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La sensatez, más necesaria que nunca

Regrese a nuestros oídos la voz de esa gente noble, que une convenientemente en sí notables pulsos interiores, de laboriosidad y cordura, ante la multitud de salvajes desconciertos que nos enturbian
Víctor Corcoba
lunes, 27 de septiembre de 2021, 09:41 h (CET)

Los hábitos de la alerta y de la sensatez tienen que gobernar nuestras vidas. No podemos distraernos ante las monumentales posibilidades de acción en un mundo globalizado. Algunas nos reconstruyen, pero otras nos derriban. Es cierto que somos una generación de enormes conocimientos, pero también necesitamos una sana capacidad de raciocinio y de sentido común, para poder tomar la orientación debida, ante la multitud de escenarios virtuales que se nos presentan, que pueden convertirnos fácilmente en muñecos a merced de un poder que nos esclaviza. No hay mayor vasallaje que fiarnos de dominadores sin moral alguna.


Por tanto, regrese a nuestros oídos la voz de esa gente noble, que une convenientemente en sí notables pulsos interiores, de laboriosidad y cordura, ante el tumulto de salvajes desconciertos que nos enturbian los caminos de inhumanidades. Son esa ciudadanía comprometida, dispuesta a esclarecer aquello que nos degrada, los que en verdad hacen del mundo un hogar, que deja traslucir lo que el planeta requiere: amor.  Estoy convencido que uno no vive, sino ejercita los pasos del amar. Todo consiste en eso, en quererse y en querer, en vivir ofreciéndose y en desvivirse por los que están a nuestro lado.


Eso sí, cuidado con encomendarnos a farsantes que nos quieren utilizar a su antojo, con darnos a opresores que nos destrocen las alas de la libertad, o de confiarnos a gentes sin escrúpulos cuyo abecedario es la falsedad permanente. Volver al reino de lo auténtico es una exigencia prioritaria, cuando menos para reencontrarnos a nosotros mismos, en ese conocerse y reconocerse en la bondad y en la verdad, para poder sustentar instituciones sólidas para el bien público y el desarrollo sostenible. Indudablemente, no podemos reconstruirnos como sociedad, divididos por los intereses mundanos y menos absorbidos por el desinterés de unos para con otros.


A veces pienso que la sociedad, está regida e intervenida por insensatos con objetivos paradójicos. Realmente, cuesta entender tanto engaño, tanto endiosamiento o servidumbre, tanta necedad bestial servida en bandeja y la poca luz del discernimiento. El linaje humano no puede continuar, por más tiempo, bajo estas sombras demoledoras. Hay que poner límites, tener voluntad de hacerlo y concentrar esfuerzos en otras búsquedas más justas y solidarias. Nos merecemos otro guión en nuestra historia existencial, para reconducirnos a la fuente misma de la vida que no muere, y que se manifiesta con gestos armónicos, más en los humildes que en los instruidos.


Tal actitud de cambio implica, por cierto, prudencia y madurez en todo. Está bien la innovación técnica y el poder de la información y el conocimiento mundializado, precisamente por esa suma de ingenio humano, pero también se requiere de un sano espíritu que sepa escuchar para poder desentrañar el verdadero camino a tomar, que puede ser diferente a su propio punto de vista. 


Sin duda, renunciar a lo convulso y confuso, nos hace penetrar en otra dimensión más compresiva y responsable, inspirada en un hacer por el análogo y en una profunda esperanza. Esto es lo que, ciertamente, nos hace crecer por dentro y por fuera. Tomémoslo como regla de camino.

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En nuestra realidad circundante, en lo que solemos citar como nuestro entorno, el sistema judicial tiene como objetivo no la Justicia, abstracción platónica que nos trasciende, sino garantizar, con realismo y en la medida de los posible, la igualdad de los ciudadanos ante la ley, que no es poco. Por eso hablamos de Estado de Derecho, regido por la Ley.

Estamos habituados a tratar con las apariencias, con la natural propensión a complicar las cosas en cuanto pretendemos aclarar los pormenores implicados en el caso. Los pensamientos son ágiles e inestables. Quien los piensa, el pensador o pensadores, representa otra entidad diferente. Y curiosamente, ambos se distinguen del fondo real circundante, este tiene otra urdimbre desde los orígenes a sus evoluciones posteriores.

Dejó escrito Salvador Távora sobre Andalucía que «la queja o el grito trágico de sus individuos sólo ha servido, por una premeditada canalización, para divertir a los responsables». No sé si mi interpretación es acertada, pero desde que vi por primera vez su obra maestra, Quejío, en el teatro universitario de Málaga creo que muy poco después de su estreno en 1972, el término adquirió para mí un sentido diferente al que antes tenía.

 
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