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Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.
Evidentemente, elegir lo que está bien desde la perspectiva de la conducta es lo exigible a cualquier ciudadano. Me refiero a que es obligatorio respetar y cumplir lo que dicen las leyes vigentes, en beneficio de todos. Los comportamientos individuales son responsabilidad de cada persona. La maldad humana, la crueldad, la violencia, la discriminación, la marginación, el odio y el egoísmo excesivo se observan en las sociedades de todos los países.
Las conductas de riesgo son aquellos comportamientos que implican un efecto placentero inmediato pero carecen de una valoración de las consecuencias posteriores. Es preciso comprender que son los mecanismos cognitivos los que guían al adolescente y joven a la asunción de conductas de riesgo.
El filósofo alemán Knigge, en su libro Sobre egoísmo y gratitud del año 1796, establece que el sentido común ha de dirigir la conducta humana. Escribe que “Cada persona vale tanto en este mundo como ella misma se hace valer”. En efecto, los méritos de las personas son algo objetivable y cuantificable.
En realidad se llaman “prácticas afectivas muy poco responsables” y detrás de ellas se pueden esconder problemas de salud mental, trastornos de personalidad y baja autoestima. Las redes sociales han hecho proliferar estos anglicismos, pero también se han convertido en aliadas para visibilizar, desestigmatizar y combatir la discriminación. La generación Z está ayudando a dar más voz a este tipo de situaciones.
Evidentemente, si se analizan las reacciones conductuales de los menores de 18 años es incuestionable que el comportamiento de estos es responsabilidad de los padres. Las malas conductas que molestan y perjudican a los demás, no son imputables a los que las sufren, sino a los que las causan. Es cierto que la adolescencia puede ser complicada, para una parte de los adolescentes, pero eso no significa que estén justificadas las faltas de respeto y las malas actitudes.
Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre una forma de vida, muy denostada boca para fuera, pero la elegida y predilecta al momento de la práctica cotidiana, personal y comunitaria, a saber, el individualismo. Y lo vamos a analizar como lo que es: un capricho que se volvió una preferencia vital de pensar que se puede obrar independientemente de la sociedad que nos cobija, bajo la ficción de creernos no sujetos a reglas y normas comunitarias.
En esto de los comportamientos, casi diría que la desorientación refleja una lógica natural. Proliferan múltiples situaciones con sus variantes, ignorancias, puntos de vista, errores y aciertos. La precisión en las apreciaciones podemos considerarla imposible.
Es una constante que, el deseo preña la mente, con máscaras impregnadas que desean metal precioso, moneda lastimera, cosas buenas y maledicencias de todo tipo. Esa es el alma de un inmenso espectáculo como aspecto de los vecindarios, chismosos, gente curtida, curiosa, con o sin sentimiento, con rostros enrevesados.
Los Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) son trastornos psicológicos graves que conllevan alteraciones de la conducta alimentaria. La persona afectada muestra una fuerte preocupación en relación al peso, la imagen corporal y la alimentación, entre otros. Debido a estas alteraciones alimentarias, se pueden desencadenar enfermedades físicas importantes y, en casos extremos, pueden llegar a provocar la muerte.
Montse que fue testigo de los incidentes que ocurrieron durante el partido de futbol de los cadetes del Lleida y del Balafia celebrado el 22 de febrero en el campo del Gardeny en una carta publicada a SEGRE explica sus impresiones: “Se produjeron unos hechos groseros y de muy mal gusto por parte de los padres de los jugadores del Lleida".
Haberlas, no vamos a dudarlo; las ráfagas de los acontecimientos sociales son prodigas en relatos escalofriantes. Sentirnos atrapados por sus efectos por toda la vida es una tragedia; pero desentendernos de sus maquinaciones, lo es aún mayor, por el enquistamiento del mal proceder. Tenemos en la mente las acciones TERRORISTAS más horrorosas, sin límites geográficos, bajo formatos alevosos.
Enfatizamos a diario los comentarios sobre la memoria, como tratando de una entidad establecida, cuando a lo sumo captamos pequeños sectores, silenciamos a muchos de ellos y no estamos dispuestos a investigaciones francas. A la vez, mantenemos encendidos los anhelos declarados y los inconfesados, en unas elucubraciones íntimas de ilimitadas aspiraciones.
Unas 400.000 personas sufren trastornos de conducta alimentaria en España, un grupo de patologías con gran incidencia entre los adolescentes en las que intervienen factores biológicos, psicológicos y socioculturales. Uno de los datos más preocupantes sobre este grupo de enfermedades es la resistencia que un 25% de las personas afectadas por ellas muestran al tratamiento.
La conducta es algo muy importante en la vida. Y todas las personas tienen que respetar a los demás. En primer lugar, por educación y también porque no saben los méritos acumulados y las capacidades de los demás. En este sentido, las conductas despreciativas, soberbias, prepotentes, negativas y arrogantes hacia otras personas no tienen cabida en sociedad.
Es muy traidora la rutinaria tendencia a simplificar las cuestiones con una afirmación o negación esquemática, en un sí o un no sin matices. Nos vemos obligados a decisiones continuas. La identificación de los peligros importantes no permite disgresiones que retarden las posturas preventivas; representa un arma vital.
En el transcurrir de tu existencia vas acumulando una serie de fobias y manías que te cuesta trabajo reconocer. Pertenecen a aquel cuadrante de la ventana de Johary que tanto te iluminó en tus primeros contactos con la psicología de la interrelación. Se trata de aquella parte de tu conducta que todo el mundo ve. Menos tú.
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