Vivimos en el terreno de la confusión, propiciada por la maldita mentira o por esa verdad mal entendida, utilizada como propaganda sectaria, que hace tanto daño como la falsedad. Indudablemente, construir la paz bajo esta atmósfera es un amor imposible. Hay que restaurar la verdad en el mundo, llamando a las cosas por su nombre, no mezclándolo todo, pues actuando así podemos caer fácilmente en denigrar vidas de inocentes. Lo importante es contribuir al cambio de comportamientos y mentalidad. De lo contrario, activaremos la violencia, que no conoce de géneros, pero sí que necesita del esfuerzo de otras dinámicas más sinceras, cuando menos para respetarnos, pues nadie es posesión de nadie, como tampoco ha de ser sacrificado por el reinado de la duda y la sospecha. Prioritario es servir a la evidencia, sin obviar la dignidad y los derechos de la persona. Hoy más que nunca se requieren gentes de paz, precisamente, por ese cúmulo de tensiones y conflictos; casi siempre alimentados por la hipocresía que todo lo envenena de engaños. Este no es el camino para el encuentro y la concordia, sino todo lo contrario, es el fermento en el odio, que todo lo destruye y lleva al desprecio de toda vida.
Donde gobierna la mentira no hay luz, tampoco puede haber justicia. Esto es grave, gravísimo. A mi juicio, cualquier apariencia nos mata. Las mismas habladurías nos estigmatizan. A propósito, un líder mundial, como el Papa de la Iglesia católica, Francisco, reiterativamente lo ha advertido: “¡Tened cuidado! Un chismoso o una chismosa es un terrorista, porque con su lengua lanza la bomba y se va tranquilo, pero lo que dice, esa bomba lanzada, destruye la fama del prójimo”. Por desgracia, nos hemos acostumbrado a cultivar las escorias de la ficción en nuestro interior, constatando una ausencia de consideración hacia la palabra dada, junto a una generalizada tendencia agresiva, fruto de la venganza. Esto no es bueno para nadie. Nos falta transparencia y nos sobra oscurantismo. La realidad, por tanto, se ha vuelto además inhumana. A menudo escuchamos relatos dañinos y falsos sobre los migrantes, también sobre todo tipo de tormentos salvajes, generados en parte por esta atmósfera desconcertante que todo lo enmaraña y complica. En consecuencia, nuestro primer deber sin duda ha de ser, el rechazo de los disfraces, haciéndonos más auténticos, tanto de palabra como en acciones concretas.
Por tanto, es urgente recuperar el espíritu de familia, acrecentar ese armónico hogar con otros abecedarios más del corazón, para poder interiorizar esas otras dimensiones que verdaderamente nos armonizan, y que no es otra que abrirnos a lo cierto y al amor, dejándonos transformar con el activo de lo legítimo. Ojalá veamos la realidad que nos circunda, verdadero calvario para algunos, con ojos nuevos, pues la verdad es lo que realmente da sentido a nuestro hacer diario, a indagar como seres pensantes libres hacia el futuro. Con dobleces también perdemos el tren de los avances, pues resulta imposible distinguir la senda que nos lleva al horizonte del instante preciso, el de la luz. Sea como fuere, nuestra búsqueda por lo verídico ha de ser permanente. De lo contrario no se quiere. Quien ama entiende que el mismo amor es experiencia de autenticidad, de donarse y conocerse. Por eso, todos estamos llamados a engendrar un mundo más pacífico, y por ende más verdadero en cuanto a relaciones humanas, que son la mejor medicina para tener la conciencia tranquila y contra cualquier modo de aislamiento.
Se dice que el cambio climático y las protestas en América Latina y el resto del mundo han acaparado los titulares de la prensa mundial y que figuran entre las noticias más leídas este año. También se ha dicho desde Naciones Unidas, que para responder a las protestas mundiales, antes hay que hacer frente a la desigualdad. Sin embargo, apenas hablamos de esa mentira continua que algunas gentes con poder llevan permanentemente consigo. Se ha corrompido tanto la verdad, que nos hemos perdido la consideración por el análogo y la confianza entre semejantes. Y aún hay más, la complicidad es tan manifiesta con este tipo de falsedades, que todo se mueve en el terreno del caos, la indiferencia o pasividad. Hay una sociedad de dominadores que solo parece aceptar un abecedario corrupto, lo que se pone al descubierto que también las raíces de nuestra existencia moral están completamente empobrecidas. Junto a estos desordenes, también ha espigado un fundamentalismo fanático, que también falsea y desfigura ese rostro amoroso y clemente, sembrando lágrimas y muertes por doquier. En suma, que la decepción por esa universalizada maldita mentira, nos está poniendo en peligro nuestra propia coexistencia como linaje. Confiemos en que esta apuesta por la verdad, esté más allá de los meros discursos, ya que es un modo de cohabitar, de vivir y de obrar. No olvidemos que, tan importante como amarnos, es saber conjugarlo con fundamento, simiente vital de todas las virtudes. Desde luego, más vale un momento de vida veraz que una eternidad construida en la simulación.
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