A la hora de prestar atención, las actitudes extremas son poco eficaces. Por abajo, ni siquiera se inicia el proceso, y por arriba, la excesiva intensidad se torna obsesiva, es acaparadora, y aturde. Por eso cuanto topamos con un gran relieve maravilloso, quedamos estupefactos, se agarrota nuestra capacidad de reacción. En menor escala, si contemplamos algo estupendo, ponemos el FOCO en su aparición, desdeñando otras opciones. El motivo presentado puede ser variado, imágenes, emociones, propuestas llamativas, actuaciones, descubrimientos o datos importantes. Atraídos por dichas percepciones singulares, nos causan un impacto ilusionante, sin pensar aún en su evolución.
Precisamente, a esa tendencia polarizante de la atención, le han surgido gran cantidad de colaboradores; sus acciones agrupadas acaban potenciando ese deslizamiento hacia lo más deslumbrante en las primeras impresiones, relegando a posiciones muy secundarias los análisis de mayor enjundia. Será cuestión de torpeza o mera desidia, pero funcionamos a base de esos fogonazos impulsivos y no de valoraciones constructivas. Las técnicas publicitarias, algunos rasgos neurocientíficos y la saturación de estímulos, favorecen sin duda esa INMEDIATEZ decisoria. Se traduce en una sucesión de impresiones, en una bullanguera huida hacia delante, sin las comprobaciones oportunas.
En la práctica vienen a comportarse como anzuelos muy efectivos. Pergeñan los SEÑUELOS con los mejores diseños, lo más provocadores posibles. Enseguida se perciben numerosos afanes para la elaboración de semejantes tentáculos engañosos. La misma dedicación a la puesta en acción de dichos artificios, viene a reflejar el potencial de los intereses subyacentes en busca de grandes beneficios. Entrañan una perversa dosis de deslealtad alardeando de jocosas lindezas, pero ocultando las bambalinas donde se apoltronan los agentes promotores, intentando exprimir a los que caigan en sus redes sin ningún miramiento. Sus tenaces argucias les convierte en diestros manipuladores.
No miremos sólo por los exteriores, en las actitudes surgidas desde las ideas propias abunda una enorme propensión a dejarnos llevar por hechos o conductas llamativos, gentes discordantes, sin importarnos la calidad de sus esquemas. Según las versiones, pueden escucharse argumentaciones de ingenuidad o credulidad, pero a estas alturas no parecen sensatas; saber, sabemos, de la volubilidad de la mayor parte de esas brillantes apariencias. Los indicios apuntan a una COMPLACENCIA generalizada dedicada a la endeblez de los razonamientos, sin meterse nadie en honduras; sabedores además de que semejantes ligerezas entrañan una disposición escapista al no contar con las responsabilidades.
No se trata de oponerse a la discordancia de ciertos planteamientos, en todo caso, a la fatuidad aparatosa de sus protagonistas; sobre todo, a la ausencia de proclamaciones hechas con franqueza. Nos encontramos abocados a unas presentaciones de las APARIENCIAS como entidades de mucho lustre y estructuradas, que sólo nos van a conducir a la desconfianza. El descubrimiento de los falseamientos, evoluciona por lógica hacia los frustramientos, en los cuales habremos colaborado acumulando despropósitos. A través de los aires poéticos, las brillantes cristaleras las confundimos con umbrales y esperando abrir la puerta, nos damos de bruces si no evitamos el deslumbramiento:
CRISTALERA ENGAÑOSA
Reluciente al resol, Atrae las miradas De gentes ofuscadas, Ausente el buen control. Tremendos topetazos Jalonan sus andanzas. Donde vislumbran puertas, Sólo hay duro cristal. Si las luces titilan Y las mentes vacilan, Preparen las torundas Para heridas profundas. Ese tozudo ambiente Exige buenas lentes Y gestos diligentes Al mostrarse de frente. El ingenuo aturdido, Ni valora el asombro, Ni contempla el desdoro. Vegeta anonadado
Cuando las puertas están bien señalizadas y a su pesar nos estrellamos contra la cristalera, algo falla, evidentemente. Si en el punto de partida ya somos conscientes de la inexistencia de soluciones perfectas, con el inevitable añadido de los puntos de vista tan diversos; se avizora un trabajo ingente para poder compaginar todo eso. El camino óptimo parece claro, es preciso un diálogo creativo y cooperativo para enlazar posiciones, ajustar las aportaciones y las necesidades. Pues bien, nos dejamos deslumbrar por las luces contrarias, esos desaforados DEBATES crispados y polarizados al máximo; en ellos se ahonda en las divergencias notorias y la destrucción del interlocutor. Nos damos de bruces con el desencuentro.
Una de las prácticas más corriente y deformante de la realidad, suele basarse en el equívoco consentido en el tratamiento de la libertad; no es la única atracción que puede cegarnos, pero sí una de las principales usada con total desfachatez. En cualquier sector de las actividades sociales se habla de libertad, se solicita e incluso abundan los alardes en su nombre. Detrás de esas proposiciones, si prestamos atención, se pone de relieve la PARADOJA del topetazo. Cuando suenan con más fuerza esos sones libertarios, se ve claro el contraste, defendían exclusivamente su libertad en contra de cualquier atisbo con respecto a los demás; demuestran su terror a que otros la disfruten. Basta abrir los ojos y se descubre la jugada.
Una cosa es la seducción y el camelo para una serie de tentativas presentes en cualquier época y ahora con presentaciones novedosas; bien diferente es la notable predisposición general a dejarse arrastrar por sus efectos, sin prestar la suficiente atención a los pormenores y las consecuencias derivadas. Para no caer en la participación propia con la consiguiente complicidad irreflexiva con esos comportamientos, que pueden ser degenerativos e incluso delictivos; requerimos de toda la PERSPICACIA posible para concienciarnos antes de actuar.
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