Los acontecimientos de la política nacional argentina han puesto a Sergio Massa en una especie de posición de hombre gris. No se trata de una profecía ni mucho menos de designios mesiánicos. Massa es, en definitiva, el hombre que le da identidad al pragmatismo maquiaveliano. Su jugada es, por cierto, arriesgada. Es todo o nada.
Hijo de un empresario de la construcción, Sergio Massa inició su carrera política en la derecha liberal más ortodoxa. Fue un eslabón clave del menemismo privatista. Después se encolumnó con otro jefe peronista de la derecha: Eduardo Duhalde, padrino de muchos. Fue jefe de gabinete del gobierno de la expresidenta Cristina Kirchner, para luego enfrentarse a ella. Tras su ruptura con el kirchnerismo, cables de WikiLeaks revelaron su fluida relación con funcionarios de la Embajada de Estados Unidos en Buenos Aires. En esos diálogos se vieron sus posiciones claramente anti trabajadoras cuando apoyó a la empresa multinacional Kraft-Terrabusi, que en 2009 realizó despidos masivos. Luego, fue funcional a Cambiemos, donde desde su rol en el congreso avaló las leyes macristas. Sin dudas, por el lado en el que ha estado, Massa ha sido fiel a sus principios ideológicos.
Maquiavelo planteó la obtención del poder como fin último. Desde entonces, la idea de “el fin justifica los medios” ha conquistado a propios y extraños. Dice “Ingratos, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia”. El pragmatismo de Nicolás Maquiavelo ha permitido entender a los líderes actuales.
Maquiavelo establece que el ejercicio de la política implica manejar situaciones reales dejando al descubierto las verdaderas prácticas del ejercicio del poder, enfocándose más en cuestiones de estrategia política, donde el fin principal es conservar el mismo.
Sacando las particularidades de cada coyuntura histórica, el poder que le ha dado el presidente a Massa ya se ha repetido en otros momentos de la historia. Rosas y el propio Perón son los mejores ejemplos. No viene al caso un análisis exhaustivo salvando cuestiones de contexto, que podrían ser profundizadas en otras líneas. Sin embargo, cuando esto se dio una fue la cosa que los atravesó: el personalismo. Parafraseando a la gran historiadora Hilda Sábato, el personalismo (Cuando ella se refiere a Rosas) fue peculiar porque se ajustó o se sustentó en el carácter republicano. Cuestión que está profundamente asociada a esa clásica y larga espera de aguardar un salvador y que se sustenta en un mecanismo legítimo.
Lejos de que estas líneas puedan confundirse con una reivindicación de una dictadura, el pragmatismo que estamos viviendo sirve para comprender la particularidad de este momento. Muchos liberales suelen omitir que uno de los padres del liberalismo político, Juan Jacobo Rousseau nos dice que cuando acaecen grandes peligros puede permitirse atentar contra el orden público. Y agrega que jamás ponérsele trabas al sagrado poder de las leyes, sino cuando así lo exija la salud de la patria. En esos casos raros y manifiestos se provee a la seguridad pública por un acto particular que entrega el cargo en manos del más digno. Si para remediar el mal basta aumentar la actividad del gobierno, se concentra el poder en uno o dos de sus miembros; de esta suerte no es la autoridad de las leyes la que altera, sino la forma de la administración.
En esa línea, el éxito de Massa es arriesgado, es a todo o nada. Es un poder que el presidente ha dado a costa del suyo propio. Esto deja a Massa sin excusas para el fracaso. Si logra que la economía no explote, antes de las elecciones del 2023, tendrá una oportunidad como candidato del peronismo. Después de todo, el peronismo hace – elogiosamente – simbiosis de sus cuadros.
Las incógnitas abiertas son muchas. Hoy para el gobierno, debe primar el pragmatismo, que si bien ahora tiene nombre y apellido no revela nada del quehacer político. Sin embargo, lo que sí revela el pragmatismo es que pude encerrar muchas certezas. La más importante es que si Massa triunfa, CFK no tiene retorno político. Massa ha adelantado que honrará la reducción del déficit fiscal acordada con el FMI. Es probable además que reduzca los impuestos al campo para incentivar las exportaciones y aumentar así el ingreso de dólares. Habrá también un alivio fiscal para las clases medias. Menos impuestos y más ajuste son medidas que Massa tendrá que también encarar con el sector duro k desde el pragmatismo. Resta ver si el fin justificará los medios.
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