En cada contienda electoral al cierre de los colegios electorales los medios de comunicación hacen públicas unas encuestas, llamadas “a pie de urna”, aunque muchas, o la mayoría, se realizaron días antes de la jornada electoral. A partir de estos datos el personal empieza a hacerse ilusión pensando que las cosas no van tan mal para los “suyos” y que los contrarios van por debajo de las expectativas que la campaña presagiaba. Cada uno se consuela como puede y quiere, porque la realidad es que mientras no estén contadas todas las papeletas, y todas quiere decir todas, ya hemos visto como el recuento del voto que viene de fuera puede variar sustancialmente los resultados, las encuestas son papel mojado.
Y eso ocurrió el 23-J, una noche que había empezado con buenas perspectivas para la derecha extrema, el PP, y sus socios de la extrema derecha, VOX, acabó con un Feijóo que, en el balcón de Génova, sede del PP que Casado quería vender porque estaba pagada con dinero negro y le daba “yuyu”, con cara seria celebraba una victoria con sabor agrio mientras en la calle los seguidores “populares” coreaban el nombre de IDA, una Ayuso, que, de rojo sangre, lucía entre la blancura del resto de ocupantes del balcón, entre ellos Cuca Gamarra y González Pons que veían cada vez más lejos un sillón en el Consejo de Ministros. Las encuestas de los días de campaña electoral les daban suficientes escaños, sumados a los de VOX, para llegar a Moncloa. Pero al terminar el escrutinio ni con los votos de VOX, que también sufrió un revolcón electoral, ni con los dos votos de UPN y CC han llegado más que a 173 votos. Y Feijóo sabe que con un compañero de viaje como la extrema derecha no puede recolectar más votos que éstos.
En la calle Ferraz, cerca de Génova, los socialistas estaban eufóricos, la baraka de Sánchez había vuelto a funcionar y lo que había empezado con aires de derrota al final de la noche se había convertido en una “derrota alegre” porque finalmente quien logra formar Gobierno es quien obtiene la mayoría de votos de los diputados. El PSOE, finalmente, ha obtenido 121 escaños, uno más que en la anterior votación y 16 menos que el PP, pero tiene la ventaja de que tiene más probabilidades de ganar la silla presidencial del Consejo de Ministros que el bloque de las derechas porque puede contar con más aliados.
Los pactos tienen un precio, y el precio que ha pagado el PP por sus alianzas con la extrema derecha en CC.AA y Ayuntamientos es la pérdida de posibles votos favorables que se han asustado ante las formas de gobernar que han mostrado los miembros del partido fascista al llegar a tocar poder.
Prohibiciones, una ultra católica presidiendo las Corts en el País Valenciano, un torero de Consejero de Cultura y Vicepresidente, negacionistas del cambio climático entre sus filas, censura como en tiempos de Franco, ataques a la lengua catalana y un amplio abanico de actitudes antidemocráticas han alejado al PP de sus expectativas de poder. Es el precio del peaje que ha tenido que pagar por poder gobernar en algunos Ayuntamientos y CCAA, el precio de la vergüenza.
Tampoco Pedro Sánchez lo va a tener fácil, justo ahora que el independentismo catalán ha perdido casi 700.000 votos son los independentistas los que tienen la clave para llevar al PSOE a Moncloa. Todas las miradas están puestas en JUNTS y Puigdemont, calificado hace unos días por Sánchez como una “anécdota”. Ahora los siete votos del partido de Puigdemont son necesarios para investir a Sánchez como Presidente y los diputados “juntistas” no están dispuestos a darlos por nada.
Empieza el tira y afloja del “do ut des”, de las ofertas y contraofertas, no será fácil, el independentismo se siente engañado por Madrid, pero en política todo es posible. Sin acuerdo, en Navidad elecciones y turrones. No sería bueno dar una nueva oportunidad a la derecha extrema y la extrema derecha. Puigdemont, el denostado Puigdemont, la "bestia negra" de la "Brunete Mediàtica" y de una parte de los españoles, tiene la llave.
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