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La globalización no es ni mucho menos un fenómeno nuevo. Sin embargo, la posición de la única superpotencia realmente existente, los Estados Unidos, ante la globalización -que, como Marx y Lenin explicaron en su tiempo, es consustancial al mismo modo de producción capitalista- ha variado tan drásticamente como para pasar de ser su adalid como superpotencia en su apogeo a ser su atacante como superpotencia en su ocaso.
La llamada globalización es el instrumento para consolidar el protagonismo único del capitalismo, controlado y dirigido por una minoría que domina el mundo desde la posesión del gran capital. Su única realidad es el juego del dinero, todo lo demás es apariencia.
La existencia por sí misma es un continuo movimiento, un constante proceso en perenne mutación, que nos insta a renacer cada aurora, reconstruyendo caminos y abriendo horizontes. Sólo hay que mirar y ver. Rápidos y profundos son los cambios que están transformando nuestras propias relaciones entre sí y con el entorno.
Las elecciones no las ha ganado un partido ni las ha perdido otro, simplemente las sigue ganando, como era de esperar, la globalización. Este fenómeno, hoy dominante, que está apadrinado y dirigido por el gran capital, controla tanto la economía y la política como la sociedad. Las razones parecen estar claras.
Es prácticamente imposible lograr que, en un artículo de reflexión en un periódico, podamos comprender el universo de la estética en tanto estudio filosófico del sentido del mundo del arte y de la belleza. Ahora bien, lo que hoy me convoca a compartir con ustedes es un aspecto sobre este asunto: la reproductibilidad del arte en la cultura de masas que nos ha llevado a contemplar con placer lo indistinto al punto tal de admirar la mediocridad del bodrio con trágica admiración.
La actual sociedad estaría caracterizada por el imperio del hedonismo y el nihilismo frente al espíritu crítico y la cultura del esfuerzo del siglo XX al estar formada por individuos consumo- dependientes de bienes materiales que conforman una masa homogénea, acrítica y fácil de manipular por las clases dirigentes.
El movimiento de los seres humanos es un fenómeno mundial y está presente en todas las épocas de la historia y en todos los rincones de nuestro planeta. Ante los flujos migratorios, en la actualidad podríamos hablar del impacto sobre la etnicidad que estos producen, el malestar tanto administrativo, como el de las poblaciones receptoras hacía un sociedad multicultural.
Con la caída del bloque de naipes de los últimos estados de la URRS, observamos como el imperante capitalista ha desarrollado su dimensión más universalista, integradora y globalizadora. Empezamos a mover nuestra existencia alrededor de la hegemonía del capital total, nuestra cultura general se mueve alrededor del negocio, la cultura literaria, musical, los nacimientos, la muerte, etc.
El fenómeno de la globalización económica ha conseguido que todos los elementos racionales de la economía estén interrelacionados entre sí debido a la consolidación de los oligopolios, la convergencia tecnológica y los acuerdos tácitos corporativos. Dicho neoliberalismo económico sería el culpable de que según la OIT para el 2.023 el número total de desempleados en el mundo alcance los 207 millones (6% de la población activa).
A la ciudadanía se la vende grandeza, cuando todo es penuria, en forma de crisis, epidemias, guerras y otros inventos para especular en el marco del sistema capitalista, mientras la decadencia se instala en el plano estatal. El mentor ya se conoce quien es y con la fórmula utilizada sucede lo mismo.
La globalización conlleva cambios políticos a nivel mundial, caminando hacia la unificación de las acciones de gobierno, sobre la base de un credo político que mira por los intereses del mercado y contempla al ciudadano de los respectivos Estados como un bien mercantil a proteger, dada su condición de consumidor.
Somos pura contradicción. Nos hemos globalizado, pero aún no tenemos un propósito de enmienda, ni mucho menos un proyecto para todos. Hace falta otro espíritu más cooperante, que siembre confianza y suscite el entusiasmo, activando espacios más seguros y acogedores, que defiendan cuando menos el derecho a una vida decente.
Los seres humanos hemos estado en constante movimiento a lo largo de nuestra historia, desde que los primeros Homo Sapiens empezaron a salir de África. Hoy, el tres por ciento de la población mundial – al menos 258 millones de personas – viven fuera de su país de origen.
En algunos países la inflación ya se está aposentando y en otros la deflación ya ocupado su lugar como “okupa” no deseado. De hecho, las bolsas de medio mundo no lo afirman, lo proclaman y lo gritan con sus caídas constantes. ¿Acaso no hemos asumido que para cambiar es preciso destruir?
El sueño de una Europa unida, fuerte y democrática se está paralizando. Los nacionalismos sin sentido histórico están metastizando Europa, impregnando toda ella de egoísmos medioevos y oscurantismos fanáticos. Los socialismos de la democracia se van difuminando, convirtiéndose en “murgas venecianas” de caretas tapaderas, sin sentido social.
Un día una pandemia viral se extendió por todo el orbe, algo impredecible que se escapaba a la miope visión que únicamente podían esbozar los ojos ante hechos que se escapaban de los parámetros conocidos e inevitablemente, la sociedad recurrió al “efecto mariposa” para intentar explicar la vertiginosa conjunción de fuerzas centrípetas y centrífugas que iban configurando el puzzle inconexo del caos ordenado que se estaba gestando.
Los hábitos de la alerta y de la sensatez tienen que gobernar nuestras vidas. No podemos distraernos ante las monumentales posibilidades de acción en un mundo globalizado. Algunas nos reconstruyen, pero otras nos derriban. Es cierto que somos una generación de enormes conocimientos, pero también necesitamos una sana capacidad de raciocinio y de sentido común, para poder tomar la orientación debida.
Hace ya bastante tiempo que las guerras han dejado de ser la “fórmula” de conseguir los objetivos. Las guerras, siempre y hoy día más, se han convertido en uno de los “sistemas” mejor considerados para equilibrar economías. Los enfrentamientos llevan tras de sí la humillación, el rencor, la envidia, el odio y la división. Nunca se entendieron bien las banderas de los triunfadores con los derrotados y posteriormente humillados.
A medida que los desarrollos técnicos avanzan, nos encontramos cada vez más conectados con todos los países del mundo, lo cual genera un gran enriquecimiento personal y profesional para los habitantes del mundo en el siglo XXI. Lo que sucede en un país puede saberse a los pocos segundos en todos los extremos del planeta, al igual que el turismo sigue siendo una de las actividades económicas más importantes para muchos países.
Indudablemente, la oportunidad de cuidar el horizonte que nos abraza, requiere de otros modos y maneras de convivir. Pensamos que el dinero lo resuelve todo y realmente es la moral la que nos hace fuertes. Andamos viciados y débiles, porque hemos caído en la soberbia, en la ingratitud y en la envidia. No podíamos caer más bajo.
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