Hemos olvidado a Dios y hemos caído en un “progresismo” ruinoso que está destruyendo la convivencia en estos tiempos de pandemia.
Leo el aviso de que se ha terminado el toque de queda, pero no la pandemia del coronavirus, con la que habremos de convivir durante algún tiempo. Pensar que por haber desaparecido una norma podemos dedicarnos a ignorar las más elementales normas de seguridad demuestra nuestra escasa educación.
¿Tienen las familias el suficiente ascendiente sobre sus hijos para marcarles horarios y prohibiciones? ¿La educación que reciben los niños en los colegios será suficiente para hacer de ellos ciudadanos responsables?
Desde hace bastante tiempo hemos perdido muchas cosas: el papel esencial de la familia como célula básica de la sociedad o la validez de las normas morales como referentes inamovibles de nuestra civilización.
Al destruir el entramado de nuestra vida moral negando que estemos sometidos a un Dios eterno, nos hemos convertido en nuestros propios dioses. Seguir por este camino lo estamos llamando progresismo, pero invocar el valor de la virtud y la moralidad decimos que es anticuado. Cada cual quiere hacer de su capa un sayo y solo acepta a regañadientes, las normas coactivas.
Claro que nuestros gobernantes tampoco tienen ninguna fuerza moral sino la fuerza bruta de las sanciones o las cargas policiales.
En la Carta que dirige San Pablo a los Romanos, a los que vivían en el siglo primero, cuando en Roma mandaba Nerón o Calígula hace unas advertencias que siguen siendo útiles para nosotros dos mil años después.
Nos dice que lo que puede conocerse de Dios lo tienen a la vista y resulta visible para el que reflexiona sobre sus obras, pero pretendiendo ser sabios, resultaron unos necios que cambiaron la gloria de Dios por su tributo a los ídolos.
También aquí y ahora en lugar de descubrir la gloria de Dios y escucharle nos hemos entregado a los ídolos del sexo, del poder y del placer. Por eso Dios nos ha entregado a la inmoralidad de nuestras pasiones degradantes y señala que las mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras innaturales y los hombres se consumieron de deseos unos por otros. (¿le suena a esto tan moderno de la LGTBI? ¿las uniones homosexuales? ¿No nos están programando para un monstruoso transhumanismo?
Dice San Pablo: como además juzgaron inadmisible seguir reconociendo a Dios, Dios los entregó a la inadmisible mentalidad de romper toda regla de conducta. Hay están nuestras injusticias, nuestra perversidad, nuestra depravación. (Y a esto le estamos llamando libertad y modernidad).
Hay también en estos primeros tiempos del cristianismo la Carta a Diogneto, escrita en el siglo II quizás por Cuadrato, Obispo de Atenas, en la que explica quiénes son los cristianos que confían en Dios y no temen la muerte, que no hacen el menor caso de los tenidos por dioses en Grecia, ni de las supersticiones judía, pero entre ellos se aman con un afecto vivo.
Dice también a Diogneto que los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni su habla, ni sus costumbres. Habitan en sus propias patrias como forasteros y toman parte en todo como ciudadanos. Se casan como todos y engendran hijos, pero no se deshacen de ellos, (aborto) ponen mesa común pero no el lecho. Aman a todos y son perseguidos, son pobres y enriquecen a muchos. ¿Y los cristianos de hoy se les parecen?
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