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El alma, de dos corazones enamorados, de dos seres que se quieren.
Al pasar Cerro Muriano, dejando atrás el pantano, aparece, una sierra muy hermosa cerca de Villaviciosa, ¡que florece!
Puede llevarse el Ocaso en un arranque oportuno el dolor que en una caja, guardado, he dejado en mi mesilla, pero que cada noche debo ver. Debo sentir, mientras no crea en la magia del Ocaso.
Por muy dura que sea, la vida, la historia, el mundo es real no se equivoca, orienta.
Córdoba, voy a cantarte y espero hacerlo con tino; te quiero con desatino ¡ay! quien pudiera besarte.
Érase un hombre a su ego atado, érase un malandrín sin sentimientos, érase un fabricante de harapientos, érase un traidor desequilibrado.
Sigue en sus trece, el cateto, cabalgando en la mentira, que es su estado natural y el que más le gratifica. Porque sabe que carece, de un mínimo de empatía, que disimulara un poco su escandalosa codicia.
Es la muerte una gran desconocida, demoledora, horrenda e invencible, porque actúa de forma impredecible en todas las etapas de la vida.
La partida, la partida se ha acabado ya, jaque al rey. No sin mi reina...
Se me inunda el alma de vivencias, al recordar los años juveniles, que pasan raudos, como los desfiles, evocando gozosas experiencias.
Solar de paz y patria del sosiego, espejo de la culta Andalucía; noble cuna de la sabiduría, aparente frialdad y alma de fuego.
El amor, entre dos almas perdidas, entre dos corazones antes rotos.
Qué suerte es levantarte cada día, sabiendo que el Señor nos guía y ama, y que Su amor, sin límites, nos llama para encontrarnos en la Eucaristía.
A medio siglo de nuestra ruptura, te tengo que decir sinceramente, y con toda la fuerza de mi mente que aquella decisión fue gloria pura.
Espejo que miras este rostro añejado el cual lleva en su semblante las heridas y miles de caminos enredados.
El adiós, indefinido, el adiós roto. Y mil besos al aire...
Hoy te quiero decir, gran plagiador, presidente letal de este Gobierno, que la España que hundiste en el infierno pagará su dolor con tu dolor.
Siempre es inveterado, que el o los momentos sólo tienen una fuente de virtud, la vida, y la muerte que, no lo es, es volver a vivir o seguir el rumbo de la nueva vida del futuro.
Las cartas, de nuestra corta vida, de nuestro gran querer.
Darse muerte a través de la imaginación, es un arte aniquilarse y regresar a la vida para no estar muerto, es así quizás destruirse con el pensamiento...
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