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¿De qué sirve condenar a los demás por crímenes que uno está dispuesto a cometer?

¿Dónde nos lleva combatir la infamia con infamia, el terror con el terror?
Juan Torres López
sábado, 26 de marzo de 2022, 11:48 h (CET)

Hace unos días, un periodista le preguntó al presidente Biden cuando salía de un acto público si creía que Putin es un criminal de guerra. Inicialmente, el presidente dijo secamente que no y siguió andando. Enseguida, sin embargo, se dio la vuelta y rectificó: «creo que es un criminal de guerra».

Yo creo que lleva razón.


El Tribunal de Nuremberg de 1945 sentenció que «iniciar una guerra de agresión no es sólo un crimen internacional; es el crimen internacional supremo que se diferencia únicamente de otros crímenes de guerra en que contiene dentro de sí mismo el mal acumulado del conjunto».


No hace falta ser un jurista sofisticado para deducir que lo que está haciendo la Rusia de Putin en Ucrania encaja perfectamente en la definición de crimen de guerra y, por tanto, que el líder ruso merecería ser juzgado por ello. Pero, ¿bastaría con eso?


¿Qué valor tiene achacar la comisión de un crimen a otro cuando no se está dispuesto a reconocer las acciones igualmente criminales que ha cometido quien acusa?


¿No fueron crímenes de guerra en Vietnam? ¿No fue un crimen de guerra la invasión de Irak? ¿O los bombardeos en la antigua Yugoslavia? ¿O el inicio de la guerra de Yemen, Libia, Siria..? ¿O los cometidos por las tropas de Estados Unidos al salir de Afganistán, como ha denunciado Amnistía Internacional, o los de Israel en Palestina? ¿No es un crimen de guerra la llamada «justicia repentina» que llevan a cabo y de la que se jactan las autoridades estadounidenses? ¿No fueron crímenes los golpes de Estado en docenas de países inspirados y apoyados por los líderes de Estados Unidos tras lo que se asesinaron a miles de personas? ¿O el uso de drones para matar a niños inocentes e indefensos?


Putin debe responder de lo que está haciendo. Por supuesto que sí. Pero ¿con qué fuerza moral le pueden pedir cuentas quienes están dispuestos a seguir cometiendo, encubriendo o dejando de condenar otros hechos tan horrendos como los que Rusia está llevando a cabo ahora en Ucrania?

¿Cómo puede pedir justicia Estados Unidos si la doctrina que prevalece en aquel país es que nadie puede perseguir los crímenes que cometan sus dirigentes? ¿Cómo va a recurrir Estados Unidos a la Corte Penal Internacional para que juzgue a Putin cuando la Orden Ejecutiva del presidente Trump la amenaza si se atreve a “investigar, arrestar, detener o procesar a personal de Estados Unidos sin su consentimiento”? Y, por supuesto, cuando ni siquiera la reconoce como tal, lo mismo que ocurre, significativamente, con Rusia, China o Israel, entre algún otro país menor.


¿Dónde nos lleva combatir la infamia con infamia, el terror con el terror, el desprecio a las normas con su desobediencia, la violencia con más violencia, el horror con el horror?


¡Cómo se van a poder arreglar los problemas del mundo mientras que sus grandes potencias pidan justicia para otros sin sentirse obligadas a no cometer ellas mismas los crímenes que condenan en los demás!

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