Es muy traidora la rutinaria tendencia a simplificar las cuestiones con una afirmación o negación esquemática, en un sí o un no sin matices. Nos vemos obligados a decisiones continuas. La identificación de los peligros importantes no permite disgresiones que retarden las posturas preventivas; representa un arma vital. Pero en el terreno de los conocimientos menos apremiantes, la COMPLEJIDAD se manifiesta con sus múltiples conexiones; siempre comprendemos las cosas de manera incompleta. Esa disyuntiva nos acompaña en todas las edades, obligados a concretar en medio de la acumulación de variantes. El desliz sobreviene al renunciar a los matices cuando no es necesario, asumiendo una comodidad mal entendida.
El absurdo no elimina la contradicción de esquivar las auténticas realidades con la utilización de ciertos disfraces improcedentes. Cuando uno pretende hacer lo que le viene en gana sin el mínimo respeto hacia los demás, suele escudarse detrás de una pantalla ficticia, la de su IGNORANCIA de los pormenores adheridos a las diversas acciones. Plantean esa falsificación silenciando sus conocimientos reales. Lo hemos visto en las aglomeraciones de la pandemia, en las intemperancias ante las vacunas, en ciertas decisiones de los políticos; el saber se esconde, pero existe, con la consiguiente arbitrariedad de las decisiones tomadas. Las evidencias no permiten ese salto irresponsable.
Llevados del ímpetu individual bullicioso hemos agrandado las ambiciones dirigidas a las mayores cantidades; de contactos personales, viajes, opiniones o de cualquier otra actividad. Eso, sin contar para nada con el contenido cualitativo de esas actividades; con el resultado final de un vacío preocupante, pero irrecuperable. A lo sumo podemos sacar las conclusiones pertinentes de cara al futuro. De esa manera, menospreciamos la CONSISTENCIA de las actuaciones propias centrados en un movimiento acelerado que no conduce a ninguna parte. En vez de utilizar la gran riqueza de medios disponibles para logros gratificantes, elegimos las prácticas disgregadoras sin argumentos de peso.
Los comentarios ampulosos tienden a centrarse en referencias superficiales, quizá porque la atenta consideración de los detalles exige la presencia de las pequeñeces. Ocurre con la genética, la historia, y en general con cualquier tema. Veamos sino como maltratamos con esa desviación a los diversos constituyentes del amplio panorama de la HERENCIA; los pormenores de este asunto rebasan el mero bagaje de los cromosomas. Los determinados usos de las palabras se asentaron progresivamente, el trato personal, las costumbres concretas, los avances técnicos, son activos recibidos. El valor de lo heredado requiere la visión amplia de la realidad, los esquemas reduccionistas son empobrecedores.
Estamos inmersos en las alargadas influencias de la cultura del algoritmo. Las empresas se complacen en el ofrecimiento de opciones plegadas a sus intereses; sin dejar espacio a las iniciativas personales. El ejemplo le vino de perlas a los integrantes de la esfera política. Usted elija con libertad, pero ceñido siempre a las propuestas suministradas por elementos ajenos. La gran aceptación de esas maneras por parte de la ciudadanía es un reflejo lamentable de su pasividad. Se han impuesto los ESQUEMAS reducidos a los intereses de quienes ostentan alguna cuota de poder. En la disyuntiva decisoria desaparecen los factores particulares, se diluyeron en favor de los montajes venidos de fuera.
Me da la impresión, triste por cierto, de la instauración progresiva de una rigidez del pensamiento impropia de la tan cacareada evolución incesante; la anhelada actitud de progreso transformada en anclaje inamovible. Digo esto ante la exasperante experiencia de sólo dos maneras de acercarnos a la comprensión de las cosas. Una especie de BIFOCALIDAD cerebral degenerativa. Comprende la fijación del afamado criterio correcto elaborado por colectivos desbocados; en ellos no queda espacio para otros enfoques en los planteamientos, es un corsé muy actualizado. En contraposición, el foco de quienes encuentran más cómodo apaciguar sus neuronas para no inquietarse.
La mera observación de cuanto acontece pone en evidencia la enorme potencia disgregadora de las actividades humanas, cada una sigue directrices muy particulares. Pero además, resalta la paradoja, esas fuerzas divergentes, a pesar de su consistencia no logran aniquilar ese núcleo íntimo individual entendido como persona. El DESASOSIEGO afronta esa separación inusitada por su imposible realización. Por muchas historias, políticas, iglesias, filosofías, economías o desastres; se mantiene el inevitable centro un tanto misterioso de lo que es cada individuo. Estamos ante una separación conceptual de peligrosas repercusiones en la vida, de la intranquilidad abocamos a sufrimientos innecesarios.
Con facilidad recurrimos a eso de echar las culpas sobre los agentes externos; mientras cuela la actitud, evitamos los reconcomios incómodos. Ocurre a nivel individual, tanto como entre las actuaciones colectivas. El villano nunca somos nosotros. No pasaría de ser otra actitud intrascendente, si no fuera por su frecuente derivación hacia comportamientos rayanos en la locura, con las peores consecuencias imaginables. Fraguan en esa separación esquemática del bueno y el malo; originando unas BANDERÍAS de las cuales conocemos innumerables ejemplos. El filo separador es fino, a la vez que enérgico, divide en dos sectores irreconciliables con el uso de argumentaciones intempestivas.
En la disposición a comunicarse realmente con los demás, a tenerlos en cuenta para un intercambio franco de sensibilidades; abundan las posturas abocadas a un aislamiento dialéctico conducente a dejar pospuestas las responsabilidades. Me gustó la expresión poética de Albert-Birot, con las puertas abiertas captamos paraísos, la puerta cerrada, crea un antro. Un antro de imprevisibles consecuencias para nosotros y para los demás, en tanto practiquemos esa CERRAZÓN del soliloquio. El hablar sólo con uno mismo impide la entrada de la frescura de los renovados conocimientos, retrasando el apego con las demás personas; es la manera segura de degradar los ambientes sociales.
Decidimos en cada momento, sí o no, por aquí o por allá; la tarea es natural por nuestras características. La necedad se fragua con el excesivo apego a lo decidido. La naturalidad se pierde por el olvido injustificado de los incontables detalles asociados a ese razonamiento. Esa REDUCCIÓN implica dejar demasiadas cosas de lado, con la pérdida consiguiente de consistencia.
Sobre todo, se ponen de manifiesto las consecuencias de estos esquemas conductuales, en estos tiempos en los cuales se han multiplicado los accesos a las diversas fuentes informativas. Resalta el DESDÉN hacia los datos accesibles. Siendo igualmente cierta la propensión de políticos y gente con poder, de trabajar a fondo para que pasen desapercibidas gran parte de sus andanzas.
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