Mi último artículo terminaba recordando que Jesús envió a sus discípulos y nos envió a nosotros los cristianos como ovejas en medio de lobos. Después he leído en el evangelio del martes pasado que en el mundo están mezclados el trigo y la cizaña y hay que esperar al tiempo de la cosecha para almacenar el trigo en el granero y pegarle fuego a la cizaña.
Quizás podría cualquiera opinar que sería mejor que no hubiera lobos ni cizaña con lo que no nos enfrentaríamos con el problema del mal, pero si el mal existe es porque Dios puede sacar bienes de ello.
Desde el alba de la humanidad que se nos relata en el Génesis nos encontramos con la existencia del mal, ese demonio que susurra a la primera pareja humana que si desobedecen a Dios serán como dioses.
Desde entonces el hombre sigue empeñado en sentirse su propio dios diciendo que no hay dios que le pida cuentas de sus propias decisiones. Este orgullo del hombre es sin duda demoniaco ya que es criatura de Dios, como también lo fue el propio demonio que, con sus secuaces, tomaron la decisión de no servir a Dios sino entorpecer sus planes.
Doy por supuesto que Dios pudo haber eliminado a estos seres maléficos, pero sin duda, Dios no elimina nada de lo que ha creado, ya sean hombres o demonios, sino que los hace colaborar para el bien de todos los que lo aman.
Cristo, el hijo de Dios, cuya llegada al mundo fue anunciada por todos los profetas que transmitieron su palabra a lo largo de los siglos, nos dejó el testimonio de su propia vida, ofrecida hasta el sacrificio en la cruz para obtener el premio de la eterna bienaventuranza de todos los que busquen el bien y amen incluso a sus enemigos. Aunque ahora mezclados el trigo y la cizaña ya llegará el tiempo de la siega. Hay una vida después de esta en la que podemos ser salvados o condenados por nuestras propias acciones.
Cristo mismo nos enseñó la oración del padrenuestro en la que pedimos que se haga la voluntad de Dios y que nos libre de las tentaciones del maligno, del demonio. En esta misma oración pedimos el alimento de cada día, pero no la acumulación de bienes, supeditó su perdón a que nosotros también perdonáramos a los demás.
Para que esto se haga realidad necesitamos rechazar la gran mentira de que no hay otra vida después de ésta. Mucha gente cree que con la muerte todo se acaba y esta es la gran mentira del demonio, del maligno. Si no hay otra vida después de esta somos unos pobres desgraciados que habremos vivido en vano tanto los días felices como los nefastos.
Seguramente que si confiesas tu creencia en la vida eterna puedes ser catalogado de iluso por quienes te oigan, pero será mucho peor para los que nieguen la otra vida y se encuentren con ella cuando ya no tiene remedio. Podemos estar preocupados por mil cosas, ya sea nuestro éxito personal, la política y hasta la olimpiada, pero, por favor, solo Dios es lo único necesario, no lo olvidemos nunca.
Hasta la semana que viene.
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