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¿Será Sánchez capaz de pensar en España?

“Es evidente que el espíritu de consenso que inspiró la transición democrática está definitivamente enterrado”
Jorge Hernández Mollar
martes, 18 de junio de 2019, 15:11 h (CET)

Me prometí arrinconar por un tiempo la política y elegir un abanico de reflexiones más abierto a temas de sociedad como son la educación, la sanidad, la religión, la emigración, la cultura o los apasionantes horizontes que hoy nos ofrecen las nuevas tecnologías que han roto barreras idiomáticas, económicas o geopolíticas y que han hecho del mundo en el que vivimos una gran aldea global.

Pero la convulsión o terremoto nacional que han producido las últimas elecciones municipales, autonómicas y europeas y el disparatado caos negociador que ha sobrevenido después entre los partidos para cuadrar “numéricamente” las mayorías necesarias con el objeto de configurar los gobiernos locales, me llevan casi obligatoriamente a hacer unas reflexiones desde la privilegiada atalaya de quien, como es mi caso, fui protagonista también de escenarios similares pero sin alcanzar el nivel de perplejidad, sorpresa y en muchos casos decepción que han provocado los resultados finales de algunos acuerdos alcanzados.

Es evidente que el espíritu de consenso que inspiró la transición democrática está definitivamente enterrado. Ni son las mismas generaciones ni la sociedad responde a los mismos parámetros. Las generaciones que han nacido desde los dramas y tragedias de guerras mundiales, nacionales o regionales acontecidas en el siglo pasado, estaban supeditadas a la superación de las graves consecuencias que tan brutales enfrentamientos provocaron.

Se hizo urgente la recuperación de la natalidad y el equilibrio demográfico de unas sociedades gravemente diezmadas; se hizo urgente también la reconstrucción de poblaciones, ciudades e incluso Estados destruidos por la mano del hombre, y la necesidad de garantizar un largo período de paz y desarrollo basado en el entendimiento, la cooperación y el arbitraje de instituciones nacionales o supranacionales, asentadas en principios democráticos y de respeto de los derechos humanos y libertades.

Superadas estas graves dificultades las generaciones de españoles que han nacido a partir de la década de los sesenta han conocido la época de paz y prosperidad más larga de la historia de Europa que les ha proporcionado el esfuerzo y la firme voluntad de entendimiento de sus antecesores. La Constitución del 78 y la pertenencia a la Unión Europea, han sido los pilares fundamentales que han servido para afrontar una nueva era dominada por la solidaridad, la cooperación y la superación de fronteras que tantos conflictos y destrucciones materiales y humanas originaron.

La nítida separación entre los dos bloques ideológicos comunismo/socialismo y capitalismo/liberalismo marcaron el binomio en el que tradicionalmente se instauraron los partidos políticos durante la transición y que quedaron bien representados en un Partido Socialista que evolucionó inteligentemente hacia una socialdemocracia europea y un Partido Popular que hizo bascular la derecha más conservadora hacia una posición más centrista y democristiana. Partidos que además tenían fiel reflejo en los dos grupos mayoritarios que gobernaban o dirigían las instituciones europeas,

Pero precisamente fué el socialista Rodríguez Zapatero, nacido en Agosto de 1960, quien después de acceder a la presidencia del Gobierno al socaire del 11M y la guerra de Irak, inició todo un proceso de desmantelamiento del espíritu de consenso que inspiró la Constitución, reivindicando la legitimidad de la II República y la memoria histórica de la izquierda, atacando con agresividad los valores humanistas y cristianos sobre los que se asentaba buena parte de la sociedad española con medidas como la implantación de un aborto más ampliado, el matrimonio de los homosexuales o la extensión de la ideología de género al ámbito de la educación y el lenguaje, además de elevar el independentismo catalán a un alto grado de confusión constitucional con sus elucubraciones pseudointelectuales sobre los conceptos de nación y nacionalidad y que tanto han contribuido a la actual situación de posible quiebra de la unidad territorial y política de España.

Sánchez es heredero fiel de ese espíritu y desde que inició su alocada y obsesiva carrera hacia la Moncloa ha terminado por desequilibrar todos los espacios electorales en los que se movía el votante y ciudadano español. Sus alianzas con la izquierda ultramontana de Podemos y los independentistas catalanes y vascos, han descolocado a un centroderecha desnortado por la debilidad política de Rajoy y que termina fracturándose y refugiándose su parte más conservadora en un partido como Vox y alimentando al mismo tiempo la base electoral de un desconcertante Ciudadanos.

Todo este batiburrillo de partidos y líderes han recogido los millones de votos que de una forma u otra han ido desperdigándose por el suelo patrio en estas últimas elecciones municipales, autonómicas y europeas. Esta primera fase de acuerdos para alcanzar gobiernos municipales ha sido delirante, como una especie del famoso juego infantil de la silla que iba moviéndose entre los participantes hasta que el ganador se quedaba sobre la única que restaba. Si infantil era aquel juego, más pueril y penoso ha sido el espectáculo que los partidos han dado hasta el último minuto en la composición de algunos Ayuntamientos.

Es sintomático que solo en ocho municipios de los 63 más grandes de España se han podido constituir las alcaldías con mayoría absoluta, entre los que destacan Vigo o Marbella, en las 55 restantes se han “sufrido” los pactos que han supuesto recuperar Madrid o Zaragoza para el centro derecha o la continuidad de las izquierdas radicales en Barcelona o Valencia por citar algunas capitales de las más relevantes. En Andalucía las dos grandes ciudades, Sevilla y Málaga, han continuado después de los acuerdos, con sus alcaldes socialista y popular respectivamente .

Así se ha ido fraguando un mapa municipal que influirá indudablemente en la próxima ronda que nos espera para abordar el gobierno de las comunidades autónomas y el de España. La consecuencia es que Sánchez queda muy debilitado después de perder el partido socialista o no conquistar más poder territorial y después de ver también cómo sus aliados podemitas se han desmoronado y que sólo le restan los enemigos de España, independentistas y batasunos, como compañeros de un viaje muy arriesgado y peligroso.

¿Será Sánchez capaz de pensar alguna vez en España,? continuará…

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