Todos los análisis coinciden en lo mismo: el PSOE ha sabido hacer gala de su gobernanza durante estos diez meses y ha arrancado a no pocos votantes de Podemos, que, reducidos a la esquina zurda del tablero, asiste a una erosión que ya sufrió el PCE post-Carrillo y la IU post-Anguita. El bloque de izquierdas ha vencido, aun fracasando Unidas Podemos, con su mejor campaña electoral, y entronizando a Pedro Sánchez y a su PSOE.
Casado no termina de atraer. Y a esta falta de carisma se le une que le ha tocado pagar la factura de la gestión de Rajoy; una gestión que nos costó a los españoles dos referéndums ilegales en Cataluña y una recuperación económica que no ha llegado a todas las clases trabajadoras y medias. El PP se desangra por el centro y por la derecha. A la derecha de la derecha, en el extremo derecho, se sitúa VOX, que no ha logrado hacer realidad las encuestas más entusiastas y se ha quedado con el notable ascenso de 24 diputados; cifra increíble que, sin embargo, reviste de sabor agridulce porque les sirve de techo: no les podía haber sonreído mejor el sino, y ahora solo les queda menguar. En el centro, Ciudadanos ha dado la sorpresa. Frente a las encuestas que auguraban una detención en su avance e incluso reducción de sus heraldos en la Carrera de San Gerónimo, han ganado 25 poltronas más a las 32 que ya tenían, y se erigen como líderes morales de la oposición, frente al líder en descomposición de un PP con más paralelismos con la UCD de los ochenta.
Sin embargo, lo preocupante no es esto. Lo preocupante es que los españoles sufrimos una ley en el que todo este tablero está sujeto a fríos juegos de cálculo. Un ejemplo es el estudio que ha sacado esta semana ABC, en el que, con la misma ley electoral que tenemos ahora, la suma de las papeletas de Ciudadanos, PP y VOX en una misma lista hubiera sumado mayoría absoluta; y los análisis sería diferentes: que si Pedro Sánchez no ha logrado convencer y su gestión no ha sido bien percibida por el común de los españoles, que si el bloque centrista y derechista ha conseguido atraer a la mayoría social, que si… Es decir, unas operaciones matemáticas pueden dar la vuelta a lo que de veras encierran los corazones de la sociedad. Por ello, frente a la glacial ley de la aritmética, yo apuesto por la cálida ley de los corazones: una ley de circunscripción única, en la que cada voto valga lo mismo y los electores no tengan que cambiar sus papeletas por una supuesta llamada al voto útil. De esta forma, acabaríamos con la injusticia de que PACMA no tenga diputado alguno con 68.582 votos menos que el PNV, que ha recolectado 6 heraldos, y con 67.205 votos más que EH Bildu, que enviará a 4 representantes a Madrid.
Asimismo, estamos ante una ley que no refleja la realidad de la sociedad española. Ni siquiera de la sociedad catalana. Estamos ante un señuelo del que se aprovechan los que quieren romper la unidad nacional. Todos los analistas coincidían en la fuerza que había desatado ERC con sus 15 diputados; y ésta es la información que queda en la retina de los españoles. No obstante, lo que se omite es que los resultados de ERC, JxCAT y FR —la candidatura creada a la sazón por críticos de Podem y parte de la CUP que no ha recolectado más de 113.008 papeletas— no llegan a los dos millones y medio que azuzan como cifra de independentistas estos partidos. La única realidad es que solo un tercio de los catalanes ha votado independentista estas elecciones. Lo peor de todo es que puede darse la posibilidad de que esa minoría en Cataluña, y evidente minoría en el país, sea la que rija los destinos de España. Y, créanme, lo harán a su antojo; no en base a las necesidades de la mayoría de los españoles o, siquiera, de la mayoría de los catalanes.
¿Para cuándo una ley de verdad, en la que estén representadas con nitidez y sin los espejos cóncavos de la calle del Gato las decisiones de los españoles? ¿Para cuándo asumir que España es una comunidad y no cincuenta y dos provincias que envían a sus agentes comerciales a mercadear prebendas sin pensar en un proyecto común?
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