“Al que juró hasta que ya nadie confió en él; mintió tanto que ya nadie le cree; y pide prestado sin que nadie le dé; le conviene irse a donde nadie lo conozca”. Emerson Cuando alguien decide recorrer el camino de la deshonestidad para alcanzar sus metas, está sembrando las semillas de la desconfianza y la inestabilidad en sus relaciones personales y en la sociedad en general. A medida que se descubren sus maniobras, sus mentiras y manipulaciones, se van desvaneciendo la credibilidad y el respeto que se hubiesen podido obtener momentáneamente.
La vida de quienes eligen este camino suele estar llena de ansiedad y miedo constante a que sus manejos puedan ser descubiertos. Viven prisioneros de su propio miedo, y obligados a mantener el engaño a toda costa, pues del mismo depende la preservación de lo logrado. La deshonestidad, inevitablemente lleva a una espiral de mentiras para evitar caer en el vacío que produce el alejamiento de quienes finalmente terminan por percibir la falta de integridad.
No creo que Pedro Sánchez haya olvidado la indignidad cometida en la noche del 14 de diciembre de 2015, cuando a su oponente, Mariano Rajoy, le dijo a título personal, y sin ninguna prueba que avalase su afirmación, que no era una persona decente.
No creo que Pedro Sánchez haya olvidado la indignidad de aquella triste escena que se produjo en el transcurso de un Comité Federal del PSOE en la que se descubrió una urna escondida tras una mampara para falsificar el resultado de una votación que el propio Comité Federal calificó de “pucherazo”, y en la que finalmente Sánchez salió derrotado.
No creo que Pedro Sánchez haya olvidado aquella entrevista en la sexta en Septiembre de 2019 en la que aseguró que “no dormiría por las noches como el 95%” de los españoles si hubiese aceptado las “imposiciones” de Podemos para gobernar en coalición.
No creo que Pedro Sánchez haya olvidado lo que dijo en 2019 sobre los indultos a los condenados del procés: "Nadie está por encima de la ley". "Quiero garantizar a la ciudadanía que la sentencia se va a cumplir".
No creo que Pedro Sánchez haya olvidado lo que en abril de 2015 dijo en Navarra TV: “Con Bildu no vamos a pactar”.
No creo que Pedro Sánchez haya olvidado que antes de las elecciones generales de 2019, descartó la posibilidad de formar un gobierno de coalición con Ciudadanos, por ser un partido político de centroderecha. Sin embargo, tras las elecciones, y después de no lograr un acuerdo con Unidas Podemos, exploró la posibilidad de un gobierno de coalición con Ciudadanos, aunque finalmente no se concretó.
No creo que Pedro Sánchez haya olvidado lo que ha afirmado reiteradamente sobre la ley del “solo el sí es sí” que tuvo que ser modificada seis meses después de su aprobación tras haber permitido la salida de más de 100 violadores y pederastas a la calle, y la reducción de más de mil condenas: “La ley del 'solo sí es sí' es una buena ley que protege a las mujeres”.
Podría seguir enumerando casos como los citados a título de ejemplo, pero como no se trata de hacer una tesis doctoral, renuncio a seguir flagelando al lector con acaecidos, que debiendo de haber sido una excepción, el presidente del gobierno los convirtió en la norma.
Durante cinco años, la mayoría de los españoles —según parece desprenderse del resultado de las recientes elecciones del 28 de mayo— opina que el presidente Sánchez nos ha venido mintiendo cotidianamente, descaradamente, impunemente.
El señor Sánchez Pérez-Castejón, en cuyas manos ha estado el destino de 47 millones de españoles durante los últimos cinco años, que mora en la Moncloa, y se ufana en decir de su yo que es el presidente del gobierno —algo que el único que parece no tener demasiada confianza de que lo es, es él mismo, y por ello necesita reafirmarse reiteradamente en la idea—, ese personaje que no acepta que le contradigan, que no admite perder, y cuando no le dejan ganar contrae la mandíbula y dirige su mirada reprobadora hacia los moderadores del debate, ese prócer al que a base de sacar a pasear el Phalcon el mundo se le ha hecho pequeño, ese ser que se cree un coloso rodeado de insignificantes criaturas; ese ilustre dignatario que dice que pasará a la historia por sus actos al frente del gobierno —convendría recordarle que por sus actos al frente del gobierno también han pasado a la historia, Lenin, Stalin, Mao, Hitler y Musolini, entre otros—, ese líder, que tras la gesta que constituye el haber recibido un muy severo correctivo electoral por la gran mayoría del pueblo español, en el Congreso de los diputados, se hace recibir por los miembros del grupo socialista, puestos en pie a la voz de “Ar”, con una fervorosa ovación y en medio de encendidas aclamaciones —tenía razón el grupo Jarcha cuando decía que había gente muy obediente, hasta en la cama—, ese digno y preclaro hombre de Estado, aunque parezca mentira, ha dicho que él no miente. Se rectifica a sí mismo, pero no miente.
Pues bien: haciendo un acto de fe y aceptando su palabra, esta misma afirmación es la que le invalida para ser presidente. No creo que nadie se atreva a negar que sus cambios de opinión, sus rectificaciones, han sido innumerables, constantes, y en todas direcciones, antes de ser, y siendo presidente. Tanto es así, que en los foros políticos y de opinión, se hizo popular aquello de que “Sánchez, solo acertaba cuando rectificaba”. Siendo esto así, y si fuera cierto que sus constantes cambios de opinión nunca han obedecido a intereses políticos personales o partidistas, los hechos demuestran una absoluta falta de criterio por su parte, o cuando menos, un juicio equivocado y desconectado de la realidad, lo que le ha hecho gobernar como si fuera una veleta que se mueve según la dirección en la que sopla el viento. Esta realidad hace que haya florecido la semilla de la inseguridad y la desconfianza hacia una persona que está vacía, y como nadie puede dar aquello que no tiene ¿Qué puede esperar el pueblo español de él?
Es inútil esperar de alguien aquello de lo que carece.
Dicen que las personas somos dueñas de nuestro destino. Pues hagámoslo cierto. La responsabilidad de ser regidos por alguien descontrolado, no es de él, sino nuestra por consentir en ser sus inferiores.
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