciones en peligro mientras sus propias estructuras, como se viene denunciando, están empezado a envejecer, a necesitar modernizarse, se precisan carreteras, puentes, reparar autovías y mejorar el sistema sanitario.

No, señores, siempre ha habido quienes son incapaces de entender a personas que hablan claro, que no esconden las taras que padece la nación y, esta circunstancia, para algunos es de exclusiva competencia de las izquierdas y, por ello, son incapaces de entender que, un millonario, como el señor Donald Trump, emprenda una cruzada, precisamente para cambiar aquellos aspectos de su país que necesitan ser resueltos aunque, para ello, hayan de dejar, para otro tiempo, el continuar siendo los guardianes de la paz en todo el mundo. James Monroe fue el primero en 1823 que hizo suya la doctrina de John Quincy Adams, advirtiendo a Europa que dejara de inmiscuirse en los asuntos americanos. Él fue quien hizo célebre la frase que definía, en cuatro palabras, el espíritu de su lucha: “América para los americanos”

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, se denuncia la gran tramoya organizada en contra de una elección, que puede gustar más o menos, pero que nadie puede tachar de ser ilegal, de no reunir todas las condiciones de legitimidad y de no merecer, como ha sucedido en las anteriores ocasiones, el respeto y la aceptación de todo el pueblo americano, como nuevo presidente de los EE.UU de América.

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