“Nuestra república necesita con urgencia dirigentes que se atrevan a decir lo que creen es recto y justo, no importa el número de los que se opongan. La mayoría puede equivocarse y no promueven la verdadera democracia si ignoran la minoría aun cuando sea la minoría de uno. Con urgencia se necesitan dirigentes que se atrevan a decir lo que necesitamos escuchar, no lo que queremos sentir” (Richard C. Helverson).
Desconozco el contexto en que Helverson dijo o escribió estas palabras. Lo que sí es cierto es que nuestro país necesita con urgencia dirigentes que se atrevan a decir lo que es justo y recto. Que dejen de mentir. Faltan políticos con convicciones y que tengan objetivos claros y que nada les desvíe de llegar a la meta. Los dirigentes políticos de nuestros días mueven pieza según indiquen las encuestas. Si la inclinación de voto va hacia la derecha giran hacia dicha dirección. Si la tendencia se inclina hacia la izquierda el giro se hará hacia esta dirección. Se han convertido en títeres movidos por los hilos que mueven las encuestas. Carecen de criterio propio.
El periodista Jordi Juan en su escrito 'El miedo de gobernar' menciona una cita anónima que me gustó: “Manolete si no sabes torear, ¿por qué te pones?” Políticos, si ignoráis qué es la política, ¿por qué os metéis en ella? ¿Qué motivos os impulsan a ejercer un cargo de tanta importancia que repercute en el bienestar o malestar de la ciudadanía que confía en vosotros? ¿Es el servicio público o la ambición lo que os impulsa?
Abraham Lincoln que fue presidente de Estados Unidos en un momento en que el país estaba fracturado por una guerra fratricida, se le ha considerado un líder sabio y de gran calidad moral. Lo que el hombre es no es por accidente. Entendió Lincoln que no era la persona adecuada para tomar las riendas del país en una situación tan dramática. El liderazgo moral que se le reconoce tiene una explicación: “Muchas veces me he arrodillado con la firme convicción de que no había otro lugar a donde ir. Mi sabiduría y todo lo que me envuelve me parece insuficiente para esta situación”.
Muchos políticos pueden afirmar que son amigos de Dios. Pueden ser religiosos e incluso ser de misa diaria. Pero no se arrodillan ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo para pedirle la fuerza y la sabiduría para llevar la pesada carga de tener que gobernar un país en tiempo de crisis. Se pueden contar con los dedos de una mano los que lo hacen y todavía sobran dedos. Por su manera de hablar pronto se descubre que son unos engreídos. En vez de levantar la nación a la que dicen servir, no tardan en llevarla a la bancarrota. Estos políticos que tienen pies de barro buscan en su entorno expertos que les ayuden a resolver los problemas que se les presentan. Cometen un grave error. En vez de aconsejarse en personas verdaderamente sabias se comportan como el rey Roboam que buscó consejo en sus compañeros de farra que poco les importaban los problemas del reino. Con el propósito de complacer al monarca, en vez de aconsejarle bien la recomendación que le dieron condujo a que el reino se dividiese en dos (1 Reyes 12. 1-24).
¡Cuán importante es que los gobernantes sepan escoger a sus consejeros! Si al político le falta sabiduría “pídasela a Dios el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago1: 5). La sabiduría que Dios da en abundancia no se recibe como por arte de magia, que la “pida con fe, no dudando nada, porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra” (v. 6). Se le tiene que pedir con insistencia. Quien desee ser un buen político tiene que aprender del presidente Lincoln que buscaba la sabiduría necesaria para bien gobernar “arrodillado con la firme convicción que no había otro lugar a donde ir”.
La plegaria que Dios escucha es la que conserva el espíritu de la viuda que persistía en acudir al juez injusto para que le hiciese justicia. Para no tener que aguantar más el agobio que le causaba la mujer con su insistencia, el juez injusto se dijo: “Le haré justicia”. Finalizada la parábola Jesús se pregunta: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra? (Lucas 18: 1-8). La fe esporádica, la que es movida de acá para allá como son las ondas del mar movidas por el viento, sí que la habrá. Jesús se refiere a la fe incombustible de la viuda que persiste en pedir justicia. Este tipo de fe es la que exhibe Abraham Lincoln cuando dice: “Muchas veces me he arrodillado con la firme convicción que no había otro lugar a donde ir. Mi sabiduría y todo lo que me envuelve me parece insuficiente para esta situación”.
Lo que convirtió al presidente Lincoln en un gran estadista no fue el título universitario que poseía. Ni la experiencia adquirida en el ejercicio de la abogacía. Lo que le dio el carácter moral que le convirtió en un presidente admirado a la vez que odiado fue la humildad que le permitía arrodillarse ante el trono de la misericordia de Dios despojado de todo engreimiento suplicando que el Padre de nuestro Señor Jesucristo le llenase de la sabiduría que necesitaba para gobernar un país inmerso en una terrible guerra civil. Esta es la fe que necesitan nuestro políticos para que dejen de ser títeres movido por los hilos de las encuestas. Lo que dicen las consultas es fluctuante e incierto. Predicen según de donde sopla el viento. La sabiduría divina es inalterable y enseña al político a ejercer la justicia que enaltece a la nació que lo tiene como gobernante.
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