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La tercera vía

​Se trata del camino que nos gustaría recorrer a una gran parte de la España silenciosa
Manuel Montes Cleries
viernes, 29 de mayo de 2020, 08:35 h (CET)

Los pertenecientes al “segmento de plata” no tuvimos acceso en nuestra juventud a la filosofía política imperante en los países “democráticos”. No tuvimos un mayo francés que nos afirmara o apartara de ninguna ideología política. Nos movimos en la nada.

El primer paso que nos acercó a las ideas, la democracia plena y el derecho al voto, fue en las elecciones del 77 de las que salieron las Cortes Constituyentes. Entonces ya se vio claramente el pensamiento político de la mayoría de los españoles. Las ideas de centro. Aquella generación estaba harta de luchas intestinas de izquierdas y derechas que nos llevaron a una guerra civil y una posguerra llenas de odios y revanchas. Surgió la Unión de Centro Democrático comandada por Suárez.

Los partidos de izquierdas y derechas bajaron sus manos de puños cerrados o de saludos a la romana para unirse entre todos y sacar hacia delante un país harto de fascismos y extremismos. Encontramos la tercera vía que los filósofos marxistas o neofascistas negaban de raíz. Esto ha durado bastante poco.

Estamos ante una vuelta a las andadas, propiciada por el “quítate tú para que me ponga yo”, el ansia de poder y el continuar en la poltrona con las mamarrundias y el status que trae consigo la política profesional.

Una gran mayoría de los españoles estamos en lo que he leído por ahí que denominan “Tercera España”. Esa gran parte del electorado que no piensa como los políticos aprovechados, que tan solo espera paz y prosperidad. En ese grupo estamos muchos de los mayores. Bueno, los que quedemos después de la pandemia. “Las mentes preclaras” están pidiendo que se nos quite el voto a los “puretas” porque “tenemos unas ideas muy antiguas”. Durante muchos años no nos han puesto pegas, para dejarnos el pellejo en la maravilla de país que se han encontrado.

Estoy harto de banderas, de consignas, de broncas en el parlamento y de promesas-mentiras partidistas. Cuando ha llegado un político que dice que es de la tercera vía y nos encandila, en cuanto “toca pelo”, se vuelve loco y cambia más de vía que los trenes en Bobadilla.

Que se enteren de una vez. España no es de izquierdas ni de derechas (aunque nos las quieran inculcar por narices). Eso si que es antiguo. Los españoles no nos queremos dividir en los nuevos reinos de taifas. España es un gran país, con unas profundas raíces, con una gente estupenda, trabajadora, divertida y acogedora. Con una belleza extraordinaria y variada; una gastronomía asombrosa y una capacidad de resurgir de sus cenizas suficientemente demostrada.

Estamos hasta las narices de propagadores de bulos, destrozadores de ideas y de anti-todo; de destructores de las familias, las creencias, la religiosidad y las tradiciones. Queremos ser felices y apoyarnos los unos en los otros. Amarnos los unos a los otros y no armarnos los unos contra los otros. Iros a vuestra casa o a la gran puñeta. Dejarnos en paz.

Los de la tercera vía somos muchos. Lo que pasa es que no sabemos autogestionarnos. En seguida, alguien se pone un gorro, coge un micrófono o una bandera y nos lía.

La tercera vía es muy, muy ancha, y muy recta, muy, muy recta. 

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En el contexto actual de tambores de guerra, desconozco si de este lado se la prefiere o no a la paz. Me viene al recuerdo “Elogio de la locura”, la obra que Erasmo pergeñó a principios del siglo XVI, hace ya más de quinientos años. La traducción textual sería “elogio de la estupidez”, aunque, sea como sea, no es fácil desentrañar las intenciones de su autor al escribirla.

Con la historia suele ocurrir como con otras muchas entidades, menudean los intentos de servirse de sus propiedades sin miramientos; aunque progresivamente se comprueba su complejidad y su desvirtuación cuando se la quiere manejar caprichosamente.

Con la actualidad en la mano, convendría templar el ambiente y evitar dejarse llevar por el siempre tentador camino de las emociones, con sus “pásalo” y sus típicas espontaneidades. Nadie tiene la obligación de sentir simpatías por éste o por cualquier otro Gobierno, pero la justicia y la verdad, grandes palabras que ahora son ingredientes de todas las salsas, no tienen nada que ver con los afectos y desafectos.

 
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