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Resiliencia ante el dolor de una pérdida

La aceptación es parte esencial, y requiere comprensión pues si no se queda en resignación que no es más que soportar un mal
Llucià Pou Sabaté
jueves, 5 de octubre de 2023, 09:55 h (CET)

Resiliencia es una palabra que la psicología toma de los materiales que se doblegan sin romperse para después volver a la situación original. Cuando tenemos un trauma físico, por ejemplo perdemos una pierna, eso es irremediable. Pero si tenemos un trauma interior, de la mente o el alma, se produce una deformación en los sentimientos, por ejemplo en la depresión, que sin embargo pueden volver a recuperarse, y esta capacidad de superar un trauma con flexibilidad, dejando que la tristeza baje el tono vital de algo que no puede soportarse, y luego haya esa recuperación, eso es la resiliencia.

   

El dolor de la pérdida es el precio de haber amado, pero con el tiempo entendemos que igual que el gusano se hace crisálida, para nacer de nuevo, hay que soltar al ser querido que se ha perdido, y esa comprensión permite la recuperación.

   

El amor es la esencia de la vida, y es normal que una pérdida suponga un gran dolor, falta luz al notar su ausencia. Sin embargo, poco a poco aprendemos a soltar, dejar que esa persona siga su camino, y así también se reestructura nuestra interioridad. La aceptación es parte esencial en la resiliencia, y requiere comprensión pues si no se queda en resignación que no es más que soportar un mal. Recuerdo un marido ante la muerte de su mujer por una embolia cerebral, en medio del dolor decía: “doy gracias a Dios por todos los años que he podido estar a su lado”.

   

No se nos prepara para el amor y para la muerte, es una asignatura olvidada en la tarea educativa, pues la muerte está presente en las personas desde la temprana edad: mueren los abuelos, y también algunos compañeros.

   

La resiliencia es aquí muy importante, en dos sentidos: saber llevar la pérdida de un ser querido, y tener capacidad de madurar en la interioridad, para poder llevar cualquier trauma sin romperse, sin caer en formas de depresión. La muerte debería formar parte de la narrativa para que no sea un tabú en el sentido negativo de algo de lo que no se puede hablar como vemos en la novela La montaña mágica de Thomas Mann.


Aunque al hablar de pérdida de un ser querido solemos pensar en el duelo de una muerte, algo parecido ocurre cuando se trata de una relación amorosa rota, el mal de amor es también una pérdida que tiene su duelo.


La alegría viene muchas veces acompañada de una tristeza agridulce, y también la tristeza puede llevar consuelo, podemos decir que estos ciclos son un modo de dialéctica hegeliana que nos habla de tesis, antítesis, síntesis… así también es la vida, una dialéctica que podríamos llamar pascual: nacer, morir y resucitar. Como las plantas, que nacen, se trasplantan que es una especie de muerte, y vuelven a arraigar. Esto nos pasa cuando perdemos a alguien, sea una amistad, un amor, un ser querido que se nos muere. Caemos en el pozo de la tristeza, pasando por las fases de negación, rabia, etc., pero al final, podemos pensar que “la vida continúa”, y renacer.

    

Así también, la muerte es la puerta de este paso a otra vida. La pascua quiere decir esto, paso. ¿Qué paso? Pasar por el camino de la vida, pues la vida es como un camino; como desde la Odisea se ha pintado tantas veces; es la búsqueda del ideal, el camino a conseguirlo. Paso del nacimiento a la muerte y la resurrección. De la muerte a la vida, este ciclo vital se repite: nacer, morir, resucitar... Por ejemplo cuando viajamos y vamos a vivir a otro lugar, sentimos ese ciclo de las plantas: nacer y arraigar, trasplantarse y desarraigo, y volver a arraigar, nacer de nuevo... Y esta es nuestra esperanza que nos une en el momento de dolor ante alguien querido que está muriendo, esperando el final, sabemos que formamos parte de un proceso, y que más allá de esa separación, continuamos aquella amistad, aunque no veamos está persona porque está en otro ciclo de esa evolución, en otra dimensión.

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