No puedo hablar por experiencia pero sí mencionar la de la actriz Carme Elías: “Lo más terrible es que veo los pasos que va haciendo la enfermedad. El Alzheimer es como un ratón que cada día se come un trocito de tu cerebro. De momento solo para comer, pero pronto querrá comer, almorzar y desayunar hasta que haya acabado mi cerebro”. No debe extrañarnos que algunas personas que se encuentran en situación parecida opten por decidir “morir dignamente”. ¿Quitarse la vida es la solución? “Mas el hombre no permanecerá en honra, es semejante a las bestias que perecen” (salmo 49. 12). El salmista se refiere a los sabios de este mundo y a los insensatos que mueren sin tener a Dios en sus vidas. “Como a rebaños son conducidos al sepulcro, y la muerte los pastoreará” (v. 14). Para los verdaderos creyentes en Cristo, “estimada es a los ojos del Señor la muerte de sus siervos” (Salmo 116: 15).
Desde la perspectiva bíblica de la fe en Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, intentaré tratar el tema de morir dignamente: “No me deseches en el tiempo de la vejez, cuando mi fuerza se acabe, no me desampares. Porque mis enemigos hablan de mí, y los que acechan mi alma consultan juntamente, diciendo: Dios lo ha desamparado, perseguidle y tomadle, porque no hay quien le libre” (Salmo 71: 9-11). Los enemigos de las personas que padecen enfermedades degenerativas no son personas d carne y huesos, sino ratones como los que roen poco a poco el cerebro de Carme Elías hasta que no quede nada. Los enemigos del salmista le quien hacer creer que Dios le ha abandonado y que no tiene a nadie que le defienda. El salmista como los verdaderos creyentes en Cristo son hijos de Dios. Nada ni nadie les apartará del amor de Dios que es en Cristo Jesús. A pesar de que los ratones le sigan royendo el cerebro, el afectado puede encontrar apoyo y coraje en el Señor que le fortalece. El apoyo de los hombres de bien poca cosa sirve porque se lo dan personas que a su vez están necesitadas de ayuda. Pero la protección que concede Jesús cura el dolor del corazón que es el que realmente hace mal vivir a la persona afectada por una enfermedad degenerativa.
Una mujer le preguntó a J. Robertson McQuilkin. “¿Por qué permite Dios que nos hagamos viejos y débiles? La respuesta que recibió fue: “Creo que Dios ha planificado que la fortaleza y la belleza de la juventud sea física. Pero la fuerza y la firmeza de la vejez sean espiritual. Poco a poco vamos perdiendo la fuerza y la belleza que es temporal, así aseguramos con centrarnos con la fuerza y belleza que duran para siempre. Así desearemos abandonar la parte temporal de nosotros que se deshace y así sentir nostalgia de nuestra cosa eterna. Si fuésemos siempre jóvenes, fuertes y guapos no desearíamos marchar nunca”.
Aunque nada tenga que ver con las enfermedades degenerativas, la experiencia del apóstol Pablo puede aplicarse perfectamente al tema que nos ocupa: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces que escoger, porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor, pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (Filipenses 1: 21-24). El apóstol ya es un hombre cargado de años. Desde el día de su conversión a Cristo su vida fue muy dura. Con estas palabras la describe. “En trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en palizas de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces ha recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas, una vez apedreado, tres veces he sufrido naufragios, una noche y un día he estado como naufrago en alta mar, en caminos muchas veces, en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos, en trabajos y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez, y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién enferma y yo no enfermo? ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?” (2 Corintios 11: 23-29). El apóstol Pablo bien podría haber sido un candidato a quitarse la vida para “morir dignamente”.
Escribiendo a los cristianos en Filipos les expone la disyuntiva en que se encuentra. Que el Señor se lo llevara sería lo mejor que le podría suceder, pues, ¿dónde se encontraría mejor?, “pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros” (1: 21-23). La actitud del apóstol Pablo ante las duras circunstancias por las que tuvo que pasar, es buen ejemplo para los que sufren enfermedades degenerativas, si es que son creyentes en Cristo Jesús porque el dolor santificado por la fe en el Nombre de nuestro Señor Jesucristo puede despertar esperanza en quienes su morir se parece al de las bestias. Al final de la vida terrenal el creyente en Cristo puede decir con el salmista. “Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares” (Salmo 71: 18).
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