Está visto que, en esta vida, tenemos que coger la delantera a las diversas crisis; que, por otra parte, van a estar ahí permanentemente para después poder renacer. Ciertamente, todas estas incertidumbres nos atemorizan, pero en el entusiasmo de hacer feliz a los demás, o en la imaginación de cancelar una etapa y reiniciar otra, podemos encontrar el gozo del trazado de la compañía, puesto que es la alianza entre nosotros lo que nos hace más fuertes. Hoy, más que nunca, necesitamos romper distanciamientos e incomprensiones. Quizás precisemos reconocernos mejor, tener tiempo para escucharnos, querernos más en definitiva. A propósito, pienso en esa fuerte crisis de relaciones o de vínculos familiares, necesitados de conversación y de respeto. Los resentimientos no pueden dominarnos. Estamos aquí para entendernos, para salir de nuestros propios errores, e ir subiendo en concordia entre análogos. Eximir no modificará las huellas dejadas, pero sí que cambiará el futuro. Precisamente, son las alas de la tolerancia, las que nos dan aliento para comprendernos. Sin duda, será un buen modo de anticiparse a reconstruir esa gran familia humana que se retroalimenta de sí misma, salvando todas las dificultades que se puedan presentar en el camino existencial.
Por consiguiente, también ha de ser virtuoso, tomar la delantera al aluvión de crisis que nos sembramos unos contra otros, ya sean de convivencia o de humanidad. Con la pandemia de COVID-19, que por cierto ha afectado a casi todos los aspectos del trabajo, se nos ha subrayado una vez más la necesidad de ese espíritu cooperante entre todos, cuando menos para mitigar la propagación del virus. Se me ocurra pensar en ese mundo laboral, en el que lo que verdaderamente debe importarnos, es su contribución a endulzarnos la vida, siempre que no caigamos en una obsesión y tengamos tiempo para el ocio. De ahí, lo trascendental que es una mayor sensibilización de la vecindad sobre cómo hacer que el trabajo sea seguro y saludable y sobre la necesidad de darle un mayor peso político a la seguridad y a la salud en el trabajo. En cualquier caso, todo requiere energía, hasta el punto de que si no puedes trabajar con apego, sino únicamente con desinterés, mejor es que lo abandones y medites otras búsquedas para tu propia realización personal. Lo fundamental es no venderse ni esclavizarse. En la ponderación radica el sano crecimiento y la superación de nuestras propias miserias humanas.
En consecuencia, fruto de nuestras debilidades, la ética siempre estará en aprieto, porque sí no está en dificultad es que andamos demasiado satisfechos y pensamos que ya se han realizado todas las aspiraciones, lo cual sería lo más perjudicial que nos podría pasar. Siempre hay que imaginar otro mundo para enhebrar ese orbe estético unido y hermanado, atmosfera vital para poder superar cualquier crisis. La indiferencia nos tritura los anhelos y nos separa. Por eso, es esencial despertar. Sea como fuere, no podemos proseguir en ese estado de confusión que nos gobierna. Así, las vacunas contra el COVID 19 no son una opción más, sino una acción ética solidaria a realizar por la ciudadanía, dentro de un bien público mundial, cuyo rechazo tampoco debe afectar a los derechos fundamentales de la persona, en concreto a su derecho de acceso a la sanidad o al empleo. Sin embargo, hemos de ser conscientes y responsables, de que no terminaremos con la pandemia en ningún lugar si no acabamos con ella en todas partes del mundo. Desde luego, en tiempo de apuros, hay que ser muy firmes en la convicción de la certeza; y, en este sentido, la acción humana es insustituible; debe coordinarse y reunirse, pero también, intensificarse y diversificarse.
La evidencia de los hechos actualmente nos indican multitud de escollos, que exigen de cada uno de nosotros, superar la lógica de los intereses, poniéndonos al servicio de una entrega más justa y más digna de un ser pensante. Al fin y al cabo, esta cadena de problemas sólo podrá resolverse con la fuerza conjunta de la unidad y de la unión, del derecho y de la justicia. Lo cardinal es poder abrazar esa luz regeneradora al final del túnel, del empobrecimiento y la desigualdad. Seguro que sí, en la medida que tomemos la orientación debida que nos preserve de ese espíritu corrupto, renovándonos desde nuestro interior. Ese empuje moral es el que nos hace crecer por dentro y por fuera, mediante un justo discernimiento, más allá de nuestros comportamientos y actitudes, muchas veces adoctrinadas o endiosadas por el avance en los conocimientos sin más. Lo sustancial es advertir un rumbo realmente humano y compartido entre el linaje. Realmente nosotros, los humanos, pasado este subterráneo enfermizo, tendremos que retoñar, más allá de las fronteras que nos hemos creado y de los frentes activados por presiones e inercias viciosas que ponen los valores mundanos y materiales en lugar de los principios ascendentes reconciliadores. Sólo hay que ver el griterío fanático del odio, socializando el vocablo de la mentira. Es menester redoblar esfuerzos para aliviar dolores, acercar diálogos para unificar lenguajes verdaderos, y superar barreras abriendo el corazón. La hazaña comienza por uno mismo. Realicémosla.
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