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Me desdigo

La izquierda no está tan unida
Áurea Sánchez Puente
domingo, 28 de julio de 2019, 09:14 h (CET)

Escribí el pasado día 27 de abril, en vísperas de las elecciones generales, que nunca antes la izquierda se había mostrado tan unida, al menos en los últimos cuarenta años. Me desdigo. Era un truco de Pablo Iglesias para evitar una debacle en las urnas. No había tal cambio en Unidas Podemos y su líder consiguió a través del debate a cuatro en Radiotelevisión Española su objetivo: hacernos creer que iba en serio, que lo suyo era hacer una labor a la izquierda del PSOE para construir un gobierno de centro izquierda. Nos ha engañado.


No sé Unidas Podemos, pero Pablo Iglesias bebe de la insurrección, la utiliza como método de trabajo y algunos dicen que obra contra sí mismo. No lo sé, lo desconozco, no nos debe importar.


Dije en aquella ocasión, hace tres meses justos, que el que iba asaltar los cielos estaba irreconocible en el debate mostrándose colaborador y fiel, como el auténtico muñidor de la moción de censura contra Mariano Rajoy, nada que ver con aquel acusador contra Felipe González y contra el PSOE histórico. Nada que ver con el Iglesias Turrión de la fallida investidura cuando Pedro Sánchez iba de la mano de Ciudadanos. Ahí ya supimos que no estábamos ante un político tradicional, sino ante uno más complejo e imprevisible.


No hay tal cambio, y lo memorable es la transformación que es capaz de hacer con tal de ganar la batalla política revertiendo los principios más básicos de la misma. No es un buen socio. Y no hay gobierno de izquierdas porque no es un político al uso, es un dirigente subversivo, ocasional y sublevado contra la autoridad.


Por tanto, me desdigo, no hay tal entendimiento de los partidos de la izquierda como parecía que había el pasado día 27 de abril. Y a pesar de que la derecha está fraccionada en tres bloques, pueden ganar las próximas elecciones y formar un gobierno como los de Andalucía y otras comunidades.


Las derechas se entienden porque ofrecen objetivos comunes claros, y aunque Ciudadanos ocupa un lugar cambiante en el trío, no les será difícil llegar a un acuerdo contra la izquierda. Eso les une muchísimo más de lo que estábamos dispuestos a admitir.


Las elecciones se ganan desde el centro y el gobierno que se forme debe obedecer a ese principio. Gobernar para la mayoría y contra nadie en concreto. Si Ciudadanos está a otra cosa, el Partido Popular y el PSOE deben entenderse y llegar a un acuerdo de mínimos por la estabilidad del país.


No soy la primera en apuntar en esa dirección, pero me reafirmo en que no era tan buena idea la oferta variada de partidos, no facilitan la formación de gobiernos y crean inestabilidad. A tener en cuenta que si volvemos al bipartidismo, este se construye desde una opción de centro aplicando el sentido común y dejando a un lado los errores del pasado que nos llevaron al multipartidismo.


¿La gran coalición? ¿Y por qué no?

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Incapaz para valorar el “reality” geopolítico que nos invade, me inclino por reflexionar acerca de cuestiones más permanentes. Y se me ocurre que no es baladí la cuestión relativa a la oposición entre altruismo y egoísmo. No se trata de una disputa cotidiana ni explícita, pero está ahí, en segundo plano, alimentando, de manera subrepticia y subconsciente, la infraestructura de nuestro pensamiento y condicionando, por ende, el mecanismo de la ideología.

Las primeras impresiones no siempre son las más fidedignas, aunque tampoco conviene desdeñarlas sin más; estamos acostumbrados a los descubrimientos sorprendentes y equívocos. Nos encontramos en esa tesitura al confrontar la capacidad de poder elegir, con la libertad y el aprovechamiento de las decisiones derivadas.

Las razones obscenas, fundadas en valores corrompidos, destruyen la libertad, y aplauden y enaltecen a innumerables criminales, prevaricadores, insurgentes y mentecatos. España está borracha, y desde su Gobierno quiere transmitir una falsa y condenable alegría que nos llevará a la autodestrucción. 

 
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