La llegada de la democracia a nuestro país me llegó en plena juventud y me ilusioné con ella. Creí que se abría un periodo de paz y prosperidad y sobre todo de hermandad y convivencia. Aunque me resistí, estas ilusiones comenzaron a venirse abajo pronto. La democracia no era la panacea de nada, sino una forma diferente de organizar el poder para que siguieran mandando los de siempre, o mejor dicho, los de siempre y los que seguían bien vivos y al acecho.
La convivencia entre los que se habían enfrentado en tiempos pasados no duró y volvieron a repartirse las fichas blancas y negras en el viejo tablero. La democracia como gobierno de la mayoría de los ciudadanos, que eligen a los mejores, no garantiza nada ni en la antigua Grecia ni en ningún sitio. La propaganda electoral y el recuento de votos queda siempre bajo sospecha de manipulación por los magos de la publicidad y los sondeos de opinión.
La derecha y la izquierda son cada vez más parecidas y sus valores coincidentes. El antiguo lema: divide y vencerás sigue vigente y aparecen siglas nuevas que se dicen de derechas o de izquierdas, pero no lo son. En lo único que coinciden derechas e izquierdas es en hacerse con el poder y gozar de sus prebendas. Ni los que se dicen derechas defienden los valores cristianos y conservadores, ni los que dicen izquierdas se preocupan de verdad por los trabajadores o los pobres.
Todo es cuestión de etiquetas. La izquierda se pone la etiqueta de progresista y con ella cuela, de matute, el aborto, el divorcio, las leyes de género, el matrimonio homosexual o la ley de memoria histórica y apedrea a la derecha con la etiqueta de fascista.
Pero la derecha, creyendo que el progreso es lo que dicen las izquierdas, olvida sus propios valores y vota también a favor de lo que dice la izquierda y son tan abortistas, tan divorcistas, tan defensores de las leyes de género, etc. como las izquierdas. Por favor: no quieren parecer retrógrados. Pero es que la Comunidad Europea, que también alardea de democracia, hace las mismas cosas y si alguno de sus miembros se niega a secundarlas -Polonia o Hungría- se les amenaza con la expulsión.
Si para formar parte de la UE cualquier país tiene que renunciar a sus leyes propias, algo está fallando en Europa y su cacareada democracia es tan cuestionable como en España.
Por todas estas razones mi entusiasmo democrático se fue al garete y me quedé con mi decepción.
Por otro lado, es inquietante la difusión de la agenda 2030, el nuevo orden mundial y el anuncio del gran reinicio. Todo ello en manos de personajes turbios y multimillonarios que parecen tenernos en sus manos a través de los medios de comunicación o las ONG y los adelantos técnicos que nos conocen a todos y saben el sitio exacto en el que nos encontramos en cada momento.
Como no creo que la unión de nuestros políticos y los multimillonarios estén tratarnos de beneficiarnos, creo que iremos a peor, aunque quizás yo no estaré ya aquí para comprobarlo.
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