Llama la atención la ambivalencia cultural en sus diversos órdenes. Las sesudas teorías no garantizan resultados óptimos, las lecturas no determinan la condición personal, el cultivo de las artes induce variadas actuaciones contradictorias y el abanico ideológico es demasiado amplio. Cualquiera de estas actividades puede orientarse de muy diferentes maneras, incluso opuestas entre sí; porque el desarrollo de sus funciones permite ramificaciones insospechadas. La balanza se inclina en clara dependencia de las personas implicadas. El TALANTE de cada protagonista imprime el sello determinante en la actividad emprendida; la convertirá en espléndida, corriente o desastrosa, en clara relación con los matices aportados.
Entre las más habituales actuaciones deformadoras de la mentalidad predominante en la sociedad, destaca la que gira en torno al silencio de mucha gente, sea por ineptitud, pasividad o cobardía; pero en todo caso, pone de relieve su COMPLICIDAD con el panorama reinante. También en esto existen grados, desde el caso aislado insustancial y poco trascendente; hasta la acumulación gregaria. En cualquiera de sus formas, contribuyen a dejar el campo libre a las posturas con decisión enérgica, incluidas las perversas.
En la raíz de trastocar las ideas figura la tozudez con la cual nos atemorizan los pensamientos ajenos. Sabedores de la inequívoca existencia de esa capacidad en cada sujeto, actuamos en su contra casi siempre; lo comprobamos a diario en cuanto los gestores alcanzan puestos de poder. Agobian los malos ambientes para eso de PENSAR por uno mismo. Al menor atisbo de autoridad se ahoga la pluralidad de enfoques. Así, la nefasta ministra arrolla con su ley de educación, mientras denigra y combate cualquier tendencia diferente. Cruje el intento escandaloso de monopolizar las ideas.
Le vamos cogiendo gusto a eso de la dirección contraria, acercándonos a las consecuencias trágicas; ahora me refiero a la eliminación de los sanos intercambios de pareceres con la valoración de argumentos. El arte de la correspondencia escrita fue olvidado, las conversaciones perdieron su pausa reflexiva, las voces anónimas ocuparon las redes y los debates sólo representan la furia y las desvergüenzas. Enderezar los entuertos exige una DELIBERACIÓN franca, pero requiere la participación de sujetos racionales reales. Es curioso, sabemos soluciones, pero elegimos las impertinencia.
La enorme predisposición al etiquetado de personas, ideas o comportamientos, es costumbre arraigada; la cómoda simplificación evita los razonamientos y mira para otro lado en cuanto a las consecuencias. Baste una mirada a los discursos públicos en los ámbitos españoles. Los dardos etiquetados se lanzan a diario, cuando es evidente la calidad del lanzador, mejor representante de la etiqueta lanzada al contrario. Totalitarismos, violencias, xenofobia, como dardos arrojadizos. El ANÁLISIS está ausente, no se profundiza en la realidad.
A los ajes naturales, hemos añadido una ristra importante de despropósitos, en una participación impropia de seres humanos. Nos convendría prestar más atención al SEMILLERO de esas conductas improcedentes, evitaríamos graves problemas. Las mentiras con sus diversos tipos de ocultamiento, incluidos los de todas las orientaciones ideológicas, dejan sin lustre a la pretendida transparencia. Las populistas consignas falseadas, pero reiteradas sin miramientos. Tampoco las censuras son sólo cosas de antes, ahora se ejercen con métodos sofisticados y mucha cara dura. Mucho peor si dicho semillero se alimenta sin vergüenza desde los supuestos adalides comunitarios.
Con el mal uso del lenguaje, ya no sabemos atenernos a un determinado sentido de las palabras, rebajamos la posibilidad de entendimiento o lo convertimos en un imposible. Solemos escuchar eso de llamados a participar, pero no queda claro el concepto de PARTICIPACIÓN; sobre todo cuando sólo se habla de porcentajes, votos, número del usuario, desapareciendo de esa relación la persona como entidad propia. Esa pretendida uniformidad concentrada en cifras se aleja de la auténtica presencia de los humanos respectivos; estos permanecen relegados a esferas secundarias. Se entorpece la comunicación fluida, con la consiguiente degradación del resultado final.
Como decía aquel, en cuanto oigo hablar de pueblo, comunidad, nación; pongo en marcha las alarmas estridentes. Porque cómo será posible el entendimiento de esos conjuntos con el progresivo alejamiento de los entes personales de la tramoya organizativa. Únicamente el COMPROMISO individual con las causas bien razonadas genera comunidades de verdadera enjundia. La responsabilidad de la sociedad no existe sin la suma de sujetos responsables y comprometidos; para ello se les supone libres y bien informados. No se podrá compartir aquello que no existe por abandono negligente de sus elementos constituyentes.
La experiencia cotidiana nos pone de manifiesto una paradoja lamentable extendida por doquier. En pleno auge tecnológico, las posibilidades para comunicarnos se incrementan hasta lo impensable. Sin embargo, es un hecho la tendencia al AISLAMIENTO entre las personas, mientras derivan por las incontables vías virtuales. Con el agravante de un mayor distanciamiento personal en cuanto se refuercen los empeños virtuales. Compartimos lejanías en una especie de huida del esfuerzo relacional con el prójimo cercano. Hemos de plantearnos si procede seguir por este deslizamiento.
No podemos pensar en la validez de cuantos métodos nos permitan escapar de las responsabilidades. Las prácticas EVASIVAS nos atraen, pero hemos de asumir sus consecuencias al aceptarlas o rechazarlas. Podemos incluir entre ellas a los anónimos egocéntricos y cobardes. También la obediencia ciega parece liberarnos, aunque esa dependencia nos compromete. No faltan los escudos económicos, políticos o religiosos. Siempre contando con las posibles repercusiones; sobre uno mismo por haber renunciado o sobre personas inocentes.
Con frecuencia, los intereses nos arrastran por vericuetos simplistas mal intencionados. Incluso bajo las apariencias de intenciones benévolas. Proclamamos múltiples derechos, pero no respetamos la raíz de sus fundamentos. Desviamos las atenciones para no implicarnos en la totalidad de la PERSONA en primer término y del conjunto social a continuación. No podemos prescindir del núcleo personal para cualquier buen proyecto social.
Si somos radicales en la defensa de los objetivos convivenciales, no podemos permitir la noción de PARIAS en ningún momento, en ningún caso ni bajo las circunstancias más intrincadas. Sean niños, mujeres, minusválidos, gente desconocida; su consideración plena debería primar sobre cualquier desviación de los razonamientos. El respeto a la condición personal orientará las medidas a tomar.
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