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Hoy estarás en el paraíso

Si la Biblia no es la luz que ilumina, la Iglesia no puede reformarse
Octavi Pereña
martes, 7 de noviembre de 2017, 07:27 h (CET)
Existe un parecido entre la disciplina de los partidos políticos y la autoridad eclesiástica. En ambos casos se roba a las personas el sentido crítico que les permite discernir entre el bien y el mal. En el caso de los partidos políticos se prohíbe a los cargos electos ejercer libremente el uso de la razón iluminada por el contraste entre puntos de vista dispares y por la conciencia que dicta que las cosas no son como las dictamina la cúpula de los partidos. La disciplina de partido elimina la discrepancia con lo cual se impide la entrada de aire fresco lo cual marchita la lozanía del partido produciendo su decadencia por falta de renovación de pensamiento.

Por lo que atañe a las iglesias cristianas, la autoridad jerárquica representada por el magisterio docente censura la discrepancia aplicando el cortafuegos:doctores tiene la iglesia que menosprecia a los feligreses que piensan, asemejándose al comportamiento de los fariseos con aquellos que se ponían al lado de Jesús. Las iglesias cristianas que oficialmente consideran la Biblia como la autoridad suprema, en la práctica la desautorizan sometiéndola a la autoridad de los magisterios docentes. Esta actitud es contraria a la autoridad de las Sagradas Escrituras que estimulan a los creyentes a meditar diariamente su contenido, interpretándolas a la luz que difunde el Espíritu Santo. Las autoridades religiosas judías expulsaban de las sinagogas a las personas que tenían la desfachatez de cuestionar su autoridad. Algo parecido ocurre en las iglesias cristianas. El resultado es su decadencia, al hacerse mundanas. En vez de iluminar al mundo con la luz de la Palabra de Dios que deben ser portadoras, abren las ventanas para que las doctrinas erróneas que circulan por el mundo entren en su interior. En vez de luz, tinieblas.

Un problema que afecta a mucha gente es el de la muerte. Es un misterio para muchos. Según la Biblia un misterio no es un tema indescifrable, sino algo que desvela. La luz de la Palabra alumbra y lo que es oscuro se esclarece. En días previos a Todos los Santos, comentarios de obispos sobre el más allá aportan más oscuridad que luz porque lo que afirman no está basado en la doctrina bíblica, sino en tradiciones procedentes de religiones paganas.

Uno de los dichos que se enseña y que hacer errar el camino a quienes los creen en rezar por los difuntos, doctrina que está fundamentada en los libros apócrifos, que como su nombre indica, no forman parte del Canon de las Sagrada Escrituras cristianas. En estas no se encuentra ningún indicio que autorice su práctica. “Si oís hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones como en la provocación, en el día de la tentación en el desierto” (Hebreos 3: 8,9, porque es tiempo de misericordia. Producido el deceso es imposible cambiar el estado en que se encuentra la persona. Si se muere en la condenación, las plegarias por los difuntos para lo único que sirven es para infundir una esperanza vana. Una esperanza sin fundamento. Además, rezar por los difuntos está relacionado con la práctica de consultar a los muertos, claramente prohibida en la Biblia. Un caso bien evidente de tal prohibición se encuentra en la muerte del rey Saúl, entre otras cosas por haber consultado a la adivina de Endor. Una práctica frecuente es implorar a los difuntos en busca de ayuda. “Supongo que os habrá pasado como a mí cuando escucháis a alguien una frase explicativa de la muerte de un ser amado: “Allá en donde estés…míranos, acompaña nuestras vidas, no te olvidaremos nunca” (Salvaor Giménez, obispo de Lleida).

El obispo Giménez cita el catecismo de la Iglesia católica: “Quienes mueren en la gracia de Dios, pero imperfectamente purificados, todo y estar seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muere, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios”. Esto es lo que dice el catecismo católico. ¿Qué dice la Biblia al respecto? En Romanos 7: 20-25 el apóstol Pablo no se avergüenza de su incapacidad de hacer el bien de manera absoluta: Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí… ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas en la carne a la ley del pecado (vv. 21, 24, 25). Según el catecismo de la Iglesia católica el apóstol Pablo tiene que sufrir “una purificación después de su muerte”. Para quienes mueren imperfectamente purificados, ¿qué significa “sufrir una purificación después de la muerte”? Según la doctrina, aunque hoy, matizada: El Purgatorio, en donde sus huéspedes “imperfectamente purificados”, sus pecados son purgados con sufrimiento. El arzobispo de Barcelona Joan Josep Omella dice que con la plegaria por los difuntos “los confiamos a la misericordia de Dios…Por el otro lado podemos ser de ayuda para los difuntos que se encuentran todavía en fase de purificación”. Esta doctrina es contraria a la enseñanza bíblica que afirma que “la sangre de Jesucristo su Hijo (de Dios) nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7). Un ejemplo bíblico de la perfecta purificación que hace la sangre de Jesús se encuentra en el ladrón que encontrándose colgando en la cruz, le dice a Jesús: “Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino” ¿Qué le responde Jesús? “De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lucas 23: 42,43). El ladrón era un delincuente. Tal vez tenía las manos manchadas de sangre. La fe en Jesús le llevó después de morir a la presencia de la gloria de Dios. No necesitó pasar por una fase de purificación de larga duración que puede acortarse con las oraciones de los vivos. Al instante llegó a su destino.

Antes hemos dicho que el apóstol Pablo, a pesar que era santo porque la sangre de Jesús le había limpiado todos sus pecados, a pesar de la imperfección que confiesa tener estando aquí en la tierra, confiesa: “Para mí el vivir es Cristo, y el morir ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces que escoger. Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor, pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Filipenses 1: 21-24).

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