Unas fechas que los cristianos debemos aprovechar para hacer un repaso de nuestro compromiso como creyentes. En las mismas, conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Cada uno a su manera. Los tiempos, los lugares, los modos, las modas y el compromiso personal modifican las actitudes del pueblo español en estas fechas más significadas. En el marco de nuestra Andalucía y concretamente en la Málaga, en la que he desarrollado mi existencia a lo largo de los años, la manifestación externa de la celebración de la Semana Santa ha ido evolucionando en la medida en que ha pasado de tener un desarrollo muy localizado en el ámbito de una Málaga pequeña y provinciana a un desborde de visitantes y a una repercusión a escala mundial. Lo fácil para mí sería el manifestar una crítica general sobre su desarrollo desde el punto de vista de la fe. ¡Quién soy yo para juzgar a nadie! Supongo que en la mayoría de los malagueños se ha producido la misma evolución, o similar, que he vivido yo. Los pertenecientes al “segmento de plata” tenemos la posibilidad de sobrevolar, en una especie de dron mental, sobre los años, los modos y las modas, sobre esta querida Málaga donde se vive la Semana Santa tan intensamente. Vienen a mi recuerdo las distintas etapas de mi relación con la Semana Santa. Desde la contemplación de las manos de mis padres de los desfiles procesionales de los años cincuenta con pocos medios y mucha imaginación, hasta el despliegue de todo tipo de adelantos al servicio de una Semana Santa más mediática y bastante menos malagueña de nuestros días. A lo largo de mi vida he sido un ferviente nazareno de vela, hombre de trono, espectador de silla y, finalmente, en primera fila del televisor. A lo largo de mi juventud he “salido” en una docena de cofradías, aunque finalmente me quedé como pionero de los hombres de trono-hermanos de la Esperanza (hasta que me jubilaron por la edad) a cuya cofradía sigo perteneciendo desde hace más de sesenta años. Con mucha frecuencia paso por la Basílica de la Esperanza, en cuyo columbario se encuentran mis familiares fallecidos y donde tengo un huequecito para cuando llegue mi hora. La Semana Santa malagueña sigue siendo como siempre. Con sus luces y con sus sombras. Con sus nuevas cofradías totalmente desconocidas para las gentes de mi edad. Con cambios de recorridos y de direcciones que chocan con nuestros recuerdos. Con un aumento desaforado de la participación musical en los desfiles. (Se han convertido en conciertos sinfónicos ambulantes. He escuchado los sones de “Suspiros de España” acompañando a una cofradía). Con mucho traje, mucho bastón y mucho pasteleo. Por otra parte queda la fe. Esa fe que descubría en las caras de los espectadores cuando llevaba el trono de la Esperanza. Esas lágrimas y esa oración que brota del corazón de las gentes de buena voluntad que se encomiendan a sus imágenes en busca de la ayuda que no reciben de cuantos tenemos que proporcionársela. Una Semana Santa más. Una oportunidad de encontrarnos con ese Dios que se nos manifiesta desde lo alto de los tronos o desde el pueblo que sufre y sale a nuestro encuentro cada día. Ahora, en la madurez que dan los años y la meditación se ven las cosas de otra manera. Espero que lo mismo le suceda a mucha gente y capten el verdadero sentido de la rememoración de la Pasión de Cristo y encuentren la Nueva Vida con la ayuda de su Madre. Aún recuerdo aquel cartel que cruzaba el Pasillo de Santo Domingo de mi infancia. Decía: “Eres nuestra Esperanza”. Una gran verdad.
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