No es cuestión de leyes ni cárceles.
¿Con qué gusto hemos configurado los medios de vida actuales? Es increíble la carga irracional que hemos acumulado.
Los asesinatos incesantes de mujeres, ¿Esperamos a que sean evitados por los jueces y policías?
¿Qué papel atribuímos a los niños, los ancianos o los desdeñados por la fortuna?
¿Seguiremos llamado democracia a los penduleos de intereses escondidos?
¿Las actitudes personales mejoran en algún aspecto el medio configurado?
¿Cómo se demuestra la verdad de los deseos subyacentes?
El orgullo parece infinito.
Este asunto del gusto no pasaría de ser una sencilla anécdota, si quedara en una estricta valoración individual, sin efectos posteriores. Pero no es así, el contagio de pareceres amplía su importancia, acabando por proyectarse sobre los PATRONES de conducta. Dicha amplificación pasa a conferirle una potestad normativa en sí misma, aunque no esté respaldada por los razonamientos pertinentes. Las apreciaciones subjetivas nacen de impulsos todavía alejados del ensamblaje con las demás cualidades constitutivas de las personas. Desprovistos de estos ropajes imprescindibles, pasan confrecuencia a transformarse en elementos coercitivos, causantes de enormes abusos.
Son factores decisivos a la hora de delimitar los gustos, dependerá de sus inclinaciones la calidad de las preferencias adoptadas. La trivialidad del comienzo engruesa de manera progresiva sus calibres, por incrementos numéricos, por invasión de los múltiples sectores de la sociedad y por la pérdida de su control, que pasa a ser el de una entidad dasaforada. Provocan la INTERROGACIÓN descarnada de si somos capaces o no de modelar esas preferencias, que vienen ratificadas por la rotundidad de los hechos cotidianos. En efecto los fuimos modelando, con la evidente despreocupación del sentido final y sus consecuencias. Queda pendiente de respuesta si sabremos rectificar los errores.
No sé si por dejadez, por estupidez, o por exceso de razonamientos, dada la proliferación de las tres tendencias; hacemos uso de la IRONÍA como lenguaje introductor entre las vaguedades conceptuales, detrás de las cuales sobrevienen inclementes los frívolos desplantes de las conductas desvencijadas, vienen a ser sus consecuencias lógicas. Adquieren una preponderancia en los ámbitos sociales con evidentes signos degradantes.
Percibimos enseguida la ironía BURLESCA muy alejada del verdadero humorismo; surge sin duda en un medio apropiado en el cual coinciden varios factores degradantes. Completa el círculo de un ambiente venido a menos, acentuado por unas burlas zafias. Desaparece la consideración por las querencias ajenas en un atropello de cuanto les puede apetecer; la falta general de un mínimo respeto, aboca al desprecio; siendo este tan generalizado, que promueve el sentimiento de una realidad inconsistente, para gozada de quienes posean el poder y la fuerza, sean estos en forma de dinero, política o fuerza bruta. Hasta el punto de ser tolerada la burla en las esferas de mayor relevancia, contribuyen al descrédito social.
Transgredimos el sentido de las palabras sin el menor reparo, pero en ese deslizamiento caemos nosotros detrás de las pérdidas de sentido. Ese principio melancólico de la ironía que hubiera podido servir de consuelo para mantenernos a tono después de los diversos errores cometidos, por el arte de la mencionada dejadez interpretativa la hemos traducido en la fuente ENGAÑOSA de las manifestaciones orales y escritas. A fuerza de repetirlas, las exageraciones altisonantes se crearon un aura de autenticidad que no es real, sino todo lo contrario, pura elucubración interesada. Cuando dudemos de eso, es suficiente con asomarnos a los discursos políticos, tertulias o supuestos debates temáticos.
En aras de una libertad enfermiza, por su fraude en orígen, debido al olvido de la presencia del individuo en el seno de varios conjuntos a la vez; hemos derivado en una especie de suelta de globos emocionales, desprendidos de los hilos relacionales. Desde la educación infantil a los foros de los eruditos, desde la plaza pública a las instituciones formales; nos precipitamos hacia la práctica de una fruición DESCONTROLADA, ufana, emotiva, irreflexiva. Asumida como fundamento costumbrista indiscutible, modeladora del gusto, por quello de no luchar contra la corriente generalizada. Si no eterna, es la cuestión habitual de la masificación opuesta a los impulsos creativos con mejores vibraciones.
Avanzamos en plena época de los monólogos, la dialéctica constructiva ya no comparece. Nadie escucha, por lo tanto, el diálogo no tiene cabida. Por eso, los argumentos son algo superfluo, no son la base de las decisiones, menos aún de los proyectos a largo plazo. Hemos elegido el PARLOTEO vociferante como método discriminatorio. En esa ruidosa experiencia, la sinceridad está desplazada por los decibelios, la veracidad por el número de parlanchines; convirtiendo la coherencia en una entidad obsoleta. Sólo la oscura mano que mece a las masas encuentra un acomodo apropiado; mientras, los sufridores están entretenidos con el uso de las palabras desprovistas de sentido.
En el fondo, ya lo decía Kant, el juicio del gusto es independiente de los conceptos, viene expresado por las sensaciones particulares. Los hay de características bien diferenciadas, porque además, la imaginación es ilimitada, ampliando de esa manera las expresiones de aquel. La polarización en este sentido introduce una capacidad deformante de la sociedad, por su misma SOBREVALORACIÓN. Provocan el arrinconamiento de las restantes cualidades de los individuos e influyen en sus comportamientos; con la consiguiente repercusión sobre los colectivos. La memoria se torna caprichosa, el aprendizaje superficial, el conocimiento queda distorsionado; el individuo y la sociedad desmerecen.
Las exorbitantes dimensiones del gusto en sus múltiples versiones pasan a transformarlo en un ente monstruoso. El descontrol sobre sus efectos colaterales nace de su polarización. Lo que pudo haber sido una confluencia de cualidades humanas en plena armonía; debido al desdén con que tratamos a las realidades ambientales o del resto de las personas, origina un potente semillero de DISCORDIAS. Arrastrados por los comportamientos impulsivos, los proyectos emprendidos nacen viciados desde aquella divergencia absoluta en cuanto a las actitudes. De no ser así, cómo explicaríamos las violencias degradantes, las crecientes diferencias, la tolerancia de la corrupción o el desinterés por la entidad de cada persona.
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