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Fustigación desde la montaña

Si no reaccionamos..., todo seguirá igual o peor
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 8 de abril de 2022, 09:14 h (CET)

Al bajar Zaratustra de la montaña, en su retorno al ámbito mundano habitual, en ese contraste; percibió a los hombres enajenados con respecto a sus auténticas circunstancias. Desprendidos de supuestas relaciones con la divinidad, habían reducido el sentido de su existencia a las meras fricciones cotidianas. Les reprochó la ligereza imperante, sin asomos de la búsqueda de rumbos adecuados a sus cualidades. Hoy le daría un pasmo al contemplar los derroteros de los comportamientos. La BANALIDAD se detecta a ras de suelo, desde la montaña y en las innumerables pantallas. Desaparece el más allá, el más acá y la mínima organización de los argumentos; en una excrecencia orientada a la nada.


En esa deriva de las actuaciones suceden cosas, ¿Cómo no? Los ánimos se vierten en una afirmación incondicional ceñida a los rasgos vitales inmediatos, dejando relegadas posibles insinuaciones reflexivas. El desafío se mantiene renovado en una sucesión de problemas sin resolver; no se aprecian perspectivas más allá de la escueta solución momentánea. Tal proceso aproxima a sus protagonistas a un aislamiento inquietante, sin otras consideraciones cualitativas. Viene a ser un ANTROPOCENTRISMO rayano en la demencia e insolidario. Se desconecta de las relaciones constitutivas de las personas, ligadas a diferentes factores; sólo cuenta su presencia. Semejante actitud se convierte en un potente fermento destructivo.


Eso de centrarlo todo en torno al hombre suena cuando menos a presuntuoso; si dicha actitud se configura alrededor de unos pocos individuos, el contubernio se convierte en algo descabellado. Porque aparte de las numerosas consideraciones conceptuales, cualquier persona o grupo de ellas, enfrentados a las realidades, se encuentran SOBREPASADOS. Sus limitaciones no requieren de complejas explicaciones, se dejan ver de manera elocuente. Las cosas, seres vivos, acciones personales, múltiples relaciones, descubrimientos e ignorancias tejen una red imprecisa de contactos, cuyo fondo ni siquiera se atisba. Pese a la evidencia de tamaña desproporción, ese conocimiento aparece postergado en los comportamientos modernos.


Si uno tiene la suerte de adentrarse en el bosque cuando apuntan las primeras claridades del día, la sensación nos coloca en un estado inefable lleno de satisfacciones. Desaparecen las preguntas, abrumadas por la profusión de aportaciones fascinantes desde cualquier horizonte. El crujido de las hojas secas, el piar de los pájaros y el rumor de las ramas bandeadas por el viento, nos transmiten la nitidez de un ambiente vital por excelencia. Representan el clamor fustigante de una AMANECIDA sin par, sin pretensiones ocultas. Nos traducen la significación de los inicios, abiertos a las mejores iniciativas, a tiempo para evitar las andanzas turbias y turbulentas, incluso sin tiempo para intuirlas.


Solemos introducirnos con frecuencia en una curiosa paradoja vital, la verdad se nos presenta a cada paso, pero nos complacemos con el diseño de acertijos inverosímiles. En el transcurso de las andanzas campestres hemos pisado cumbres insospechadas y evitado barrancos inhóspitos, pero cuando amaina la tarde, las sensaciones adquieren una tonalidad peculiar. Las percepciones sutiles acentúan su presencia al acercarse el CREPÚSCULO, emergiendo quizá uno de los aspectos cruciales, los principales mensajes surgen del interior personal sin alharacas enturbiadoras. Nos muestran la importancia del apagamiento de las sensibilidades, precursor del fin irremisible, de la muerte aunque estemos vivos.


Hablando de sensibilidades olvidadas, aletargadas o chamuscadas, las hay que tiran de las fibras más íntimas de las personas perjudicadas por esas pérdidas. Cuando disponemos de los campos abiertos, de las aglomeraciones de las ciudades, de las necesidades mínimas cubiertas, otras percepciones suelen disimularse hasta difuminarlas. Pero hay personas con los horizontes externos impracticables, los cobijos y apoyos habituales exhaustos, las vías neuronales encenagadas y los rostros inexpresivos. Sin saber apenas nada más, se ponen en movimiento, EMIGRANDO hacia supuestos parajes acogedores. No es cuestión de teorías, la fustigación nos impulsa a la calibración de las acogidas dispensadas.


Qué sería de nosotros sin los anhelos de superación, esa energía de progresar en las múltiples facetas de lo cotidiano. Es indispensable despegar de las servidumbres habituales. Buscar un cierto distanciamiento de ellas para vislumbrar luces de mayor realce. Esos VUELOS se adaptan al carácter de los protagonistas, siempre con la recomendación de no perder el contacto con la base, será necesario volver. El plan de vuelo resulta crucial. Los endiosados prescindirán de los condicionantes humanos, para ellos el prójimo no cuenta y los sufrimos a diario. Quienes no se plantean ningún despegue integrarán la masa amorfa. Entre medias, la brega de los comprometidos en la pugna por ubicarse en la tarea inacabable.


La pluralidad adopta rasgos controvertidos por su propia naturaleza inclusiva, para no rechazar a los diferentes. La dificultad de cara a su organización comunitaria es obvia, existen personajes extremosos en cualquier área; inteligentes, hiperactivos sin fundamento, vagos, gente de poco fuste. La búsqueda de la armonía en seguimiento de las mejores aportaciones es tarea exigente. Quizá por eso se propaga la actitud equidistante de todas las tendencias, sin valoraciones preferentes. Se percibe en el ambiente esa normalidad mediocre relegando las aspiraciones justificadas. Ese auge tiene un efecto AMORTIGUADOR de los conceptos éticos, la orientación del esfuerzo, compromiso, solidaridad; con el consiguiente deterioro de la convivencia confortable.


Hablamos mucho de las desviaciones perniciosas. Sacamos a colación con reiteración las violencias flagrantes, corrupciones de toda laya, frivolidades altisonantes, mientras apenas mencionamos las actuaciones cabales. No sólo eso, con frecuencia se introduce en el comentario sobre las buenas prácticas el sonsonete cínico, el tufillo de sospecha, la sonrisa despectiva o el desprecio presuntuoso. Es bien patente, necesitamos con urgencia un potente REVULSIVO valorativo de cuanto sucede en los ambientes públicos y privados. Además de llamar a las cosas con los nombres adecuados, es importante dar testimonio de ese discernimiento, con elogio manifiesto de las consideradas como valoraciones óptimas, lucirlas en la palestra.


Funcionamos al rebufo de las necesidades y tras las contingencias caprichosas. A veces convertimos en necesidades a las simples posibilidades arbitrarias. También solemos practicar otro deslizamiento peligroso al considerar como necesarios a los elementos físicos (Alimentarios, sanitarios, económicos…), dejando aparcadas las cualidades reflexivas. La fustigación juega su papel cuando apunta al EQUILIBRIO conveniente a la hora de enfrentarnos a estos asuntos.


A pesar de la proliferación de medios audiovisuales, cuando el menor detalle asoma a la luz pública, al tratar de estos aspectos relacionados con sensibilidades y apreciaciones, nos encontramos con enormes dificultades para lograr su EXPRESIVIDAD efectiva en las relaciones cotidianas.

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