Ayer, sin ir mas lejos, pude contemplar desde mi modesto observatorio dos actitudes que me hicieron recapacitar sobre la naturaleza humana. La primera me la proporcionaron los jugadores de la selección española más modesta que puedo recordar.
Los jugadores de Luís Enrique llegaron a la copa de Europa de Naciones como un grupo de novatos recogidos de diversos equipos y agrupados para hacer el ridículo lo menos posible. Sin grandes figuras ni viejas glorias. Una selección joven vapuleada de antemano por la prensa, los expertos de todo tipo y, lo que es peor, los propios aficionados.
Ese grupo de “perdedores” han hecho vibrar a los aficionados casi tanto como en la época dorada en la que la Selección Española fue campeona del mundo y dos veces de Europa. Una especie de moneda al aire que significa el lanzamiento de penaltis le ha apartado de la final de este campeonato, al que entró con humildad y ha salido con el reconocimiento de todos los españoles por su pundonor y total entrega.
Otra demostración de humildad la pude contemplar anoche en el programa “MasterChef” de TVE 1. En el espacio se disputaban las semifinales del concurso de esta temporada. Tenían que eliminar a uno de los cinco participantes y, finalmente, la decisión quedó entre dos de ellas. La una se ha pasado todo el concurso presumiendo de su belleza y sus cualidades culinarias, mientras despreciaba a sus competidores cuando no les manifestaba su rechazo abiertamente. La otra era una joven con actitudes infantiles que le hacen ser transparente y vulnerable. Procedente de una dura vida de internado en internado que no le impide gozar de una sinceridad aplastante. Encima guisa muy bien.
Anoche se descentró una vez más. Cuando quiso ponerse a la tarea de conseguir un plato brillante… ya era tarde. El jurado, justamente, consideró que había perdido ante su rival. Entonces se manifestó la grandeza de la humildad y la pobreza de la petulancia. Mientras que la flamante finalista manifestaba su mala baba con una sonrisa de superioridad y un “me alegro de quitarme a esta de encima”, la perdedora, nuestra humilde Ofelia, se despidió agradeciendo el trato y la enseñanza recibidos, el sentirse integrante y querida por un grupo. Ofelia afirmó que había encontrado un lugar en el mundo y que eso valía más que haber ganado “MasterChef”.
Hoy me acuerdo con agrado de nuestra humilde cocinera Ofelia. De la malvada sonrisa de su competidora no volveré a acordarme.
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