Hoy día se mantiene una pertinaz, malévola y desleal tendencia, no únicamente en España, sino
también en los países del resto de Europa, no sólo a negar, sino hasta abominar de las raíces cristianas
que, a lo largo de los siglos, han conformado, estructurado y modelado la civilización europea.
El Imperio romano se extendió por toda Europa, y también por parte de Oriente y asimiló los
dioses de los países conquistados incorporándolos a su panteón.
Pero he aquí que los cristianos, esa secta desgajada del judaísmo, siguiendo el mandato de su
Maestro, se dedicaron a predicar el Evangelio por todo el mundo. Sufrieron persecuciones y matanzas sin
cuento, regando con su sangre la semilla de la que brotarían nuevos adeptos.
Esto sucedió hasta que en el año 313 Constantino, se dice que tuvo una visión, antes de la
batalla del Puente Milvio, en la que se la apareció un ciervo que, entre sus cuernos, llevaba una cruz y
debajo de ella la frase griega εν τούτῳ νίκα, traducida al latín, in hoc signo vinces, y en
español, con este signo vencerás.
Sea verdad o leyenda, lo cierto es que Constantino mandó poner en el lábaro romano la Cruz y
el monograma de Cristo, dando lugar al crismón que hoy conocemos.
Está extendida la creencia errónea de que el mencionado emperador impuso la religión
cristiana como la oficial de su imperio. Nada más lejos de la verdad. Simplemente proclamó la libertad
de culto de todas las religiones entre ellas la cristiana.
Con el correr de los tiempos se fue imponiendo en Europa y se extendió por todos sus confines.
Ya esta religión advenediza se ha enseñoreado por todo el Imperio romano. Creo que es
oportuno y conveniente repasar, sin profundizar mucho, si esta nueva creencia aportó algo a la
civilización europea.
Los bárbaros aniquilan la dominación romana. Se imponen, a sangre y fuego, por todo el
antiguo Imperio. En una palabra, eliminan la anterior culturas grecorromana.
Cabe que nos preguntemos: ¿Entonces cómo conocemos la sabiduría, escritos y tratados
filosóficos, morales y éticos de nuestros remotos antepasados?
La Edad Media, se divida en dos periodos, casi de igual extensión en el tiempo: la Alta y la
Baja.
Considero que deberemos prestar atención a la primera, la que incluso algunos historiadores
presentan como unos siglos oscuros, faltos de saber y conocimiento en los que la cultura y la civilización
avanzó poco o nada.
Cosa no totalmente cierta, ya que, tanto en ese periodo, como en el siguiente, se copiaron y
transcribieron los manuscritos de los pensadores, en todo sentido, antiguos, que han llegado hasta
nosotros.
¿Cómo se difundieron esos saberes? Por medio del trabajo de unos hombres grises y anónimos,
cuyos nombres desconocemos, que se encargaron de llevar a cabo esa penosa, cansina y no retribuía tarea
de copiar los textos antiguos y transmitirnos el legado de conocimientos del que hoy disfrutamos.
Y ¿quiénes eran estos hombres? Los monjes. Monje, del latín monachus derivado del griego
μοναχός, monachós, que en español significa sólo, único, solitario, eran personas que, a partir, poco
más o menos, del siglo IV, desearon vivir la experiencia del cristianismo primitivo y se retiraron a
lugares apartados de la civilización, normalmente desiertos.
No es mi deseo explicar la evolución de los ermitaños, simplemente especificar que, a partir de
esta vivencia religiosa, se fueron conformando lugares en los que moraban estos hombres y mujeres
deseosos de perfección.
Cada cual tenía sus normas y reglas de vida, pero deberemos de hacer una abstracción en el
tiempo y llegar hasta S. Benito de Nurcia que vivió desde finales del siglo V hasta mediados del VI.
Se le puede considerar, con toda justicia, el padre del monacato cristiano occidental.
Su primer monasterio lo fundó en Monte Casino, a mediados del siglo VI. La Regla de este
Santo, fue, y sigue siendo, una gu僘 mon疽tica hasta hoy.
Ésta, simplificándola hasta el extremo, se puede reducir a la siguiente frase: ora et labora, es
decir: Reza y trabaja.
Su hermana gemela, Santa Escolástica, con la misma regla, fundó monasterios femeninos.
Norma que serviría de base, con las modificaciones pertinentes, para los
Posiblemente haya quien piense que este “trabaja” se referiría a las labores hortelanas y del
campo en general. ¡Craso error!.
Trabajar tenían que hacerlo los monjes en todo los aspectos de los quehaceres humanos. Lo
mismo en el saber intelectual que en manual. Fueron maestros en el arte de transmitirnos, como he dicho,
la cultura y conocimiento de nuestros antecesores.
De ellos y por ellos hemos recibido y disfrutamos de bastantes, muchos se han perdido,
conocimientos que han sido pilares y sustento de nuestra civilización europea.
En los cenobios se estudiaban los conocimientos de medicina que nos legaron las antiguas
civilizaciones.
Esta medicina natural, tan en boga hoy día, ya se practicaba en la Edad Media, gracias a la
dedicación, empeño y sacrificio de los monjes.
Fueron grandes maestro no sólo en medicina natural sino en la fabricación de repostería, sobre
todo las monjas, y en licorería y bebidas, más bien los cenobitas.
Hoy, casi es un lujo, beber alguna las cervezas, que a continuación mencionaré:
De origen belga son Dubbel, Tripel y Enkel ya que son consideradas unas de las mejores del
mercado, pues bien, según escritos documentados los monjes trapenses comenzaron la elaboración de este
tipo de cervezas para incorporar el simbolismo de la Santísima Trinidad en la fabricación de la bebida.
Si nos pusiésemos a enumerar todas las bebidas que nos legaron y la repostería de la que
gozamos, no tendría fin este escrito.
Considero que se puede decir sin ambages que los monjes salvaron la civilización en Europa y
que el cristianismo ha estructurado el pensamiento de nuestra cultura occidental, por lo que renegar de él
es abominable.
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